Orden en la arena a la espera de la llegada de turistas
La playa de la Malvarrosa, cuyas arenas conectan València con el Mediterráneo, amaneció ayer con un cielo inestable, con nubes rebeldes que entorpecían el sol y que dificultaron que el día fuera perfecto. Pero esto no impidió que miles de valencianos la visitaran con un orden casi marcial y un elevado sentido común; respetando distancias en la arena, evitando aglomeraciones de grupos y soportando la mayoría las incómodas mascarillas mientras caminaban por su largo paseo de casi dos kilómetros. Con la estrecha vigilancia de las policías local y nacional, dentro y fuera de la playa, a pie, en quad, a caballo y con un helicóptero que se mantuvo insistente recorriendo a poca altura, y de norte a sur, esta mítica playa plagada de carteles municipales advirtiendo de las normas de seguridad y distancia que debían cumplirse bajo amenaza de sanción.
“Ahora no hay masificación, el problema vendrá cuando lleguen los turistas”. Lo decía ayer Laura, de Protección Civil, unidad que se sumó a las labores de ayuda y vigilancia. La reflexión la asumían también los valencianos estirados sobre las toallas robando rayos de sol entre las nubes. Como Andrés, un joven valenciano que alertaba que “cuando abran las provincias y vengan de Madrid o de otros países esto se pondrá a tope; veremos cómo lo controlan”. Javier, que gestiona un grupo de sombrillas y tumbonas de alquiler de una empresa local lo ampliaba: “un día de junio como hoy tendría alquilado todo, aunque llueva, pero estos días sólo vienen de la ciudad; creo que cuando lleguen los turistas todo va a cambiar, y si no llegan, peor para nosotros”. Añadía que “la gente por ahora es muy responsable, incluso los jóvenes que vienen en grupo se lo montan bien y se ponen separados de otros, la gente está concienciada del peligro del coronavirus”.
La playa de la Malvarrosa es de grandes dimensiones. A los casi dos kilómetros de largo hay que sumar, en muchos tramos, más de 100 de ancho. Tras ella existe un paseo marítimo también amplio, adornado a su inicio con multitud de restaurantes, bares, tascas y pubs, que ayer seguían llorando los efectos del Covid-19. “La gente de València no suele quedarse a comer el fin de semana, nosotros vivimos de los turistas de otras provincias y del extranjero; la ciudad lleva años atrayendo mucha gente de otros países y eso lo hemos perdido”. Habla Judith, colombiana que trabaja en una de las terrazas más conocidas del paseo marítimo. “Aquí vienen muchos de Madrid, de Aragón y del País Vasco; pero como no se puede ir de una provincia a otra estamos parados, con la gente de aquí no vamos a sobrevivir”.
València tiene otras playas como las de El Saler, Pinedo o El Perellonet, pero la Malvarrosa es la que más cerca está de la ciudad. Además está muy bien conectada por carretera, autobús y por ese tranvía recuperado que te ubica desde el centro hasta la arena en un plis plas. La comunicación permite que un turista que llega al aeropuerto de Manises pueda tomar el metro y alcanzar esta playa en menos de una hora; lo que la convierte en un espacio único en la capital. Se trata también de un espacio simbólico, el mismo que inspiró a Sorolla, que alumbró en Vicente Blasco Ibáñez excelentes ideas para sus novelas y que tan bien retrató Manuel
Vicent en su Tranvía a la Malvarrosa. Sus restaurantes tienen merecida fama por la calidad de sus arroces, y antes de la Covid-19 encontrar en estas fechas mesa para comer era bastante difícil. Pero ayer la mayoría de las mesas estaban vacías; aunque la vida en las terrazas era intensa.
Al norte, la Malvarrosa conecta con la playa de la Patacona, del municipio de Alboraya; y la tónica
Los valencianos respetaron ayer las normas de distancia en la Malvarrosa; había espacio de sobra
era la misma. Bullicio en terrazas pero responsabilidad en la arena. Al sur, tras dejar el puerto, en El Saler, la claridad en la arena confirmaba que mientras no se abran las fronteras provinciales y se reactiven los vuelos, las playas valencianas permanecerán tranquilas y controladas. Se espera a los turistas, para bien y para mal, sin ellos la vida económica de estas playas sucumbirá.