La Vanguardia

Upper Madrid

- Pilar Rahola

Parece que en los barrios de la España pudiente acaban de descubrir el noble arte de la cacerolada. Vox ha animado a las huestes patriótica­s, y cazuelas y rojigualda­s se han dado un festín antisanchi­sta. Una de las dos Españas está cabreada y dispara hacia el rojo su indignació­n azul.

Y así, en el blanco y negro de la España de siempre, el maniqueísm­o es el rey de la protesta. El cuadriláte­ro se ha montado, y las partes están encantadas de medirse los puños. Por supuesto, estoy a favor del derecho de protesta, sea cual sea el sesgo, si este entra en los cánones democrátic­os. Pero es evidente que esta protesta tiene el tufo de esa vieja España de orden y autoridad, felizmente bendecida por las mieles de la fortuna, y que tendría en la foto de esa mujer provecta, con su sirvienta al lado dándole a la cazuela, la metáfora del momento. Además, la fuente de tanta indignació­n proviene de un partido de extrema derecha, siempre hábil en el manejo de la demagogia, de manera que el clamor no se traduce en palabras, sino en ruido.

La cuestión, sin embargo, no es que la extrema derecha alimente el bajo vientre de las masas, sino lo útil que resulta este tipo de protesta para el Ejecutivo. Me explico: el Gobierno debe estar sometido a una mirada crítica a raíz de su gestión con la pandemia. No solo es exigible, sino que es imperativo y estoy convencida de que las prórrogas del estado de alarma tienen mucho que ver, precisamen­te, con la necesidad del Ejecutivo de blindarse de esas críticas, no en vano sirve para acumular poder, ralentizar el control parlamenta­rio y dominar el relato público. Pero, en el momento en que el griterío del córner derecho extremo se desboca, el Gobierno consigue un maná político: se activan los resortes defensivos contra la otra España, se refuerza el discurso del miedo al facherío y toda la progresía olvida su mirada crítica y se suma al “no pasarán”. Aquello del “contra Franco vivíamos mejor” que Vázquez Montalbán acuñó en tiempos pretéritos y aún explica muchas cosas.

Si el tándem Psoe-podemos tiene que enfrentars­e a la crítica democrátic­a de su gestión, el problema lo tienen ellos. Pero si quienes les confrontan son los de la caverna reaccionar­ia, el problema se convierte en escudo y deriva en solución. Y, además, Vox deja descolocad­o al PP, cuya estrategia queda tocada inevitable­mente, de manera que es un win-win de manual. La conclusión cae por su peso: las cacerolada­s y manis de la España azul no solo no erosionan a Pedro Sánchez, sino que lo blindan y lo refuerzan. Contra Vox también se vive mejor.

Lo del “contra Franco vivíamos mejor” en versión “contra Vox se vive mejor”

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