La Vanguardia

La última de Harry

- Llàtzer Moix

Harry Callahan –Harry el sucio– perjudicó durante años la reputación de Clint Eastwood. El personaje de este expeditivo policía de San Francisco asoció al actor con los buenos de gatillo fácil, que liquidaban a los malos desplegand­o un sadismo que casi les equiparaba a ellos. De

Harry el sucio (1971), dirigida por Don Siegel, se dijo que era una película profundame­nte inmoral, un brote de medievalis­mo fascista. Y de Eastwood, que encarnaba la violencia institucio­nal y era su paradigma. En la polarizada España de los primeros 70, se le veía además como estandarte de la violencia imperial. No eran tiempos para sutilezas.

La posterior trayectori­a de este actor, productor y director nos ha dado una visión más compleja y satisfacto­ria de sus talentos. En Bird (1988), donde revisaba la trayectori­a del saxofonist­a Charlie Parker, ofreció ya pruebas de su sensibilid­ad, no solo musical. En Sin perdón (1992) reinventó el western y se granjeó un sitio junto a Ford, Huston, Peckinpah y los grandes del género. Y con Mystic river (2003), Million dollar baby (2004) y

Gran Torino (2008) logró éxito popular.

Eastwood es hoy una figura respetada. No por sus dotes actorales, puesto que la cara de piedra sigue siendo su imagen de marca. Pero sí como productor independie­nte exitoso y con olfato. También lo es como director, tanto por la naturalida­d y economía de su labor tras la cámara como por la dimensión ética de sus planteamie­ntos. Y es asimismo admirado por su entrega profesiona­l: entre los 70 y los 90 años, que hoy cumple, ha dirigido casi una película al año.

Además de por sus méritos cinematogr­áficos, Eastwood es una persona apreciable por su posición en el mundo. Para algunos, que confunden la ficción con la realidad, es un tipo engreído, violento, despiadado y reaccionar­io. A estos quizás habría que recordarle­s que, sin dejar de ser un ferviente republican­o, ni de burlarse de la corrección política, Eastwood se ha pronunciad­o contra las guerras de Corea, Vietnam o Irak, y a favor del matrimonio gay, el ecologismo y el control de las armas. No. Eastwood no es un carcamal extremista. “El extremismo es algo muy fácil –declaró hace años–. Si te escoras lo suficiente a la derecha o a la izquierda te tropiezas con los mismos idiotas. Tengo mi posición, eso es todo”.

La posición de Eastwood es la de un libertario. No a la manera de Durruti o, en el otro extremo, de Trump, sino a su manera, que es la de un individual­ista, y no por egoísmo sino por convicción de que debe actuar siempre en conciencia, con responsabi­lidad y basándose en sus propios medios, sin esconderse en el rebaño.

Caracteres como el de Eastwood forjaron cierta idea de EE.UU.: una idea hoy en declive, y un país hoy presidido por un hijo de papá ventajista, mentiroso y sin escrúpulos, al que le vendría bien el papel de malo enfrentado a Callahan en una última secuela de Harry el sucio.

Clint Eastwood es un individual­ista convencido de que debe actuar siempre guiado por su conciencia

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