Tropas francesas matan en Mali al líder de Al Qaeda en el Magreb
Las tropas francesas que desde hace años combaten al yihadismo en África han logrado uno de sus mayores éxitos. En una operación de las fuerzas especiales galas en el nordeste de Mali, el pasado miércoles, resultó muerto el líder de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), el argelino Abdelmalek Drukdal, y diversos de sus colaboradores, según anunció el viernes la ministra de Defensa, Florence Parly.
Gracias a la colaboración entre los servicios de espionaje estadounidenses, que disponen de importantes medios de vigilancia aérea en el Sahel, y sus homólogos franceses, pudo ser “neutralizado” un líder yihadista que empezó su trayectoria hace casi treinta años, en su Argelia natal, mientras estudiaba ingeniería, afiliándose al Frente Islámico de Salvación (FIS). Drukdal participó durante años en la lucha guerrillera desde los bosques de Akfadu, en la Kabilia, y también en los montes de Tebessa, cerca de la frontera tunecina. Luego se trasladó al norte de Mali, que se convirtió en uno de los principales teatros de operaciones del yihadismo internacional. Este aprovecha la debilidad de los estados del Sahel, su pobreza endémica y las rivalidades tribales para echar raíces y extender su influencia.
La esperanza de Francia es que la muerte de Drukdal debilite a los grupos yihadistas presentes en la zona, aunque se trata de una misión difícil porque en esta guerra, en cierto modo comparable a la que libraron Estados Unidos y sus aliados en Afganistán, se mezcla el yihadismo con otros factores como el tráfico de drogas y la inmigración ilegal. Las bandas yihadistas forman una nebulosa difícil de identificar, con actividad intermitente y alianzas cambiantes. Por mucho que se logren triunfos militares puntuales, lo fundamental sería una transformación social profunda, a largo plazo, y eso es una tarea mucho más amplia que las tropas no pueden asumir. Los propios jefes militares franceses han reconocido en el pasado que la guerra del Sahel es imposible de ganar.
Hace unos meses, después de varios reveses –entre ellos, el choque entre dos helicópteros en Mali, accidente en el que murieron 13 soldados franceses–, el presidente Emmanuel Macron decidió aumentar a 5.100 el contingente en la operación Barjan, un despliegue que se prolonga desde el 2013 en cinco países (Níger, Mali, Burkina Faso, Mauritania y Chad) y que recibe el apoyo logístico de otros países europeos, entre ellos España. Pero el área de acción es enorme –mayor que la Unión Europea–, y los medios, insuficientes.
Para Francia, el despliegue en el Sahel muestra su ambición de potencia global y, como víctima de graves atentados en su propio suelo desde el 2015, su voluntad de frenar el yihadismo en sus bases lejanas.