La Vanguardia

El fuego y la palabra

- FE EN EL MUNDO María-paz López

Acudir a una película para titular un artículo denota escasez de recursos y requiere como mínimo un acto de contrición y algún argumento razonado. En mi descargo diré que ese filme fue lo primero que me vino a la cabeza al ver la foto del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, alzando una Biblia ante la iglesia episcopali­ana de Saint John, en Washington, en reacción a las protestas contra el racismo sistémico tras la muerte a manos de la policía del ciudadano negro George Floyd.

El fuego y la palabra –el título original es

Elmer Gantry, el nombre del protagonis­ta, como la novela de Sinclair Lewis en que se basa–, estrenada en

1960, es un mordaz retrato del fundamenta­lismo religioso cristiano estadounid­ense a través del ascenso de un predicador sin escrúpulos, interpreta­do por el actor Burt Lancaster. En el tráiler, Lancaster dice sonriente, Biblia en mano: “Elmer Gantry es un chico muy americano; le interesan el dinero, el sexo y la religión”.

Trump se plantó el lunes ante la iglesia de Saint John –que había sufrido daños menores por incendio en los disturbios que siguieron a las protestas– y, sin mediar palabra, levantó la Biblia para los fotógrafos. En la zona no había un alma; pacíficos manifestan­tes fueron desalojado­s por la policía con gases lacrimógen­os para despejar el escenario, y un pastor fue conminado a irse. El martes, Trump y su esposa acudieron al Santuario Nacional de San Juan Pablo II, una visita programada meses antes que redondeó el toque religioso que el inquilino de la Casa Blanca busca.

Esta gira presidenci­al por iglesias de la capital indigna a varios obispos estadounid­enses, que han hablado de “profanació­n de símbolos religiosos”. Otros prelados callan. Pero está claro que Trump y los suyos han calculado bien los beneficios potenciale­s de esas visitas. “¡En América no se queman iglesias!”, tuiteó Trump el jueves.

Fervientes evangélico­s, en su mayoría blancos, contribuye­ron con su voto a que este hombre de negocios multimillo­nario fuera elegido presidente. Pero, entre los creyentes, hubo más. Según análisis del Pew Research Center, en las elecciones de noviembre del 2016 votaron a Trump el 81% de los evangélico­s blancos, el 60% de los católicos blancos, y el 58% de los protestant­es (aquí el estudio no desglosó a los blancos). De un modo u otro, ven en Trump –que se declara presbiteri­ano– a un defensor de la América cristiana y blanca que reivindica­n y añoran. La escena en Saint John es magnética. No importa que el personaje sea incapaz de citar un versículo bíblico, que tenga un historial de adulterio, o que en un vídeo del 2005 se le oiga decir obscenamen­te de las mujeres: “¡Agárralas por el c…!” (sic)

El uso político de la religión es un clásico universal –lo es también a la inversa–, y Trump está en ello. El fuego y la palabra –un raro caso en que el título en otra lengua es más logrado que el original– incluye escenas de retórica encendida, fieles con antorchas y un tabernácul­o en llamas. Como el filme dirigido por Richard Brooks se estrenó hace 60 años, contar el final no podrá considerar­se un spoiler: Elmer Gantry se sale con la suya, pese a todo. Donald Trump aspira a ser reelegido en las urnas el próximo 3 de noviembre. Veremos si los paralelism­os con la película persisten.

La puesta en escena de Trump ante una iglesia supone un abuso de símbolos religiosos, pero es magnética para los fundamenta­listas cristianos blancos

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El presidente de EE.UU., Donald Trump, el lunes ante la iglesia de Saint John (Washington), en zona de protestas contra el racismo
PATRICK SEMANSKY / AP Biblia en mano El presidente de EE.UU., Donald Trump, el lunes ante la iglesia de Saint John (Washington), en zona de protestas contra el racismo
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