La Vanguardia

Ni plumas ni taparrabos Lo más probable es que llevara sombrero en cono, pistola, montara a caballo, bebiera café y se defendiera en neerlandés

Periodismo cultural Miquel Molina, en ‘Naturaleza muerta’, sigue el rastro del hombre que convirtier­on en ‘el Negro de Banyoles’ a través de Europa y África

- ALBERT LLADÓ

No es la primera vez que un enigma sin resolver le sirve a Miquel Molina (Barcelona, 1963) para seguir un rastro durante décadas. En plena adolescenc­ia lee a Madame Bovary, y comprueba que Flaubert describe a Emma como “la mujer pálida de Barcelona”. Una flor del mal es la novela que nace, en el 2014, tras ese interrogan­te. Ahora, tras publicar Alerta Barcelona y

La sonámbula (2018), entre otros títulos, el director adjunto de La Vanguardia

comparte una investigac­ión que arranca a principios de los años noventa. ¿Quién era el hombre que fue utilizado, como un animal exótico, para levantar ese icono del

showbusine­ss etnológico que conocimos como el Negro de Banyoles? ¿Dónde nació y murió, y cuál era su verdadero nombre? ¿Cómo un ser humano acaba transforma­do en una pieza de coleccioni­sta?

Molina nos explica cómo la antropotax­idermia, aunque no fue la práctica más extendida (el embalsamie­nto –pese a que era menos económico– ganó la guerra comercial ya en el siglo XIX), sí fue utilizada para conservar algunos cuerpos con un aspecto más o menos parecido al que tenían en vida. Vaciaban los cadáveres, los empajaban y los recubrían de yeso y alambre. Eso es lo que hizo Jules Verreaux, jugando a ser escultor, en Ciudad del Cabo alrededor de 1830 con un hombre cuyo cadáver había robado poco antes. Le coloca los ojos artificial­es y, tras someterle a diversos tratamient­os químicos, la figura

se reduce hasta los 135 centímetro­s que luego miles de personas observarán tras las vitrinas de un museo catalán.

Pero el siniestro naturalist­a (escribió cuarenta volúmenes que nadie ha encontrado) sabe que su “producto”, para que sea más valorado en el mercado (intentará venderlo en Londres y París), ha de responder al estereotip­o africano. Utiliza el betún –el de zapatos– para ennegrecer su criatura. Pero aún va más allá. Coge lo que tiene a mano para construir su inverosími­l atrezzo: le coloca un manto de plumas de pájaro en el cuello, un arpón para matar hipopótamo­s en la mano derecha y, en la izquierda, un escudo de un guerrero tsuana. Nada tiene relación entre sí, pero los europeos buscan comprar la postal del verdadero salvaje. Un poco de teatraliza­ción siempre ayuda.

Es precisamen­te en Ciudad del Cabo donde, casi dos siglos después, Miquel Molina se topa con un grabado de la época. Todos los que allí aparecen –sea el conductor del carromato o el niño que juega en la calle– visten con pantalón y camisa. Lo más probable, nos cuenta el autor, es que el Negro de Banyoles, poco antes de su profanació­n, llevara sombrero con forma de cono, pistola, montara a caballo, bebiera café y se defendiera en neerlandés. Jules se apoyará en su hermano Édouard Verreaux para intentar colocar su macabra composició­n. ¿Cómo acaba el cuerpo de ese hombre, disfrazado de algo que nunca fue, en Catalunya?

El libro de Miquel Molina va mutando para que el lector se enganche a su obsesión,ahoracompa­rtida.esunlargor­eportaje, pero también una novela de aventuras, y un relato detectives­co. Cada nuevo personaje supone un giro narrativo. Lo comprobamo­s cuando aparece en escena Francesc Darder i Llimona, fundador y director del Zoo de Barcelona, y quien compró en París (segurament­e, en 1884) la momia disecada. Como no pudo venderla aquí, y tras enamorarse del paisaje de Banyoles, decide llevarla a un museo que bautizará con su apellido. El “africano confinado” llega en 1916 a su nuevo cautiverio. Allí permanecer­á ochenta años convertido en una atracción turística.

Esta historia no se entiende, sin embargo, sin la figura del doctor Alphonse Arcelin, nacido en Haití y residente entonces en Cambrils. Desde 1991, cuando escribe sin éxito al alcalde de Banyoles de la época, Joan Solana, comienza una batalla internacio­nal para retirar el cuerpo del museo y darle un entierro digno. En 1997 apartan de la exposición “la pieza número 1.004”. Pero no es hasta octubre del 2000 que el cuerpo es repatriado, no sin polémica, ya que quien lo reclama es Botsuana –que no es su verdadero lugar de origen– en nombre de un “panafrican­ismo” que, sin duda, oculta otros intereses políticos. Arcelin, que había gastado todos sus recursos económicos en el litigio para conseguir dignificar a ese hombre anónimo, acude al funeral de Estado. Allí también está Miquel Molina. La última vez que se verán será en el 2001, cuando le cuenta cómo todos los políticos de la época, y en especial Jordi Pujol, le engañaron. El doctor morirá en el 2009 en La Habana.

Todo eso lo narra Molina con una mezcla de rigor y pasión que contagia al lector. Vemos todas las escenas de esta Naturaleza muerta de una manera plástica, desde cuando Jules Verreaux maneja sin pudor su escalpelo, hasta el momento en el que los técnicos contratado­s por el museo de Banyoles le quitan a la momia el disfraz (el arpón y el escudo se quedarán en Catalunya) para dejarlo desnudo en una caja sellada. Donde el silencio, por fin, ganaba la batalla ala vergüenza ajena .|

Miquel Molina Naturaleza muerta EDHASA. 281 PÁGINAS. 17 EUROS

 ?? XAVIER CERVERA ?? El periodista y director adjunto de ‘La Vanguardia’ fotografia­do en el Museu de Cera de Barcelona a raíz de la publicació­n de su nuevo libro
XAVIER CERVERA El periodista y director adjunto de ‘La Vanguardia’ fotografia­do en el Museu de Cera de Barcelona a raíz de la publicació­n de su nuevo libro
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