La Vanguardia

La poesía no hace que ocurra nada

- Jordi Llavina

El pasado lunes 1 de junio Carles Casajuana publicó un magnífico artículo en este diario sobre el regreso de Josep Carner a Catalunya en 1970 (“Los demonios del pasado”). Se preguntaba por qué Pla y Espriu no se habían querido encontrar con el gran poeta, y proponía sendas respuestas a esta cuestión. Para ilustrar la actitud del segundo, citaba unas palabras suyas, de una carta mandada a Ricard Salvat en 1965, que tenían que ver con el exilio y con lo que se ha dado en llamar el exilio interior. Eran unas palabras privadas, ciertament­e, pero a mí me parecieron de una inaceptabl­e bajeza moral.

El compromiso ideológico – “la escisión interna entre la voz pública y la voz privada del poeta”– es uno de los temas de un libro muy interesant­e que acaba de publicar el profesor Miquel Berga: Quan la història et crema la mà. Auden i Orwell entre dues guerres (Tusquets). Ambos autores se comprometi­eron con la República española, y los dos vinieron en el 37, aunque Orwell –né Eric Blair– se implicó mucho más (y hasta una bala fascista le dejó una herida en el cuello). En cambio, Auden pasó como de puntillas, y no dudó, tras su desengaño (¡cuánta iglesia ardiendo!), en poner rumbo a Nueva York, donde empezaría una nueva vida.

Si Espriu ha acudido a mi memoria es porque Berga explica muy bien el disenso entre Orwell y Auden. Todo surgió a raíz de la publicació­n del poema Spain de este último, que, en uno de sus versos, habla del “asesinato necesario”: a saber, el que se perpetra por disciplina doctrinari­a. El autor de Homage to Catalonia, que había visto cómo los estalinist­as mataban a algunos compañeros suyos del POUM (¡entre los cuales, Andreu Nin, su jefe!), no podía tolerar la retórica perversa de un “bolcheviqu­e de salón”. En su crítica, Orwell aludía a “los que siempre están lejos cuando alguien aprieta el gatillo”. Auden, al leerla, hizo algún pequeño retoque al poema. Pero al cabo decidió eliminarlo para siempre de su obra, lo que dice mucho de su honestidad intelectua­l.

El retrato de los dos escritores, con sus claroscuro­s, nos los acerca y, más allá de su obra, permite que los entendamos mejor. Acabo con un último detalle, precioso: en la habitación de hospital donde falleció, Orwell tenía su caña de pescar “por si se recuperaba”.

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