La versión de Allen
‘A propósito de nada’ es lectura obligada para cinéfilos, y en él responde a los graves cargos de Mia Farrow
Woody Allen no ha sido nunca condenado por ningún tribunal por delitos sexuales. A partir de 1992, durante dos años, fue investigado exhaustivamente después de que su expareja Mia Farrow le denunciara por supuestos abusos contra su hija adoptiva Dylan, entonces de 7 años. Los médicos que la examinaron no encontraron evidencia de abuso alguno. Los psicólogos y asistentes sociales tampoco. El caso fue desestimado por la Clínica de Abuso Sexual Infantil de Yale y el Centro de Bienestar Infantil de Nueva York y no llegó a juicio.
Esta falta de condena (y de evidencia probada) en su contra permite que podamos acercarnos al personaje y sus memorias otorgándole, como mínimo, el beneficio de la duda. Su caso no es comparable al de otros personajes reconocidamente delictivos, puestos en la picota por un movimiento justo como es el #Metoo.
Las Memorias de Woody Allen fueron anunciadas en la feria de Frankfurt de 1999 y el proyecto no prosperó, quizás por falta de un anticipo lo bastante sustancioso. Ahora aparecen tras un complicado proceso editorial (el libro lo compró el grupo Hachette pero en EE.UU. renunció a publicarlo por las presiones contrarias iniciadas por el hijo del actor, el periodista Ronan Farrow, figura clave del #Metoo. En España lo pone en librerías Alianza, en traducción de Eduardo Hojman, y en julio saldrá en catalán).
A propósito de nada es de obligada lectura para woodyallenianos y cinéfilos en general. Ilustra la trayectoria de un personaje con talento inusual que conoce el éxito muy precozmente. Como suele suceder en casi todas las memorias, la parte de infancia y adolescencia resulta demasiado larga, pero a partir de sus inicios profesionales el libro coge velocidad y se vuelve muy ameno. Nacido en 1935, a los veinte años Woody Allen ya era un cómico de éxito. Se hallaba en el momento y el ambiente justos donde podía ser apreciado, la época de los night clubs con monologuistas y el inicial boom televisivo. En la década de los sesenta cultiva el teatro y se inicia en el cine. En todas las disciplinas aporta e innova, combinando algunas muy distantes entre sí, como la comedia y el falso documentalismo de sucesos de Toma el dinero y corre. Cuando con poco más de cuarenta años estrena la muy autobiográfica Annie Hall, protagonizada por su actriz fetiche Diane Keaton, pocos dudan de que se ha consagrado un genio del séptimo arte.
Su integración de alta cultura (filosofía, novela rusa), costumbrismo moderno y agudo humor imprime a su obra un toque distintivo y le propicia una gran fortuna crítica. En su autobiografía Allen muestra sus recetas para “dirigir fácilmente”. La primera, que el guion sea bueno. Segunda, en una comedia la velocidad es vital. Y sobre todo: antes de filmar hay que quitar la tapa de la cámara. A propósito de nada repasa toda su filmografía, las películas de las que está más contento y las que menos. No siempre coincidimos con su juicio: considera Wonder wheel la mejor de todas.
Abre también sus escenarios: ese mágico Nueva York que contempla una y otra vez desde el gran apartamento sobre Central Park. El Londres de los sesenta, el París donde fantasea con vivir. Y esa Barcelona, “un sueño”, donde pasó un “gran verano” “comiendo en Ca l’isidre todas las veces que pudimos”. Por supuesto desfila un gran elenco de personajes, de la reina de Inglaterra a Ingmar Bergman. El libro está lleno de chistes, la mayoría graciosos, algunos un poco forzados.
En lo personal Allen es sin duda un hombre muy complejo. Cuando nos cuenta que acabó manteniendo relaciones con las tres hermanas Keaton entendemos la génesis de su película Hannah y sus hermanas. Lo ocurrido con su actual pareja da que pensar. Tras su larga y entonces aún vigente relación con la actriz Mia Farrow, Allen emprende una aventura clandestina con una de las hijas adoptivas mayores de esta, Soon-yi. Se fotografían en una situación íntima y Allen olvida las fotos en un lugar donde Farrow puede encontrarlas fácilmente. El doctor Freud tendría mucho que decir sobre este supuesto desliz. La deslealtad del actor en este episodio es de gran nivel, y el dolor y la ira de Farrow, imaginables y comprensibles.
Allen sostiene que a partir de este hecho, que con gran autoindulgencia califica de “poco ortodoxo” –pero no ilegal, pues, según insiste, Soon-yi era mayor de edad y no tenía lazos biológicos con él, su relación posterior ha durado hasta hoy–, se desencadena la venganza de Mia Farrow. Si fue capaz de traicionarla con una hija mayor, también lo es de abusar de otra pequeña, sostendrá Mia. Algo que el actor/ director niega insistentemente, recurriendo a una amplia documentación (y al testimonio de otro hijo adoptivo, Moses, psicoterapeuta) a lo largo de estas páginas. Hoy, a sus 85 años, Woody Allen asegura vivir un momento de gran felicidad familiar, pese al “alto precio” que ha pagado por él, y resume su vida como “afortunada” (aunque en los últimos tiempos, confiesa, le hubiera gustado recibir más apoyo de sus compañeros de profesión).