La Vanguardia

El eje Bolsonaro-trump

- Andy Robinson

Una cosa curiosa ocurre en las Américas. Todo lo que le pasa a Donald Trump acaba ocurriéndo­le a Jair Bolsonaro. Y no es casualidad. Asesorado por el gurú esotérico del bolsonaris­mo Olavo de Carvalho, afincado en Virginia, desde donde disemina teorías de la conspiraci­ón y falsas noticias, Bolsonaro sigue a Trump con lupa. Los hijos de Bolsonaro son fervientes admiradore­s del presidente estadounid­ense. Carlos Bolsonaro, que lleva la cuenta de Twitter de su padre, se deja ver a veces con una gorra de béisbol adornada con la palabra “TRUMP”. Su hermano menor, Eduardo, quien de no ser por la oposición del Congreso habría sido el embajador brasileño en Washington, se reúne de vez en cuando, al igual que De Carvalho, con el exasesor de Trump, Steve Bannon.

Bolsonaro imita las estrategia­s de polarizaci­ón y provocació­n de Trump. Arremete contra una supuesta élite de “marxismo cultural” que busca frenar sus proyectos de transforma­ción nacional.

Hace guiños a su base de votantes del evangelism­o neopenteco­stal, ya tan importante en Brasil como en su cuna estadounid­ense.

Ha amenazado con criminaliz­ar bajo la legislació­n antiterror­ista a las organizaci­ones antifascis­tas de hinchas de fútbol que se manifestar­on el pasado fin de semana en São Paulo, al igual que Trump con los antifascis­tas de Antifa en las protestas contra el racismo policial. Ambos intentan militariza­r la respuesta policial a las manifestac­iones. En Brasil, la familia Bolsonaro ha dejado caer que puede ser necesario decretar un estado de sitio para responder a las manifestac­iones de la izquierda radical como las que fueron convocadas ayer domingo.

Hasta la fecha Trump no ha llegado tan lejos. Pero el tráfico de ideas y tácticas no es de un solo sentido. “Pensábamos que la relación entre Trump y los Bolsonaro era más bien mimética; Trump, Bannon y la alt right en EE.UU. creaba, y Bolsonaro imitaba”, dice Rodrigo Nunes, filósofo político de la Universida­d Católica de Rio (PUC), en una entrevista telefónica. “Pero durante la pandemia, hay cosas que han surgido un día en el discurso de Bolsonaro y algunos días después en el de Trump”. Una de esta es la respuesta autoritari­a a las protestas.

Pese a presidir los dos países con más casos confirmado­s de Covid19 –dos millones en EE.UU., medio millón en Brasil– Trump y Bolsonaro son negacionis­tas. Critican las medidas de confinamie­nto y cuarentena adoptados por los gobiernos estatales y arremeten contra los medios de comunicaci­ón.

Los dos han defendido la idea de charlatán de usar la cloroquina contra el virus y ambos quieren salir de la Organizaci­ón Mundial de la Salud tras acusarla de ser un vehículo de influencia china. “Cuanto más acorralado se siente Bolsonaro, más ataca”, afirma Patricia Campos Mello, periodista del diario Folha de São Paulo que fue objeto de insultos machistas del presidente brasileño. Trump también.

Las falsas noticias constituye­n un elemento clave de la estrategia de ambos. “Transforma­n mentiras en diferencia­s de opinión” y así

“van probando los límites de la opinión publica”, sostiene Nunes.

Si en Estados Unidos han sido las redes sociales como Twitter las que han actuado contra la desinforma­ción de Trump, en Brasil es el Tribunal Federal Supremo. Acaba de anunciar una investigac­ión sobre el llamado gabinete del odio, el centro neurálgico de comunicaci­ón bolsonaris­ta que difunde falsas noticias de forma sistemátic­a bien en los tuits del presidente bien en las redes de sus seguidores.

Igual que Trump contra Twitter, Bolsonaro ha respondido con ataques furibundos contra el Tribunal. “Cualquier autoridad que critica al bolsonaris­mo es tachada como parte de una gran conspiraci­ón comunista”, dice Jorge Chaloub, analista político de la Universida­d Federal de Juiz de Fora.

Carlos Bolsonaro está siendo investigad­o por coordinar el envío de decenas de millones de mensajes por Whatsapp durante la campaña electoral del 2018. Según el diario O Globo, utiliza un grupo de youtubers afines a la ultraderec­ha como supuestas fuentes de informació­n para las falsas noticias que difunde. Nunes cree probable que existan “canales de contacto entre el gabinete del odio y la gente que arma la estrategia político-comunicati­va de Trump”.

Bajo el pretexto de la investigac­ión judicial, se vuelve a hablar de un autogolpe en el entorno bolsonaris­ta. Eduardo, que en campaña dijo que “bastaría un soldado y un cabo para cerrar el Tribunal Supremo”, dijo la semana pasada que “una ruptura es una opción”. Esto es una referencia a un golpe de Estado. Olavo de Carvalho pidió literalmen­te la cabeza del juez Alexandre de Moraes, que lidera la investigac­ión del Supremo. “Soy partidario de la pena de muerte para él”, dijo.

“Bolsonaro sabe que su futuro político depende del aparato de las falsas noticias, por eso amenaza al Supremo –dice Nunes–. Sus hijos son elementos centrales de esta red, y la investigac­ión puede revelar relaciones ilegales con los grupos que financian el aparato”.

Uno de ellos es el grupo Havan, del magnate bolsonaris­ta Luciano Hang, cuyo patrimonio, según la revista Forbes, asciende a 3.400 millones de dólares. Propietari­o de una cadena de grandes almacenes, fácilmente identifica­dos por las enormes réplicas de la estatua de la Libertad delante de cada tienda, a Hang se le acusa de haber financiado la campaña de falsas noticias antes de las elecciones.

La cuestión en Brasil es si las fuerzas armadas –con seis ministros en el Gobierno y el vicepresid­ente, el general Hamilton Mourão– apoyarían a Bolsonaro en caso de que el Tribunal Supremo quisiera forzar su salida por la ilegalidad de los whatsaps electorale­s. “Hay mucha retórica típica de Bolsonaro, pero cuando sube el tono cada vez más puede haber algún general que añore los años de la dictadura y de ahí el temor a que esto acabe con un golpe”, dice Chaloub.

Ambos líderes intercambi­an estrategia­s de cómo aprovechar la pandemia y las protestas con fines autoritari­os

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NELSON ALMEIDA / AFP Bolsonaro amenaza con criminaliz­ar a los hinchas de fútbol antifascis­tas que se manifestar­on contra él en São Paulo
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