La Vanguardia

Los mercenario­s vuelven a África y hablan ruso

La compañía rusa de mercenario­s Wagner pisa fuerte en Libia, o el retorno del gremio a África tras los días afganos y sirios

- JOAQUÍN LUNA Barcelona

Sabemos más o menos cuando empiezan las guerras en África y rara vez cuando y cómo terminan, de ahí su facilidad para caer en el olvido. Los que nunca fallan son los mercenario­s, que han vuelto a África, su hábitat natural, tras el declive de mercados lucrativos como Siria, Irak, Afganistán o Ucrania. Y el vacío de poder que deja la (no) política exterior de la Administra­ción Trump.

La noticia es el desembarco de Rusia en el mercado persa de África, con los mismos métodos y argumentos empleados históricam­ente por sudafrican­os, británicos o estadounid­enses.

Los soldados de fortuna trabajan ahora camuflados en compañías “privadas”, con sus webs y una filosofía pragmática de cara a sus clientes, por lo general presidente­s de África en apuros: somos más eficaces y baratos que esos arsenales de armas onerosos llamados a convertirs­e en chatarra en el margen de alguna carretera. Y más de fiar que unos ejércitos algo indiscipli­nados –y no siempre bien pagados– de los que emergerá el sargento o capitán llamado a derrocarle.

El británico Simon Mann, educado en Eton, dejó los grupos especiales del ejército británico tras foguearse en Irlanda del Norte. Llegó a general del ejército de Angola cuando el país era uno de los más enconados campos de batalla de la guerra fría. Terminado el conflicto, trabajaba en Londres para una compañía con una única explotació­n petrolífer­a, en Angola. Los antiguos aliados en la guerra –la Unita– eran ahora los okupas del negocio. Audaz, Simon Mann organizó la reconquist­a con antiguos soldados sudafrican­os, que se veían en la calle con la inevitable ascensión de Mandela después de haber peleado y muerto por una patria –la del apartheid– que nunca más sería la suya. Gente bregada. Y resentida.

Tras seis días de lucha, Mann y sus mercenario­s recuperaro­n el control de la zona del yacimiento.

Los gobiernos de la región tomaron nota.

“Me dijeron: ustedes han sido los primeros en muchos años que han hecho lo que dijeron que harían”, recuerda Mann, retirado en la campiña inglesa tras una carrera de mercenario intelectua­l cuyo final fue sonado: cuatro años de prisión en Zimbabue y 18 meses aislado en una celda de la prisión de Black Beach, en Guinea Ecuatorial, por el fallido intento de derrocar al presidente Teodoro Obiang.

–¿Cuál ha sido el mejor consejo que ha recibido en su vida?

La pregunta se la formuló un periodista en la serie de entrevista­s de London Real en busca de los secretos del mercenario.

–Me la dio el coronel David Stirling (fundador del cuerpo especial SAS del ejército británico): Siempre hay que ir a la yugular. Simon, la yugular...

La marca de moda en el mundo de los mercenario­s a día del año 2020 se llama Wagner. O Grupo Wagner. Un símbolo de la “nueva” Rusia. Despierta recelos en muchos frentes. Entre la competenci­a anglosajon­a y sudafrican­a –rauda a la hora de recordar sus fiascos en Mozambique contra el yihadismo o en Sudán para sostener al depuesto Omar al Bashir–, entre la propia comisión de la ONU que vela –sin mucho éxito– por el cumplimien­to de la prohibició­n de los mercenario­s o en el Pentágono, que se impacienta por el desembarco de mercenario­s rusos en Libia para apoyar al general rebelde Jalifa Haftar a cambio de concesione­s petrolífer­os en su feudo del este del país.

Wagner es otro símbolo de la era Putin. Aunque el interesado lo niega, Washington y Londres atribuyen la presidenci­a del grupo a Yevgeni Prigozhin, próximo al Kremlin desde los tiempos en que atendía a Putin en su lujoso restaurant­e de San Petersburg­o.

Prigozhin preside también el conglomera­do mediático Patriot –una suerte de Peña Vladímir Putin– y figura entre los empresario­s sancionado­s por el Tesoro de EE.UU. por la campaña de trolls rusos para interferir en las elecciones al Capitolio del 2016.

En lo que respecta a los operativos sobre el terreno, nuestro ejecutivo se llama Dmitri Utkin, comandante en excedencia del ejército y actor destacado en la defensa de los intereses de Rusia en Crimea, la región ucraniana del Donbass o Siria.

Como sucede en todas las grandes marcas de mercenario­s anglosajon­as, Wagner es una puerta giratoria para oficiales y soldados del ejército, bien por afán de aventura, bien por unos sueldos y primas que ningún ejército regular abona. Y los legendario­s bonus, porque si hay un oficio en el que se paga bien cuando se cumplen objetivos, es este. Las eternas razones de los mercenario­s de Katanga, Biafra, Rodesia (la actual Zimbabue) o Sierra Leona, guerras salvajes que atraparon la atención del mundo medio siglo atrás.

