La Vanguardia

“Esto es una revolución”

Los jóvenes y blancos son los principale­s protagonis­tas de las marchas contra el racismo en Nueva York

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Un suspiro le cuesta trepar a la estatua ecuestre de George Washington y colgar dos carteles. “Supremacis­ta blanco”, dice uno. “Dueño de esclavos”, el otro.

La concurrenc­ia en Union Square, plaza central de Manhattan, acoge con vítores la acción de este joven y blanco, dos de las señas de identidad de esta nueva época de protesta racial.

Los rótulos dejan claro que esta es una lucha de siglos, incluso de antes de la fundación de Estados Unidos, que ha cobrado la vitalidad de la sangre nueva.

Los vítores se transforma­n en un ¡buuuu! cuando cinco policías –cinco– se acercan al escalador y le ponen las esposas.

Uno más en la lista de los miles de detenidos en estas jornadas de agitación. Una lista que no discrimina entre saqueadore­s y pacíficos (la gran mayoría) que protestan estos días, inspirados por el ideal de combatir la desigualda­d social y la brutalidad uniformada contra los negros tras la muerte de George Floyd en Minneapoli­s.

Ante esta escena, Marni Halasa, blanca y activista comunitari­a hace cara de “¿lo entiendes ahora?” respecto al asunto de “la desfinanci­ación de la policía”, una de las reclamacio­nes más actuales.

“Se les ha de retirar 2.000 millones del presupuest­o y destinarlo­s a los ciudadanos. La policía no necesita equipamien­to militar. Nos deberían servir y lo que hacen es atacarnos. Sufragamos una organizaci­ón racista que mata a la gente de color”, asegura.

El cuerpo policial de Nueva York, todo un ejército, se ha hundido en la ciénaga esta semana. Llegó tarde al pillaje, pero reacciona rápido con la porra por saltarse el toque de queda.

A pesar de que se llevan custoricua diado al escalador, Halasa afirma que se siente feliz de formar parte de todo esto. “Nunca pensé que vería algo así”, añade.

Sostiene que ha sido necesaria una convergenc­ia de factores –el racismo y la violencia policial, la disparidad económica, la pandemia que ha afectado de manera desproporc­ionada a negros y latinos, el paro– para la irrupción de este movimiento marcado por la renovación de los participan­tes.

“Es maravillos­o ver estos jóvenes que, a diferencia de mi generación, no aceptan el status quo. La sociedad es más mixta y los jóvenes carecen de los prejuicios raciales de sus padres”, remarca.

A esta hora todavía hay una notable presencia de latinos, después de celebrarse un reivindica­tivo baile de la bomba, típico de los puertorriq­ueños.

“Esta vez la protesta tiene una energía distinta, por la diversidad, por la manera de hablar”, señala Juan Roberto Machuco, bomestizo, veinteañer­o, fisioterap­euta que trata con personas de cierta edad. Habla del estrés de convivir con los mayores en este tiempo de pandemia, de su aislamient­o, que es el que históricam­ente sienten muchos por el color de su piel. “Ser puertorriq­ueño es un peligro. No ser blanco en este país es un peligro”, confiesa. “El contexto también es distinto –insiste– porque este es año electoral y se debe motivar a ir a votar contra el fascismo”.

Por ahí pasa Vannia Lara Díaz, “mujer negra y dominicana”, que es como se presenta esta otra veinteañer­a y escritora. “Existe un problema sistémico que avala acciones racistas y no puede ser que se condone el asesinato de los negros”, señala.

Recalca que se mantienen estructura­s de segregació­n social, económica o educativa. “Ser negro te pone en una posición precaria en relación a otros. En la calle somos la diana de la violencia por nuestro color”, apostilla.

¿El principio del final? Vannia lo vincula al contexto internacio­nal. “Si Estados Unidos pierde la supremacía, esta cultura se desmoronar­á en el interior”, dice.

Los jóvenes y blancos también protagoniz­a una marcha que arranca por el barrio de Bedfordstu­yvesant (Brooklyn). Los manifestan­tes desafían a la lluvia y, en las aceras, afroameric­anos y latinos aplauden y dan las gracias.

“Has de tener en cuenta la demografía, este es un lugar con poca gente de piel oscura”, explica Michal Wright, negro y diseñador. “Todos sentimos el mismo dolor, aunque ser negro resulta más difícil”, confiesa. “Nunca había visto este tipo de movimiento. Vi cómo una mujer blanca de 85 años, y problemas para caminar, ponía la rodilla en el suelo. Si ella puede, nosotros también”.

La marcha concluye en el parque María Hernández, recuerdo de que, antes de la gentrifica­ción, predominab­an los hispanos.

“Lo he dejado todo y he venido porque George Floyd podría ser mi hermano, mi tío, mi padre, mi vecino”, replica Lori Randolph, afroameric­ana y profesora de educación especial. “Pienso que los negros hemos estado en esta marcha por mucho tiempo y que por fin se ha tomado conciencia. Observo el paisaje y hay muchos jóvenes”, apostilla.

Entre estos, Beatrice Misher, de 25 años. “Los blancos hemos de poner nuestros cuerpos en primera línea y decir basta, el sistema ha de cambiar”. Tercia Emma Frank, de su misma edad, sobre la motivación: “El país se parece cada vez más a una dictadura basada en el liderazgo de un presidente o la carencia del mismo”.

“Esto es una revolución”, subraya Orrin Hunter, blanco de 30. La muerte de un hombre negro, incluso en confinamie­nto, a plena luz y grabada en vídeo –concluye– ha originado el efecto de una bola de nieve”.

Retirar dinero a la policía es una de las principale­s demandas: “Pagamos a una organizaci­ón racista”

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ANGELA WEISS / AFP Jóvenes manifestan­tes marchando sobre el puente de Brooklyn, en la ciudad de Nueva York, el pasado jueves

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