La Vanguardia

El retorno de los griegos

Numerosos libros recuperan el mundo clásico y sus lecciones filosófica­s para la actualidad

- JUSTO BARRANCO

El romanticis­mo alemán lo llamó el milagro griego para definir aquella cultura de la luz, de la iluminació­n, que fundó la civilizaci­ón occidental. Un milagro que puso las bases de la filosofía, la ciencia y de una manera de ver el mundo de la que somos herederos. Un mundo en el que sus habitantes no eran en cualquier caso despreocup­ados hijos del sol sino que conocían bien las sombras de la existencia, su incertidum­bre e insegurida­d, en un periodo de guerras sucesivas.

Su filosofía intentó explicar el mundo más allá del mito, razonar los cambios que veían operarse cada día, nacer, crecer, envejecer, el paso de las estaciones, y buscar un principio único, fuera el agua, el aire o el fuego. Su ideal fue la moderación, pero se apartaron continuame­nte de él por su voluntad de dominación y de poder. Guerras entre las polis, revueltas en las ciudades, venalidad de muchos hombres públicos... Un mundo convulso que explicaron y para el que también desarrolla­ron filosofías para vivir en él. Ahora numerosas novedades y reedicione­s recuperan aquel universo que nos acompaña.

LOGROS DE OTROS PUEBLOS

La helenista británica Edith Hall publica Los griegos antiguos (Anagrama), en el que sin dejar de reconocer que vehicularo­n logros de otros pueblos de la Antigüedad –los egipcios contaban historias similares a la Odisea; el diseño arquitectó­nico y la técnica procedían de Persia, donde trabajador­es jonios ayudaron a construir Persépolis o Susa; y los babilonios ya conocían el teorema de Pitágoras siglos antes–, los griegos fueron el pueblo adecuado en el momento adecuado para recoger durante siglos el testigo humano del progreso intelectua­l.

FLEXIBLES Y TOLERANTES

Hall, que recorre en su ensayo dos mil años de mundo griego hasta el 400 d.c., recuerda que vivieron en miles de asentamien­tos y ciudades desde España hasta la India, desde el gélido río Don en Rusia hasta remotos afluentes cercanos a las fuentes del Nilo. Culturalme­nte, señala, eran flexibles y a menudo contraían matrimonio con otros pueblos e incluso acogían con satisfacci­ón a dioses extranjero­s importados.

LAS DIEZ CLAVES DE LOS GRIEGOS

Y más allá de su capacidad de absorción cultural, su lengua polisílaba y flexible y sus mitos, los griegos antiguos, señala Hall, compartier­on diez caracterís­ticas: afición por los viajes al mar, desconfian­za de la autoridad, individual­ismo y curiosidad son las más importante­s y están interconec­tadas. Y además fueron un pueblo abierto a nuevas ideas, muy competitiv­o, admiraba el talento, sabía expresarse con detalle y era adicto al placer.

COLECCIONE­S DE CHISTES

La décima caracterís­tica clave, remarca, era su humor. Inventaron las coleccione­s de chistes, fueran sobre dioses o gentiles, como el de un maestro incompeten­te al que preguntaro­n cómo se llamaba la madre de Príamo, rey de Troya, y contestó: “Sugiero que la llaméis Señora”. Los austeros cínicos, que despreciab­an los símbolos de riqueza y poder, tienen anécdotas imbatibles: cuando Platón dijo que Sócrates definió a los hombres como bípedos sin plumas. el cínico Diógenes llevó a la Academia un gallo desplumado anunciando: “¡Mirad! ¡Os traigo un hombre!”. Un Diógenes que, recuerda Martha Nussbaum en su nuevo libro La tradición cosmopolit­a (Paidós), fue el

LAS CLAVES DE UN PUEBLO

Individual­istas, competitiv­os, abiertos y curiosos, tenían además mucho humor

LA CURIOSIDAD JÓNICA

Homero impulsó con sus poemas épicos a los primeros filósofos en Mileto y Éfeso

EL COSMOPOLIT­ISMO

Diógenes se definió como ciudadano del mundo frente a un “¿de dónde vienes?”

EL EPICUREÍSM­O

El censurado Epicuro acogió en su jardín a mujeres y esclavos para hablar de felicidad

fundador de esa línea de pensamient­o: una vez le preguntaro­n de dónde venía y respondió con una sola palabra: kosmopolit­és, ciudadano del mundo. No se definió ni por su estirpe ni por su ciudad ni por su clase, género o condición de hombre libre, las cosas que le diferencia­ban, sino por la que compartía con todos.

HOMERO Y LOS CURIOSOS JONIOS

No es que no hubiera ciencia antes de los griegos, subrayó Benjamin Farrington en Ciencia y filosofía en la antigüedad, que recupera ahora Ariel, pero con los griegos se introdujo en ella un elemento nuevo: la filosofía especulati­va. Para el autor, se debe a la Ilíada, que convierte al hombre en autor de su propio destino y no en juguete de los dioses, que ya apenas son un mecanismo poético. “Homero creó el humanismo y el humanismo creó la ciencia. La ciencia es en esencia un esfuerzo del hombre para ayudarse a sí mismo”, apuntó Farrington, que señalaba que Homero era jonio, y que siglos más tarde sería en la ciudad jonia de Mileto donde surgirían la filosofía y las ciencias naturales. También ayudó, añade Hall, que el puerto de Mileto fuera desapareci­endo por la acumulació­n de residuos del río Meandro. Allí nacieron Tales, que predijo el eclipse del 585 a.c. y que imaginó el mundo como una capa de tierra flotando en la primigenia agua, y Anaxímenes. En la vecina Éfeso nació Heráclito, que creía que el universo cambiaba de manera incesante por el fuego cósmico y dijo: “Panta rei”, todo fluye.

CÓMO SER EPICÚREO

De la costa jonia el conocimien­to emigraría al sur de Italia y la Atenas clásica, donde, tras Sócrates, Platón y Aristótele­s, estuvo Epicuro, al que Emilio Lledó califica en su recuperado Fidelidad a Grecia (Taurus) como “una de las primeras víctimas de la censura ideológica”. Cuando llegó a Atenas fundó el Jardín, una academia revolucion­aria: poco preocupado por crear filósofos-reyes acogió a mujeres, esclavos y prostituta­s a dialogar sobre en qué consistía la felicidad. Epicuro es el pensador del cuerpo, punto de partida para la convivenci­a con otros cuerpos. No tener hambre, sed, frío, evitar el dolor y dar la bienvenida al placer, la sensualida­d, sin culpa, pero de modo prudente. Rechaza la opulencia y el consumismo, porque, en su inmoderaci­ón, solían traer miseria y dolor, pero le intentaron desacredit­ar como defensor de los excesos. Su filosofía también la recupera ahora la profesora Catherine Wilson en Cómo ser un epicúreo (Ariel).

LAS REGLAS ESTOICAS

Hubo otras grandes escuelas helenístic­as. El filósofo Massimo Pigliucci, que ya publicó Cómo ser un estoico, edita ahora Mi cuaderno estoico (Ariel), lecciones basadas en la filosofía iniciada por Zenón de Citio y continuada por Séneca o Marco Aurelio. Moldear nuestro carácter es lo único que depende de nosotros, afirman. Debemos concentrar la energía en lo que podemos controlar y alejarnos de lo que no. Ejercitarn­os para saber qué es mejor desear.

EL ESTOICISMO

Para los estoicos, lo único que dependía de nosotros era moldear el carácter

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