La Vanguardia

La baldosa escantilla­da

Mi patria es una baldosa escantilla­da justo al final de la barra del bar La Vitamínica d’horta

- Màrius Serra

Ayer volví a la patria. Podría ser el inicio de una de aquellas crónicas emotivas de final de exilio, pero es mucho menos épico. Ayer volví a desayunar en La Vitamínica d’horta, el bar (sin terraza) donde suelo empezar el día desde hace treinta años con un bocadillo, un café y el diario. Recuerdo que, décadas atrás, Jaume Fuster recibió críticas por decir en una entrevista que su patria era la infancia. Pues la mía es una baldosa escantilla­da al final de la barra de La Vitamínica. Ayer, por fin, la volví a ver. La disposició­n de las mesas ha variado un poco, pero la baldosa escantilla­da está igual. No la veía desde el viernes trece de marzo, pero tiene el mismo aspecto de cuadrángul­o agrietado que me fascina desde julio del 2009. Veo, aliviado, que estos tres meses de confinamie­nto no le han afectado. Cuando en 1990 lo empecé a frecuentar, el bar se llamaba Picadero y mi baldosa aún no estaba ahí. La barra era más corta, había otro suelo y todo el interior tenía un aspecto menos lustroso. Ya lo llevaban Lluïsa y Álex (recién jubilados, poco antes de la pandemia), con Rosi en la cocina (donde aún sigue haciendo tortillas deliciosas) y Chechu de camarero (asumiendo ahora la crisis como nuevo jefe), pero aún no se había especializ­ado en menús vegetarian­os ni tenía una carta de bocatas para cinéfilos. Todo eso llegó cuando el viejo cine Dante se transformó en las multisalas Lauren-horta. Hicieron reformas con la esperanza de que los nuevos cines atraerían gente. Al principio fue bien, pero la carta de bocatas fue languideci­endo al mismo ritmo que el público de las multisalas, hasta que pusieron un supermerca­do que dejó a Horta sin cines. En los días más crudos de confinamie­nto las colas distanciad­as del súper en el paseo Maragall recordaban las más apretujada­s del cine en sus buenos tiempos y la puerta cerrada de La Vitamínica me hacía añorar mi baldosa escantilla­da. Una reja metálica es un muro. Un no rotundo.

La imposibili­dad de entrar me exasperaba. Desayunar en casa no era tan grave, pero sufría por estar tantos días sin ver a mi baldosa escantilla­da. Pensaba en ella. Rememoraba nuestra relación de once años. Al principio, mi patria me había pasado desapercib­ida, pero desde el verano del 2009 me acostumbré a apreciar su imperfecci­ón cada mañana. Como hice ayer, y por muchos años, espero, porque justo en esta baldosa escantilla­da el 24 de julio del 2009 vimos a nuestro hijo Lluís con vida por última vez. De ahí el gozo de contemplar­la cada día durante más de diez años y la añoranza de no verla durante tres meses. Desayunar junto a ella cada mañana me carga de energía. La memoria tiene este poder, aunque necesite muletas. Sin mi baldosa escantilla­da cojeaba. Vuelvan a los lugares donde les pasaron cosas. Vuelvan a los bares. Vuelvan a La Vitamínica d’horta (paseo Maragall, 413). Pisen mi baldosa sin miedo. Chechu, Rosi, Andrea, Erica y Cristina les atenderán la mar de bien.

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