La expansión de Wagner es inseparabl­e de la ofensiva diplomátic­a rusa por ganar cuota en África. El pasado octubre, el presidente Putin organizó con gran éxito de asistencia una cumbre Rusia-áfrica en Sochi, la primera de la historia, con nada menos que 43 jefes de Estado o de Gobierno. El foro condensa el interés al alza de Moscú por un continente en el que es el primer vendedor mundial de armamento.

“Wagner es para Rusia la mejor forma de influir sobre el terreno en África porque le permite una libertad de acción y agilidad que no tendría una presencia militar convencion­al, sujeta a normas y visibilida­d. Así actuaron en Siria”, explica una fuente diplomátic­a de la UE.

Un enfoque extensible a todas las empresas de seguridad “privadas” de Europa y Estados Unidos –conectadas a las respectiva­s administra­ciones–, siguiendo el patrón de la desapareci­da Sandline británica o la estadounid­ense Blackwater, que tuvo que cambiar de nombre en el 2011 por temor a posibles reclamacio­nes millonaria­s tras sus desmanes en Afganistán e Irak.

Uno de los contratos más singulares de Wagner es el de la República Centroafri­cana, cuya multicolor bandera insinúa cier

La compañía rusa Wagner está ganando reputación por el ‘desembarco’ de mercenario­s en Libia, que enerva al Pentágono

tas fragilidad­es. Guerra en curso desde el 2012 entre milicias cristianas y musulmanes, señores feudales, un millón de desplazado­s de los cinco de su población y un presidente en apuros, Faustinarc­hange Toudéra.

Tres periodista­s rusos curtidos –financiado­s por una web de periodismo de investigac­ión antiputin– viajaron al país en julio del 2018 para saber los vínculos de Wagner y las minas de oro.

Entre Bangui, la capital de la República Centroafri­cana, y Sibui, 180 kilómetros al norte, el vehículo del equipo fue intercepta­do por unos hombres armados. Una ráfaga y tres cadáveres. ¿Quién va a poder esclarecer semejante suceso en un rincón del fin del mundo?

La web para la que trabajaban concluyó que un militar local conectado con mercenario­s rusos tendió la emboscada. El Gobierno de Bangui optó por una versión más convencion­al: hay bandidos en la zona y son muy malos.

El principal foco mercenario está ahora en la guerra civil de Libia. Según EE.UU., aviones rusos han transporta­do armamento sofisticad­o y entre 800 y 1.200 mercenario­s de Wagner al antiguo reino del general Gadafi.

Desde la sede de Africom en Alemania (el comando militar de EE.UU. para África), el general Stephen Townsend denunció el 26 de mayo que “tal y como hemos visto hacerlo en Siria, están expandiend­o (Rusia) su huella militar en África utilizando grupos que reciben apoyo del Gobierno, como Wagner”.

El Africom ha sondeado ya a Túnez sobre la posibilida­d de desplegar efectivos a la vista de la creciente huella rusa en Libia.

Curiosamen­te, existe una “convención internacio­nal contra el Reclutamie­nto, Utilizació­n, Financiaci­ón y Adiestrami­ento de Mercenario­s”, que entró en vigor en el 2001 tras nueve años de negociacio­nes, pero que no ha suscrito ninguna potencia. Ni si

quiera España. El enfoque de la ONU recuerda al de la prostituci­ón: el mercenario está prohibido, pero urge su regulación.

El profesor nigeriano Chris Kwaja es el relator especial de la ONU sobre mercenario­s. Atiende a La Vanguardia.

–¿Le preocupa Wagner? –Wagner está ganando notoriedad como una amenaza grande para la paz y la estabilida­d debido a su papel en el continente africano. El recurso de Wagner a la contrataci­ón de mercenario­s representa un desafío creciente para África, debido a la experienci­a de los africanos con los mercenario­s en el pasado, como se vio en Sierra Leona, así como la situación actual en Libia.

El problema es que los mercenario­s sólo cobran bien si cumplen –en caso de incumplir, pueden acabar bajo tierra– y saltan a la yugular. Como asegura en su web la firma de mercenario­s sudafrican­a STTEP: “El fracaso nunca es una opción”.

Simon Mann, un mercenario educado en Eton, recuerda el consejo de un legendario coronel británico: “Ir a la yugular. Simon, la yugular...”

Las compañías de seguridad ‘privadas’ venden con éxito en África su filosofía empresaria­l: somos más baratos y de fiar que sus ejércitos

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MAHMUD TURKIA / AFP
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Técnicas avanzadas. Un mercenario serbio adiestra a soldados del Zaire del dictador Mobutu en los años noventa
El fracaso. Mercenario­s ucranianos y rusos arrestados en la capital de Libia tras la caída del coronel Gadafi Técnicas avanzadas. Un mercenario serbio adiestra a soldados del Zaire del dictador Mobutu en los años noventa
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PATRICK ROBERT - CORBIS / GETTY Caída de Mann El legendario mercenario británico, a la izquierda, tras su juicio en Harare en el 2003
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STR / AFP

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