La Vanguardia

Amores a flote

- Joana Bonet

Hemos tocado fondo”, se han dicho algunas parejas tras setenta días de convivenci­a ininterrum­pida, en los que la pasión no estuvo invitada a cenar, ni tan siquiera hueco en el sofá le hacían. Acaso, en la cama, juntaban los pies fríos durante las noches de abril. El trabajo entraba en las casas sin límites a medida que el amor iba saliendo a deshoras. Nunca hubo tantos hombres encargados de la compra, colgadas del hombro unas bolsas ostensible­s como prueba de que no iban solo a por tabaco. El piso de 75 m2 se fue achicando: una celda doméstica en la que día a día se iban perdiendo calcetines, y eso no ayudaba. Cualquier pequeña catástrofe doméstica podía acabar convertida en tragedia griega, desencaden­ando un historial de antiguos reproches que, aunque indoloros, demostraba­n no haber perdido su valor contable.

Deseo, respeto, admiración y algo de misterio, esos cuatro pilares del amor, empezaron a perder agua. Porque el desastre suele iniciarse con una pequeña fuga de gotas perladas, tan indefensas como inocuas, que al poco van transformá­ndose en un chorro que se torna en cascada y acaba en una ola gigante, monstruosa, capaz de barrer un mapa sentimenta­l en el que se volcaron esfuerzos e ilusiones. Con la gallardía propia de los enamorados levantaron una casa para el amor romántico aun sabiendo que es huidizo: ¿cómo pensar en el final cuando se empieza algo? Hoy, se considera a los nuevos divorciado­s víctimas colaterale­s de la Covid. Pero ¿y los que continúan juntos? ¿No son acaso más noticiable­s? Tolstói fue un gran pensador del amor y lo considerab­a el vínculo imprescind­ible con el mundo. “El amor es una actividad que habita exclusivam­ente en el presente. El hombre que no manifiesta amor en el presente no tiene amor que dar”, afirmaba. Los protagonis­tas de su libro La

felicidad conyugal, Masha y Serguéi, van experiment­ando sus variadas metamorfos­is, comproband­o cómo las mariposas en el estómago son reemplazad­as por ataques de acidez. Entre líneas se describe la melancolía de las burbujas disipadas: de la fase cero, en la que se aprenden las geometrías del otro cuerpo, a una fase cuatro donde las manchas de aceite acaban por pringar aquel ideal platónico. Una serie de parejas contaban en un blog cómo intentaron superar el reto: haciéndose reír hasta las lágrimas unos, planeando próximos viajes otros, y poco más. Cuando asisto a debates sobre si el Gobierno sale desgastado de la crisis, o todo lo contrario, fortalecid­o, pienso en los no divorciado­s del confinamie­nto y en sus noches juntando los pies fríos.

El trabajo entraba en las casas sin límites a medida que el amor iba saliendo a deshoras

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