La Vanguardia

“Pocas veces la izquierda habla sin culpar a la derecha”

- XAVI AYÉN

Investigar, como un detective, la historia de amor de sus padres. Ese fue el objetivo del argentino Javier Argüello (Santiago de Chile, 1972) –residente en Barcelona desde el 2001– al empezar a escribir Ser rojo (Random House). Unos militantes comunistas cuya historia de amor corrió pareja a la desbocada utopía de la izquierda en los años 60 y 70. El autor reconstruy­e toda aquella atmósfera, con cameos del Che o Fidel Castro y varias anécdotas, y también sus propios viajes a la Europa del este recién caído el muro de Berlín.

Es un libro sobre la relación paterno-filial, la herencia, el amor en ambas direccione­s. “Mis padres pertenecie­ron a una generación de gente que creía que hacer lo correcto era más importante que la seguridad personal”, afirma Argüello en videoconfe­rencia.

Recuerda la época en que tener algunos libros era peligroso, y su padre se deshacía de ellos en la calle “como si fueran las pruebas de un crimen.este mismo libro mío –apunta– podría ser causa de muerte en otro contexto”.

Entre los cameos, destacan los del premio Nobel Miguel Ángel Asturias, casado con “una de mis tías. La viuda de Asturias era una mujer espectacul­ar, con amantes por todas partes. Había gente como Rafael Alberti y todo tipo de intelectua­les pululando por aquella casa”. También aparecen el Che y Fidel Castro: “Fue un momento impresiona­nte para mi madre, que no se lavó las manos en mucho tiempo tras estrechar las suyas. Mis padres trataron también a Tamara Bunke, amante del Che, que murió fusil en mano en una emboscada en la selva boliviana. Y el juez Garzón basó su instrucció­n conta Pinochet en el caso de un amigo de mis padres, que nos llevaba a su cabaña en el mar”.

El libro establece un paralelism­o entre los festivales políticos comunistas y la vida de la bohemia cultural porque “en ese momento estaban mezclados, eran una misma búsqueda”. El autor abunda en detalles, como que ”mi madre miraba despectiva­mente a las mujeres que hacían mermeladas, como si fueran tontas, y, con los años, se dio cuenta de que ella era muy prejuicios­a y aprende a hacer unas maravillos­as mermeladas”.

Una amiga rusa le dice: “Menos mal que ganó Eltsin, teníamos mucho miedo de que volviera el comunismo”, frase que le impresiona porque “en Chile esa expresión significa otra cosa, servía como excusa para matar gente. Las ideas no matan, son los locos que las usan como patraña para justificar­se”.

Sobre el crispado debate político español, dice que “no es la conversaci­ón que sería lindo que tuviéramos. Estamos llegando al final de algo en Occidente, y se polarizan las posiciones. Nos es más sencillo definirnos por oposición que mirarnos a ver qué somos, buscamos un enemigo. Mi mejor regalo son lectores de derechas que me escriben: ‘Qué lindo mensaje’”. Dice que “nuestra tradición literaria es la del héroe, hace 2.000 años, que lucha contra enemigos externos, nazis, alienígena­s o extranjero­s. En Oriente hay otro tipo de héroe, el que conquista su propio corazón”.

De hecho, cree que su voz en estos temas suena nueva porque “pocas veces se cuenta desde la izquierda una historia que no culpe a la derecha. A mí es lo que me tocó vivir, no porque yo sea el bueno y los otros los malos. Me es más simpática la idea de un mundo justo y sin explotació­n, pero básicament­e soy rojo porque uno no puede renegar de su sangre, al igual que otro será otra cosa”.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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