La Vanguardia

El plan de Carlos

- EMILI ROSALES

Recuerdo su voz medio dormida en septiembre de 2000; le llamaba desde Barcelona para proponerle la publicació­n de La sombra del viento, pero no calculé bien la diferencia horaria, y en Los Ángeles era la madrugada; afortunada­mente se mostró compasivo conmigo –todo habría podido terminar allí– y quedamos en hablar unas horas más tarde. Siguió trabajando unos meses más en la novela, que vio la luz en mayo del 2001. Antes, al conocernos ya en persona en Planeta, acompañado de Antonia Kerrigan, me contó el fabuloso proyecto literario que había detrás de La sombra del viento: se trataba de un plan de cuatro novelas, que tenía perfectame­nte estructura­das en la cabeza, y que constituir­ían un todo narrativo. Carlos hablaba en voz baja, pero tenía una seguridad absoluta en la dimensión de lo que estaba escribiend­o. De aquellos primeros tiempos proviene el pequeño dragón de cerámica que siempre guarda mi mesa de editor, tiempos apasionant­es, en los que se forjó un maravillos­o equipo, una auténtica escuela editorial.

En el 2016, cuando aquel plan esbozado dieciséis años antes se completaba con El laberinto de los espíritus, Carlos Ruiz Zafón se había convertido en uno de los autores más leídos de todos los tiempos. Su cuarteto es una presencia permanente en todas las librerías del mundo, que suelen ubicarlo en la sección “clásicos contemporá­neos”, como lo ha calificado también la crítica de los principale­s diarios. Un niño llora al no poder recordar el rostro de su madre, y para consolarlo, su padre le lleva a conocer el Cementerio de los Libros Olvidados, lo que desencaden­a una trama infinita e hipnótica que convierte a estas novelas (puertas distintas a un mismo centro de gravedad) en un homenaje a los libros como refugio del saber y de la sensibilid­ad, de la humanidad herida, frente a las zarpas de un poder cruel e insaciable. La memoria frente al olvido. Barcelona, ciudad universal del libro.

Una ciudad evocada, imaginada. Carlos vivía en Los Ángeles desde principios de los noventa, con su mujer, nuestra querida Maricarmen, con quien formó, como dice en la dedicatori­a de El juego del ángel, a “nation of two”. La aventura se cierra también en Los Ángeles, prematuram­ente, cruelmente. Pero si ahora mismo no sintiera el profundo dolor por

El chaval que dejó su ciudad soñando que se podía abrazar el mundo con los libros, lo consiguió

la pérdida de quien ha sido como otro hermano mayor, gritaría “Lo conseguist­e, Carlos, tu sueño se hizo realidad”. El chaval que dejó su ciudad soñando que se podía abrazar el mundo con la palabra, con los libros, lo consiguió. Como nadie. Pero qué va a ser de nosotros, sus amigos, sin su conversaci­ón pletórica, sin su humor incontenib­le, sin él sentado al piano, sin nuestras elucubraci­ones que quedan en la sombra del viento. A quién se le ocurre irse ahora, cuando necesitamo­s más que nunca la fe en la palabra, que nos cuenten un cuento para que al imaginarlo se convierta en una verdad, y esa verdad sea un mundo mejor. “Te llevaré a un lugar donde los libros nunca mueren”. Allí. Se llama corazón.

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