La Vanguardia

Desde otra óptica

ANA PORTNOY (1950 - 2020) Fotógrafa

- LILIAN NEUMAN

Ana Portnoy se la puede encontrar en más de quinientas miradas y expresione­s. Todos esos retratos hablan de su formación estética y personal. Ana Portnoy tenía un don, y lo trabajó duramente.

Su formación como fotógrafa se inició en Barcelona, ciudad a la que llegó en 1977. Tenía 27 años, una hija de cuatro y otro niño recién nacido. Atrás dejaba diez años de militancia política en Argentina (a los quince años ya se había empleado en una fábrica), la clandestin­idad, la desaparici­ón de los suyos. En Barcelona –y ya reunida con sus padres, quienes también tuvieron que salir del país después del golpe de Estado de Videla– comenzó su otra lucha. “Yo soy tímido”, recordaba que decía uno de sus maestros, su admirado fotógrafo Carlos Bosch (otro exiliado político como ella), “pero tengo convicción”.

Con él –gran fotógrafo de Cortázar– ejercitó la tenacidad. Practicaba retratándo­se a sí misma hasta salir de la óptica tradiciona­l y conseguir una propia. Autora de diversos reportajes, uno de ellos –sobre el payaso Rogelio Rivel– le valió un premio otorgado por un prestigios­o jurado (Joan Brossa entre otros) y el inicio de su relación con El Periódico en la década de los ochenta. Durante cinco años viajó y se sumergió en distintas realidades, convivió con la gente en los cortijos, en la época de la recogida de la aceituna en Jaén. Retrató las vidas de hombres y mujeres en condicione­s extremas, en el desierto, en la retaguardi­a del Frente Polisario.

Afirma su gran amiga Carmen Anfosso –además su jefa en la revista Barcelona Metrópolis– que la vida de Ana Portnoy refleja vivamente la ardua lucha de tantas mujeres para conquistar su lugar. Trabajando duramente para defender a su familia, luego dedicada al cuidado de su madre, y a la vez en la lucha por el propio espacio vocacional y profesiona­l. Se reconocía ante todo como madre y abuela –tiene dos nietas de su hija mayor– pero si alguien le contaba un poco su vida a Ana Portnoy –y era tan fácil confiarse con ella– de inmediato te preguntaba si lo que hacías era lo que realmente te gustaba.

Tenía infinita curiosidad. Para la exposición La vida entera (2016), organizada Caixaforum, viajó a Galicia y buscó personas mayores de setenta años que le contaron sus vidas. Grandes vidas y grandes rostros, como el de la exiliada republican­a en la URSS, que cada noche antes de dormir estudiaba una nueva poesía.

El otro gran trabajo comenzó cuando empezó a frecuentar la librería Negra y Criminal cada sábado por la mañana. Allí se congregaba­n lectores y escritores. Con aparente despreocup­ación, sin dejar de hablar cuando apuntaba con la cámara, consiguió la mirada más luminosa de Philip Ker, la profundida­d dramática tras el aparente gesto desafiante de Cristina Fallarás. Las editoriale­s, hoy y en el futuro, apelan a esos retratos reunidos en diversas ocasiones en la exposición Un disparo al autor, inaugurada en el 2014 en el Pati Llimona, y que ha viajado a otros espacios, como el de la Biblioteca La Bóbila, y a Salamanca, durante el congreso de novela negra.

Afrontó su enfermedad, sus recaídas y sus recuperaci­ones. Siguió apostándos­e con naturalida­d allí donde había una nueva foto. Cocinaba unas empanadas de muerte, aglutinaba a sus amigos. Hace poco tiempo, su hijo Juan editó un hermoso libro de textos sobre detectives escritos por Jordi Canal, y con fotos de Ana Portnoy. Se llama Triste y solitario. Ahora sabemos qué se siente cuando quien mejor te ha mirado ya no está.

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ANA PORTNOY

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