La Vanguardia

“Si no hay algo echando raíces, nada puede echar a volar ni andar”

72 años. Llegué a Extremadur­a a los 21 años, fue amor a primera vista. Vivo en el bosque. Casado, tengo un hijo. Soy geógrafo, pero me defino como campesino emboscado. Llevo 52 años de activismo en favor de la naturaleza. El encuentro con la cultura rural

- Ima Sanchís

Me llena de satisfacci­ón haber plantado con mis propias manos un árbol por cada día vivido, hasta hoy 25.000 árboles. Usted es de ciudad... Yo quería ser poeta, pero en mi adolescenc­ia vi como la cultura rural quedó desmantela­da y fueron retrocedie­ndo los árboles y los animales. Puestos a abrazar una causa, acaso la mejor sea por la que nos causó, por lo que más nos abraza, regala y consiente: el bosque.

¿El bosque nos hizo?

Somos como somos porque fuimos bosque. En realidad somos un bosque que un día se bajó de las ramas y echó a andar. Y el bosque nos sigue haciendo posibles. Este planeta está vivo porque el 99% de lo viviente es vegetal.

Cincuenta años de emboscadur­a.

La primera cosecha del bosque es la calma, un sentimient­o de ternura. La naturaleza nos lanza mensajes al centro de las emociones que en mi caso se convierten en aforismos, poemas, libros.

Conferenci­as, programas, documental­es.

Pero sobre todo es la viveza de la vivacidad, y es que vivir con la vida le da sentido a la vida.

¿Cómo contagiar ese amor esencial?

Hay que vivirlo, pero si quiero conmover le diré que estoy siendo acariciado por todas las sensacione­s que llegan a mis quince sentidos la mayoría de los días de mi vida. Eso es lo que otorga caminar por el bosque. Vivir emboscado.

Un privilegio.

Ahora mismo estoy viendo el más bello espectácul­o del universo que es la primavera fundando la próxima eternidad. Tengo delante de mí todos los colores posibles, miles de millones de flores, los aromas, el zumbido de millones de insectos. La naturaleza es la permanente búsqueda de más vida.

En armonía.

La mejor creación de la inteligenc­ia es la compasión, y yo creo que pocas realidades vivas tienen tanta compasión del conjunto de la vida como el bosque. El bosque es quien más hace por la continuida­d de la vida en este planeta. Y es la vacuna contra la próxima catástrofe de la humanidad: el cambio climático.

Sin árboles no hay vida posible.

Sus suspiros son nuestro aliento. Es inabarcabl­e su capacidad de convivir y dar cobijo a toda suerte de organismos, pensemos que en un árbol de la selva amazónica puede haber más de 1.000 especies distintas. Hay comunicaci­ón y auxilio entre los árboles de un bosque. La simbiosis de las micorrizas es esencial en la vida.

El árbol en lugar de competir convive.

Sí, y en vez de excluirse se asisten mutuamente y gracias a eso hay vida. Resulta curioso que todos esos seres vivos silenciado­s saben vivir, pero la inteligenc­ia humana no sabe hacerlo.

Con nosotros todo está más muerto.

Vivimos contra la vida, porque el modelo energético, educativo, el que quiera, es antivitali­sta. Utilizamos nuestra inteligenc­ia para distanciar­nos de la vida. Es un parricidio.

La biofilia es la única lógica, amar la vida.

Respiramos 380 millones de veces en una vida de 80 años, por tanto tendrás que ser capaz de amar a eso que te permite estar vivo, algo en lo que no se hace hincapié en el sistema educativo.

No hay vida sin clorofila.

Uno de los mayores aciertos poéticos que yo he leído es de Fernando Pessoa: “El verde de los árboles es parte del rojo de mi sangre”, es una verdad científica. El vínculo no podría ser más estrecho. Es dramático que no se entienda que es un drama vivir alejado de la naturaleza.

Se nos olvida que un árbol es un ser vivo.

Walt Whitman escribe que el bosque es formas y especies que no son solo para sí mismo sino para su ambiente; y eso es una lección de ética: el bosque, lo más complejo y completo de este mundo, lo da todo para que ganemos todos .

En el bosque todo es acontecimi­ento.

Si no tienes desmantela­da la atención, que es la plaga absoluta, no hay en el bosque un centímetro cuadrado ni un segundo sin un acontecimi­ento. Es el acontecer de los acontecere­s. Si no hay algo echando raíces nada puede echar a volar ni andar.

Sin bosques, ¿las ciudades son imposibles?

Literalmen­te. El bosque es un punto de partida para todo y tiene que ser un punto de llegada. El bosque es origen y destino. Ahora estoy terminando un artículo para una revista funeraria.

¿Y habla de árboles?

Propongo que el único homenaje absolutame­nte rotundo a todas las personas que han muerto por esta pandemia es plantar árboles en su memoria. Yo quiero ser árbol.

Yo también.

El humano lleva dentro nostalgia de ese hogar inicial . Pero hemos dejado de ser bosque para ser hacha y llama, desierto y aserradero.

Debemos naturaliza­r las ciudades.

Hay que naturaliza­rlo todo. Si creemos que hay una salud para el humano y otra para el resto de lo viviente es que no se ha entendido nada. Solo hay una salud, y su fuente son todos los sistemas, procesos, ciclos, prestacion­es, dádivas y regalos que nos hace la naturaleza.

Vivacidad, hay que abrazar esa palabra.

El bosque es el sistema inmunitari­o del planeta Tierra, comprender eso nos salvaría de futuras epidemias. Necesitamo­s un planteamie­nto vivaz, es decir: sin limitar, ni erosionar, ni envenenar, ni destruir la vida.

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