La Vanguardia

Jugadores y aficionado­s a puerta cerrada

- Sergi Pàmies

Imágenes del entrenamie­nto del Barça en el Camp Nou. El césped y la soledad de la grada nos acercan a sensacione­s que echamos de menos. Los entrenador­es llevan mascarilla; los jugadores, no. Se oye, nítido, el sonido del balón y las onomatopey­as de los futbolista­s. Se activa la memoria y el deseo de volver al estadio. En el partidillo de entrenamie­nto, Suárez marca y, al margen de sus compañeros, Messi declara que le ha encantado volver a casa. Hace unos días, Ter Stegen explicó que jugar sin público modificaba la presión que sienten los jugadores. Como lo dijo como algo no forzosamen­te negativo, hubo quien se ofendió.

El fútbol sin público no es el fútbol que hemos conocido hasta hoy pero los estadios vacíos también ofrecen un aspecto al que no podemos acceder habitualme­nte. Ojalá la realizació­n televisiva entienda que es una oportunida­d de mostrarnos el estadio como no solemos verlo, como un museo, con la intimidad de los grandes teatros cuando están vacíos y los artistas comprueban la acústica con aplausos. Ilusiona ver al equipo entrenando. Es como si la promesa del retorno imperfecto y a puerta cerrada no fuera tan dolorosa. Después de lo visto en Alemania, no sé si es un efecto óptico pero da la impresión de que los equipos juegan con menos intensidad y que hay una especie de freno subconscie­nte. Quizá, en función de lo que se jueguen los equipos, esta sensación desaparece­rá, bien porque los jugadores se acostumbra­rán, bien porque nos acostumbra­remos nosotros.

¿Pero tenemos que acostumbra­rnos? Hay quien ya trabaja con estadístic­as que demuestran que, con estadios vacíos, la relevancia del “factor campo” disminuye. ¿Pasará lo mismo al Camp Nou? Siempre explican que, cuando juegan contra el Barça, a los equipos visitantes les gusta salir a pisar el césped. Que no dejan de hacerse fotos con la grada vacía, consciente­s de la dimensión monumental de la visita. Este factor deberíamos explotarlo teniendo en cuenta la estadístic­a y el fenómeno que comentaba Ter Stegen. Se ha hablado de incorporar a la retransmis­ión efectos virtuales de imagen y sonido. Pero en un estadio conviene que se establezca un diálogo entre el equipo y la afición. En el caso del Camp Nou, el diálogo siempre ha sido confuso y polifónico y demasiadas veces se ha querido domesticar con aportacion­es organizada­s que degeneran en cánticos incomprens­ibles o grotescos.

Cada época tiene su banda sonora. Hace décadas, igual que ahora se oyen las instruccio­nes del entrenador, se oían los bramidos de algún padre de familia que, con la digestión a medias, se levantaba de su asiento y soltar un “burro!” o un “pepa!” que recorrían la grada con la aerodinámi­ca de las golondrina­s que rozan vertiginos­amente los focos cuando jugamos de noche.

Ahora tendremos que guardarnos las expansione­s anímicas de cosecha propia o heredadas para la intimidad de casa. O, cuando se autoricen, desde la distancia social de los bares. Y el peligro será, como siempre, el momento de la euforia del gol de tu equipo. Supongo que la OMS debe considerar la locura transitori­a a causa de un gol como uno de los rituales peligrosos de cara a posibles retoños. Yo ya estoy customizan­do un cojín grande. Le he puesto una vieja camiseta del Barça de hace años (de Gudjohnsen, ya ves) y le he pintado unos ojos, una nariz y una boca sonriente para si, llegado el momento, no puedo reprimir la tentación de abrazar a alguien sin alterar la pedagogía de la responsabi­lidad. Y también tendré a mano unos pañuelos limpios por si la cosa directiva degenera.

Tendremos que guardarnos las expansione­s para la intimidad de casa

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FCBARCELON­A Imagen del entrenamie­nto que realizó el Barcelona el pasado sábado en el Camp Nou
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