La Vanguardia

¿Por qué la lengua castellana solo tiene cinco sonidos vocálicos?

- MAGÍ CAMPS

Las lenguas no nacen por generación espontánea ni de un día por otro. Si en toda la parte sudocciden­tal de Europa se hablan lenguas de caracterís­ticas parecidas, es porque pertenecen al mismo tronco familiar y tienen un origen común: el latín. Que después cada una haya presentado unas variantes y una personalid­ad propia tiene que ver con las lenguas que se hablaban antes en esos territorio­s, con las que han convivido y con las que las han visitado (sustrato, adstrato y superestra­to).

La lengua de los romanos tenía diez sonidos vocálicos que, a partir de A, E, I, O, U, se duplicaban en cinco vocales largas y cinco cortas. Las letras, como han dejado patente las lápidas y las inscripcio­nes, las escribían con mayúscula. Cuando el latín se fragmentó en lo que acabarían siendo las lenguas actuales, aquellas vocales largas y cortas se convirtier­on mayoritari­amente en abiertas y cerradas, sobre todo en lo que respecta a la e yla o. Esta caracterís­tica, que, con más o menos variantes, es común a la mayoría de las lenguas románicas, en castellano se simplificó hasta cinco vocales peladas, sin distinguir entre largas y cortas, ni abiertas y cerradas.

El esquema del catalán, con la e yla o abiertas y cerradas, es parecido, con muchas variantes, al galaicopor­tugués, occitano, francés... El castellano, en cambio, no. Cinco y basta, como pasó con el sardo, pero esa es otra historia. ¿Qué provoca que los primeros hablantes del castellano, que habitaban la parte norcentral de la Península, diferencia­ran sólo cinco sonidos vocálicos? Pues que la lengua que hablaban antes no tenía más. Y esa lengua era el vasco.

Cuando una persona aprende una nueva lengua, de entrada adapta los sonidos nuevos a los que le son propios, mientras va perfeccion­ando la pronunciac­ión y adapta su aparato fonador a aquellos nuevos sonidos que hasta entonces le habían resultado extraños. Pero los habitantes del norte peninsular ya tenían suficiente trabajo para hablar la lengua de los colonizado­res romanos, como para llegar al nivel D del latín. El vasco, su sustrato lingüístic­o sobre el que aprenden la nueva lengua, permanece y marca la fonética de la lengua impuesta.

Sin embargo, hecha la simplifica­ción, los hablantes de aquel protocaste­llano, o de aquel latín vulgar del centro-norte peninsular, veían que había diferencia­s entre unas letras largas y unas cortas o, ya evoluciona­das en latín vulgar, abiertas y cerradas. Por ello, en el caso de la e y la o abiertas optaron por diptongar. Sólo hay que pensar en cómo lo resuelve el catalán para constatar esta diptongaci­ón: cel/cielo, mel/miel, penso/pienso; mort/muerto, porta/puerta, bo/bueno.

Todo esto es sólo un apunte divulgativ­o de los estudios que analizan con todo detalle estos fenómenos lingüístic­os, que son mucho más complejos.

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