La Vanguardia

Barcelona es calvinista

- Joaquín Luna

Nada me gustaría más que el éxito de este ahora o nunca de la Rambla o la plaza Rieal de Barcelona y tragarme estas palabras: una ciudad puntillosa que ensalza el aburrimien­to es incompatib­le con el alma transgreso­ra, golfa y poco virtuosa de esos espacios.

Barcelona es, en teoría, una ciudad mediterrán­ea, pero lleva años aspirando al calvinismo por un extraño complejo que le impulsa a renegar de su originalid­ad.

Somos una ciudad peleada con lo que distinguía a la Rambla –perdición y algo de locura– y empeñada en la uniformida­d, acostarse pronto, gimnasio de siete a nueve y seguir a rajatabla aquel nefasto discurso de Pep Guardiola en el Parlament sobre las virtudes de madrugar.

¡La suerte que tienen los futbolista­s por no madrugar!

Poco a poco, Barcelona ha dejado de ser una ciudad con golpes escondidos las 24 horas del día, hecho que explicaba la fascinació­n natural de los barcelones­es por la Rambla, para acogerse a un horario de apertura y cierre, aspiración pequeñobur­guesa por excelencia.

¡Si tuviésemos en todo la misma eficacia que demuestra la Guardia Urbana para que ni dios pueda tomar algo en una terraza a las 12 en punto! ¡Qué severidad! El éxito del vecino plasta y ejemplar, el tipo que no acepta que alguien quiera vivir sin tanta ordenanza.

La ciudad con alma de aldea. No es nostalgia, hablo de hace cuatro días. ¿Que José Tomás era un ídolo barcelonés como lo fue Manolete? Chapamos la Monumental. ¿Pepe Rubianes? Le dedicamos una calle, pero pobre del que se atreva a cachondear­se del Born, el procés de nunca acabar o TV3. ¿Emborracha­rse? Llame al teléfono mil y algo, pulse 1 para cogorzas o 2 para resacas y le atenderán.

Barcelona tenía algo de anarquista, jaranera y mestiza, el caldo de cultivo de la Rambla. La fiesta ha terminado, toca madrugar y morir como beatos. Veo imposible la recuperaci­ón. Y aún suerte de que los turistas vienen en busca de la Barcelona de la Rambla o la plaza Reial, ignorando que los de aquí les hemos dado la espalda y el trasero.

Cuanto más observo los chiringuit­os fijos de la Rambla, más echo de menos a los periquitos, conejos y loros enjaulados, cuya “liberación” fue el preludio de esta ciudad nórdica, saludable, sostenible, cívica, ordenada, canina, maratonian­a y exenta de coches, vicios y vida.

¿Recuperar la Rambla? Lo dudo: la ciudad es puntillosa y ensalza la uniformida­d

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