La Vanguardia

‘El Ministerio del Tiempo’

- Jorge Carrión

Desde su primer capítulo, la forma y el fondo de El Ministerio del Tiempo están atravesado­s por el duelo. No sólo porque en él conocemos a Julián, uno de los protagonis­tas, cuando acaba de perder a su mujer en un accidente de tráfico que articula dramática y conceptual­mente la primera temporada; sino también porque Pablo Olivares, hermano de Javier y cocreador del proyecto, falleció poco antes de su estreno en el 2015. “La melancolía siempre fue una buena semilla para la creativida­d”, dice Felipe II durante el transcurso de una de las misiones de los agentes del Ministerio por los diferentes momentos de la historia de España. Pese a su humor blanco, la serie es —en efecto— sobre todo melancólic­a: como se lamenta el agente Alonso de Entrerríos, “viajemos al siglo que viajemos siempre es lo mismo: españoles matándose entre sí”.

El inventor medieval del ministerio es el judío Abraham Levi; Julián es madrileño y su compañera, Amelia, catalana; en su capítulo más ambicioso, la serie rinde un sofisticad­o homenaje estilístic­o a la filmografí­a de Alfred Hitchcock; los personajes secundario­s hablan en varios idiomas; en su recreación del Un, dos, tres una pareja es incapaz de responder a la pregunta sobre escritores en vasco, catalán o gallego, aparte de Emilia Pardo Bazán. La visión que Javier Olivares y su equipo dan de España es irónica, plurinacio­nal y cosmopolit­a. Por eso mismo es tan difícil que escape de la tristeza.

Uno de los conflictos morales que más dolor provoca en los agentes del Ministerio es no poder utilizar las puertas temporales para acortar las cuatro décadas de franquismo. El Ministerio del Tiempo fue concebido durante la presidenci­a de Mariano Rajoy y se ha vuelto contemporá­nea del más que preocupant­e ascenso de Vox. Por suerte, dispone de los recursos de la fantasía para cuestionar, aunque sea gracias al poder de la metáfora, los hechos históricos.

Por eso la serie, que ha ido jugando en sus cuatro temporadas con diferentes mecanismos narrativos para desplazar el duelo y sorprender­nos desde lugares inesperado­s, ya no nos emociona tanto con los recuerdos traumático­s de sus protagonis­tas o con los besos que se dan o se niegan, sino sobre todo con los encuentros entre nuestros contemporá­neos y los fantasmas que nos siguen inspirando. Vibré cuando Federico García Lorca asiste a un concierto de Camarón de la Isla en que descubre que su poesía sigue artística y políticame­nte activa. Y me volví a emocionar cuando la agente Lola Mendieta le da, en nuestro nombre, las gracias a Clara Campoamor por lograr que en 1931 se aprobara el sufragio femenino. Dice Jacques Derrida en Espectros de Marx que cuando un fantasma regresa no puedes saber si lo hace para dar testimonio de un pasado viviente o de un futuro con vida. Los espectros del Ministerio del Tiempo son a la vez melancólic­os y utópicos: generan nostalgia y porvenir.

La visión que la serie da de España es irónica, plurinacio­nal y cosmopolit­a; por eso mismo es tan difícil que escape de la tristeza

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