Trump evita llamar a la unidad, pide mano dura y agrava la crisis
El presidente recrimina a los gobernadores su debilidad y les insta a detener y encarcelar a los manifestantes para no parecer “tontos”
“Soy el presidente la ley y orden”, proclamó anoche Donald Trump, en una dramática rueda de prensa en los jardines de la Casa Blanca en la que anunció el despliegue de “miles y miles de soldados y agentes del orden fuertemente armados” para asegurarse de que el toque de queda decretado por el ayuntamiento para contener las protestas se cumple. El líder estadounidense definió el grueso de las protestas como “terrorismo doméstico” e invocó una ley de 1807 para desplegar el Ejército en los estados que no sean capaces de frenar la violencia. Ni un guiño, ni un gesto a las demandas de los manifestantes, la mayoría pacíficos.
El productor televisivo que sigue siendo Trump construyó un dramático momento para la ocasión: junto a su discurso, las pantallas partidas de las televisiones retransmitían las imágenes de la policía en el exterior tratando de dispersar a los manifestantes frente a la Casa Blanca con gases lacrimógenos y caballos. Minutos después, despejado y controlado el espacio, el presidente salió a pie del recinto para visitar, Biblia en mano, la iglesia de Saint John, que la víspera acabó en llamas en medio del caos. Una imagen pensada para movilizar a su base electoral, no para aplacar las tensiones, dar esperanza a los manifestantes o unir al país. “Ha creado un momento explosivo sólo para hacerse una foto”, sentenció el gobernador de Illinois J.B. Pritzker.
Horas antes, se filtraba la acalorada charla que Trump dio por teléfono a los gobernadores de los 50 estados del país, a los que insultó con la misma pasión con la que les pidió no andarse con chiquitas con los manifestantes. “Tenéis que imponeros porque si no os van a pasar por encima y vais a parecer una banda de gilipollas. Tenéis que detener y procesar a la gente”. Si no paráis esto “todo va a ir a peor”. “La mayoría de vosotros sois unos débiles”, “unos tontos”, les gritó, alterado.
No está claro dónde ha pasado las últimas noches el presidente. Sólo ahora se ha sabido que el viernes por la noche, sorprendidos por las protestas, los servicios secretos lo llevaron al búnker de la Casa Blanca, algo que en general solo se hace en caso de alerta terrorista alta. Trump tuiteó a la mañana siguiente que siguió de cerca “cada movimiento” de manifestantes, policía y servicios secretos. Recalcó que no podía haberse sentido “más seguro”. Lo que no se sabía es que desde donde lo siguió todo fue desde el subterráneo de la Casa Blanca.
El domingo, las marchas de protesta recorrieron Washington durante todo el día. Al caer la noche, el ambiente pacífico dio paso a algunos choques entre manifestantes y la policía, lo que llevó a la ciudad a decretar el toque de queda. La Casa Blanca apagó excepcionalmente la iluminación exterior, estampa que propició numerosas metáforas.
Cerca de las once de la noche, la policía pasó a la acción para expulsar a los manifestantes del adyacente parque de Lafayette a empujones y con gases lacrimógenos. La situación se descontroló rápidamente, según testigos presenciales. En medio de la confusión, los alborotadores tomaron el mando de la primera línea de la protesta. Y fuera de ella. Comenzaron a lanzar piedras, bengalas, bombonas de gas y hasta patinetes al otro lado de la barricada, donde los agentes respondieron con más dureza que en días anteriores, golpeando con bates a los manifestantes, que salieron corriendo
LLAMADA A LOS GOBERNADORES El presidente: “Tenéis que imponeros, si no vais a parecer una banda de gilipollas”
ALERTA MÁXIMA Los servicios secretos llevaron al mandatario al búnker de la Casa Blanca el viernes
por las calles. Quemaron coches y destrozaron las fachadas de varios edificios. Lejos del centro, donde la policía estaba concentrada, se sucedieron actos de pillaje.
Si Trump hubiera mirado por la ventana, habría visto varias columnas de humo saliendo de los alrededores de la Casa Blanca. El sótano de la iglesia de Saint John, lugar de culto de washingtonianos y presidentes de EE.UU. desde 1815, fue presa de las llamas aunque el incendio, iniciado en el sótano, pudo sofocarse a tiempo. Ardió también la sede de la Federación de Trabajadores
de EE.UU. (AFL) que respondió que “el movimiento obrero es más importante que un edificio y las vidas de los negros importan”.
Black Lives Matter, como se llama el movimiento de denuncia del racismo surgido hace un lustro. La misma frase que una refinada tetería del centro destrozada por las protestas, Teaism, usó para reaccionar “antes de que otros pongan otras palabras en nuestra boca”. O el restaurante Founding Farmers: “La rabia está justificada. Preferiría que se expresara pacíficamente pero si me toca a mí sufrir algún daño material, seamos serios, eso no es sufrir”, dijeron sus dueños.
Distinguir entre las legítimas protestas pacíficas, que muchos americanos apoyan, y la violencia será seguramente más difícil conforme avancen los días, caso de que la protesta se prolongue. El trasfondo de esta rabia no es sino la fuerte desigualdad económica y social, que en EE.UU. tiene un fuerte sesgo racial. La riqueza media de una familia blanca americana es diez veces mayor que la de una negra. Un afroamericano tiene 2,5 más posibilidades de ser asesinado por la policía que un blanco. La lista sigue.
La coincidencia de las protestas y los disturbios con una pandemia y una grave crisis económica hace imposible prever por cuánto tiempo se prolongará la situación. A las puertas del verano y con 40 millones de nuevos parados, no es descartable que EE.UU. entre en un prolongado periodo de agitación. Las elecciones, como ayer recordó Trump, son el tres de noviembre. “¡Ley y orden!”, reclama utilizando el eslogan con el que Richard Nixon fue elegido en 1968 después de un largo periodo de agitación social. Confía en que a él le ayude a conseguir un segundo mandato pero está por ver cómo pesan el caos y su agresiva respuesta en los votantes.
Conforme pasan los días, la policía ha reprimido a los manifestantes con creciente contundencia –brutalidad, en no pocos casos–, lo que no ha hecho sino agravar las tensiones. La chispa que volvió a hacer estallar las tensiones sociales latentes en el país fue al fin y al cabo un episodio de violencia policial que se cobró la vida de otro negro desarmado más, George Floyd, hace una semana en Minneapolis.
Trump pidió más mano dura a los gobernadores de los estados afectados por las protestas –en su mayoría, demócratas, dado su carácter urbano– y les acusó de haber convertido al país “en el hazmerreír del mundo”. “Tenéis que intentar que la gente vaya a la cárcel por mucho tiempo”, “no tengáis demasiados reparos”. “Alguien que tira una piedra es como si disparara una pistola. Debes tomar represalias y usar el sistema legal”, recomendó a los gobernadores, a los que amenazó con imponer su respuesta. “Entraremos y haremos lo que hay que hacer, y eso incluye utilizar el poder ilimitado de nuestro Ejército y muchas detenciones (...) Esto es como una guerra... Y la terminaremos rápido”.
PROTESTAS SOCIALES
La riqueza media de una familia blanca es diez veces mayor que la de una negra en EE.UU.
LA AMENAZA DE TRUMP “Entraremos y haremos lo que tenemos que hacer con el poder ilimitado del Ejército”