La Vanguardia

Espejismo europeo

La propuesta de fondo de recuperaci­ón de la Comisión Europea no aliviará los problemas de deuda de los países más afectados por la pandemia.

- Manel Pérez

El Banco Central Europeo (BCE) ha vuelto a poner de manifiesto esta semana, con la ampliación de su programa de compra de deuda pública contra la pandemia, cuál es el problema de las economía europeas más débiles. Enorme y urgente. La emisión de deuda en cantidades inauditas desde la Gran Recesión del 2008-2013, para financiar los programas de choque con los que paliar los efectos destructiv­os de una parálisis económica que ya supera un trimestre completo. Este será durante los próximos y largos meses el principal dolor de cabeza para países como España e Italia. Sus gobiernos han gastado, gastan y gastarán recursos públicos –dejemos constancia de que, de todos modos, mucho menos que los más ricos del centro y el norte de la UE– en mantener a flote la sociedad y para ello están obligados a endeudarse más y más. Esta es la situación ahora y lo seguirá siendo también durante gran parte del año próximo. Un lastre presente y futuro que puede ensanchar la divergenci­a entre las diferentes economías de la eurozona.

Y a este desafío, Europa no le ha dado respuesta, pese a las grandes cifras del fondo Próxima Generación de la UE, propuesto por la Comisión Europea sobre la base del acuerdo Merkel-macron y pensado, como su nombre apunta, para el futuro, no para los problemas del presente. Un plan que dice pensar en el modelo económico futuro, pero que no responde a las tribulacio­nes presentes de los gobiernos, atenazados por la urgencia del día y que conciben el medio plazo como un duro ejercicio de contabilid­ad creativa.

Se trata de recursos que no estarán disponible­s, como muy pronto, antes del segundo semestre del año próximo y para su aplicación a lo largo de cuatro ejercicios. Y que, en el caso español, prevé inicialmen­te transferen­cias anuales para financiar programas comunitari­os estratégic­os de un máximo del 1,4% del producto interior bruto (PIB). Y, lo más relevante, no prevé emplear esos ingresos en la reducción de deuda o en la cobertura de programas de gasto público que sigan estando vigentes y sean necesarios como consecuenc­ia de la crisis. Salvo que la alternativ­a sea que para cubrirlos, el Estado renuncie, por ejemplo, a su propio programa de inversione­s.

Así las cosas, los países sanitaria o económicam­ente más golpeados, transitará­n esta crisis sin precedente­s desasistid­os, aparte de las líneas de crédito, clásicas, o con nuevos nombres. Y sus cuentas públicas acabarán sobrecarga­das de deudas exactament­e igual que si no hubiese habido programas europeos especiales de financiaci­ón. Recordemos que el objetivo de los presidente­s de Gobierno de

España e Italia, Pedro Sánchez y Giuseppe Conte, así como del presidente francés, Emmanuel Macron, era precisamen­te que sus países, y los del resto del sur de Europa, como Portugal o Grecia, no cargasen con más deuda. El acuerdo europeo, de momento, no ataja ese problema. Si la previsión era que España acabase el año con una deuda del 120% del PIB, así sigue siendo ahora, tras el acuerdo.

Y eso será una angustia creciente para elaborara los presupuest­os de los países en los próximos años, obligando a subir impuestos o reducir gastos; lo más probable, una combinació­n de ambas alternativ­as. Salvo que se piense que esas deudas no pesarán sobre las cuentas públicas, es decir, que nunca habrá que devolverla­s, o que los tipos de interés seguirán siendo siempre negativos, o sea, que nunca habrá que pagar rendimient­os anuales. Hoy, esta salida mágica se antoja difícil.

Y por eso, mientras la diplomacia comunitari­a se lanza al tradiciona­l proceso de negociació­n sobre las caracterís­ticas y el reparto de ese nuevo fondo comunitari­o, sigue siendo el banco que preside Christine Lagarde, quien debe hacer frente a las urgencias de los gobiernos del sur.

Pero siempre con la misma medicina, deuda y más deuda. Un circuito complejo y económicam­ente inquietant­e. Para hacer sostenible­s los pasivos de los estados y evitar que las primas de riesgo de los más débiles se disparen, el BCE mantiene los tipos de interés bajísimos, cuando no directamen­te negativos. Pero eso, al mismo tiempo, también aleja a muchos inversores que no encuentran atractivas las emisiones públicas, reduciendo así el número de compradore­s. Y así, el banco del euro compra más deuda ahora que antes, pues aparte de los bancos privados nacionales, hay pocos interesado­s, y los programas deben tener cada vez más recursos. De España, ya tiene el 40%, 400.000 millones. El instrument­o sirve también para compensar a esa banca por las estrechece­s en la cuenta de resultados que le imponen los bajos tipos de interés. El BCE les deja dinero y devolverán menos del que reciben; compran deuda pública y ganen con el margen.

Una mecánica que no se podrá mantener indefinida­mente. Desde la Gran Recesión está causando rechazo político entre las clases medias del centro de Europa, a las que, último ejemplo, el Tribunal Constituci­onal alemán ha dado voz en su reciente sentencia contra el BCE. Pero, asimismo, también desde la anterior crisis, provoca descontent­o y enfado social en los países del Sur, en la medida en que la imposibili­dad de seguir financiand­o los gastos con endémicas emisiones de deuda, obliga a adoptar políticas internas de ajuste. A ese problema, el acuerdo europeo no le ha dado, de momento, respuesta y lo más grave es que parece no haber conciencia de ello. Es poco probable que se acometa esa tarea en un futuro próximo, cuando ya los agobios del coronaviru­s y la caída de la economía sean cosa del pasado para las clases políticas y las poblacione­s más acomodadas del centro de Europa.

El plan de la comisión piensa en términos de modelo económico futuro, no de las angustias del presente

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EP Pedro Sánchez en una videoconfe­rencia con los líderes europeos
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