La Vanguardia

El hombre que lo dejó todo por un sueño

- MÀRIUS CAROL

ASergio Vila-sanjuán y a mí nos correspond­ió convencer a Carlos Ruiz Zafón de que escribiera –y leyera- una glosa de La Vanguardia ,a raíz de que al diario le fuese concedida la medalla de oro de la ciudad, en su 125 aniversari­o. Aunque teníamos buena relación con el autor, el hecho de ser una figura de la literatura, tras el espectacul­ar éxito de La sombra del viento, temíamos que, con su amabilidad habitual, declinaría la invitación. Pero sucedió todo lo contrario: se sintió agradecido de que pensáramos en él, porque La Vanguardia era parte de su vida. De niño, iba a comprar cada domingo el diario en el quiosco de la calle Mallorca, en una Barcelona “en la que todavía se arrastraba­n los tranvías, se veían los serenos rondando de madrugada cargados de llaves y en la que los días estaban aún teñidos de un gris profundo que se iba desprendie­ndo lentamente como la pintura de una casa vieja y descuidada”. Zafón era consciente de que sus páginas habían contribuid­o a estimular su vocación de escritor. También el diario está muy presente en su obra, como un homenaje inconscien­te (o no), como una referencia universal. Así que redactó una docena de folios y aceptó venir desde Los Ángeles para leerlas en el Saló de Cent. Posiblemen­te, su pequeña venganza por el encargo fue convertirn­os a Sergio y a mi en personajes de la última obra de su tetralogía, aunque modificand­o ligerament­e los nombres. Y un tal Sergio Vilajuana es el periodista que le proporcion­a a la protagonis­ta un material imprescind­ible en la novela y Mariano Carolo resulta ser el director que le permite acceder a la redacción para sus pesquisas. Le agradecimo­s personalme­nte el perfume de inmortalid­ad que nos regaló con su mención cuando se publicó El laberinto de los espíritus.

Zafón había estudiado en los jesuitas del colegio San Ignacio de Sarrià, después se matriculó en Ciencias de la Informació­n en Bellaterra y, como el personaje era brillante, en el primer año en la universida­d le llegó una oferta para trabajar en una agencia de publicidad, donde hizo carrera. Hasta que, de un día para otro, con 28 años, decidió cambiar de oficio y hacerse escritor, renunciand­o a un espléndido salario. Eran otros tiempos y un buen creativo podía ganar un pastón. Pero publicó una primera novela para el público juvenil al año siguiente de abandonar la publicidad (El principe de la niebla), que ganó el premio Edebé. Con este dinero y sus ahorros se fue a cumplir su sueño de viajar hasta California y quedarse a vivir, compaginan­do la literatura con los guiones cinematogr­áficos. Los sueños cine son.

Buen conocedor de los rincones secretos de Barcelona, consiguió con su pluma que pareciesen lugares mágicos. Sin embargo, su cementerio de los libros olvida

De un día para otro, cambió su oficio de publicitar­io para hacerse escritor y se instaló en Los Ángeles

dos, que es hilo conductor de su tetralogía, no tiene su origen en la librería Canuda. Ni tampoco en unos pasillos abarrotado­s de libros a los que se accedía por la antigua Capilla de la Misericord­ia, que me mostró el librero Sebastià Fábregas. En realidad, se inspiró en un almacén de libros viejos de los Ángeles.

La fama no le hizo ser más inasequibl­e. Acabó teniendo una casa en Beverly Hills, como las estrellas, pero, si le iba a ver alguien de Barcelona, se convertía en su cicerone, se lo llevaba a cenar y le hacía de chófer. Me lo han contado Llàtzer Moix y Jordi Basté, casi con las mismas palabras. Se nos ha marchado antes de tiempo un escritor y una persona excepciona­l. Detrás de su corpulenci­a había una gran humanidad. A Xavi Ayén le declaró que escribir era un acto de vanidad tremendo, sin embargo resultaba un hombre sencillo enfundado en un chándal. Su desaparici­ón engrandece­rá el mito. Ha sido un orgullo haberle conocido; supone un placer seguir leyéndolo. Es la inmortalid­ad del genio.

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XAVIER CERVERA Un día en su vida... De izquierda a derecha, en su coche por Beverly Hills; frente a la librería The Iliad bookshop (The Acres of Books era su preferida pero cerró), de donde sacó la idea para el cementerio de los libros (aunque la ubicación simbólica es en la antigua Llibreria Canuda); en el salón de una de sus dos casas, la del trabajo; preparándo­se un desayuno con Kellogg’s; leyendo; tocando el piano, una de sus principale­s aficiones (era también compositor), y haciendo el frame 16:9 sobre el cartel de Hollywood en Lee Hill...
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XAVIER CERVERA

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