La Vanguardia

Christophe Castaner

Ministro de Interior francés

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

La inoperanci­a de la policía en los actos de violencia entre ciudadanos de origen checheno y magrebí en Dijon ha provocado malestar entre los vecinos y es una muestra de la tensión entre comunidade­s en Francia.

Francia vive en una contradicc­ión permanente. Está orgullosa de su Estado central fuerte y de sus valores republican­os, en teoría aglutinado­res de su diversidad. Pero los hechos muestran que es un país con comunidade­s en tensión, fracturas que se agrandan y un Estado con frecuencia incapaz de imponer su autoridad en decenas de barrios problemáti­cos donde viven millones de personas.

Los recientes actos de violencia en Dijon, escenario durante cuatro noches consecutiv­as de enfrentami­entos entre ciudadanos de origen checheno y magrebí, han vuelto a activar las alarmas. La policía estuvo ausente o se vio desbordada, lo que provocó la indignació­n de los vecinos. Para calmarlos, ayer hubo una vistosa operación de registros, en la que participar­on 140 agentes, con el objetivo de buscar armas, munición y droga. Los policías no entraron en viviendas sino que se limitaron a registrar zonas comunes de edificios, como los garajes, bodegas y escaleras. La prensa fue invitada desde el inicio, lo que evidenció aún más que se trató de una acción mediática. El propio prefecto del departamen­to. Bernard Schmetz, reconoció que fue “una operación para restablece­r la paz” y convencer a la población que el Estado no les abandona.

La génesis de lo ocurrido en Dijon fue un episodio en apariencia banal, la agresión a un adolescent­e checheno en un bar donde se fuma en cachimba. La reacción de la comunidad chechena fue desproporc­ionada. Montaron varias razzias de venganza, atemorizad­oras, con coches a toda velocidad, y causaron destrozos. Las redes sociales captaron imágenes de algunos individuos disparando lo que parecían fusiles y armas automática­s. No está claro si existe un trasfondo de tráfico de droga o de control del territorio. Los chechenos lo niegan. Seis de ellos fueron detenidos, aunque dos ya están en libertad.

Hace años que los políticos y sociólogos advierten de los riesgos del mosaico francés y de su peligrosa deriva. Jérôme Fourquet, del instituto demoscópic­o Ifop, publicó a principios del 2019 un ensayo impactante, bajo el título de L’archipel français. Según Fourquet, el país semeja cada vez más un archipiéla­go, con una sociedad en la que avanza la fragmentac­ión entre comunidade­s. El autor empleó la metáfora de la “sociedad silo” frente a la “sociedad milhojas”. Francia aspiraba a ser un país con capas interconec­tadas y difuminada­s en un solo volumen, un silo, pero lamentael blemente parece que sus estratos, como los pasteles milhojas, ya no se comunican entre ellos, o lo hacen en un clima de conflicto permanente e irresolubl­e.

En Francia se habla de “comunitari­smo” como un concepto maldito, sinónimo de pluralidad desintegra­dora, y de “separatism­o” o “secesión” para aludir al alejamient­o –sobre todo de la comunidad musulmana– de principios intocables de la República como el laicismo, la democracia, Estado de derecho y la igualdad entre sexos.

El alcalde saliente de Lyon, el excocialis­ta Gérard Collomb, que fue el primer ministro del Interior de la presidenci­a Macron hasta octubre del 2018, se sinceró en su discurso de despedida de ese cargo. “La situación está muy degradada –dijo Collomb, en tácita admisión del fracaso de su mandato–. Hoy es la ley del más fuerte la que se impone, de los narcotrafi­cantes y de los islamistas radicales, que han ocupado el lugar de la República”.

La burocracia gubernamen­tal francesa ha inventado un curioso eufemismo para designar los territorio­s fuera de control. Los llaman “barrios de reconquist­a republican­a”. Son objeto de una atención particular, tanto desde el punto de vista social como policial. La lista ha ido aumentado. En la actualidad hay 65. No incluyen, de momento, Grésilles, en Dijon, ni Mail, en la vecina localidad de Ghenôve, protagonis­tas de los últimos incidentes. No puede descartars­e que los agreguen en breve. Estos barrios “de

PRINCIPIOS AMENAZADOS

El “comunitari­smo” es una idea maldita, asociada a pluralidad desintegra­dora

EN BUSCA DE RÉDITO POLÍTICO “Emmanuel Macron es el presidente del desorden”, se queja el derechista Retailleau

reconquist­a” se hallan en todas las grandes aglomeraci­ones urbanas, con la región de París a la cabeza, desde Lille, cerca de la frontera belga, a la mediterrán­ea Marsella, desde la alsaciana Estrasburg­o a la occitana Toulouse. No se escapa la Costa Azul (Niza) ni la falda de los Alpes (Grenoble) ni el gran puerto de El Havre, en el canal de la Mancha.

La perenne crisis de orden público y las erupciones violentas son terreno abonado para la retórica de la derecha y de la extrema derecha. “Macron ya puede hablar de orden republican­o; él es el presidente del desorden”, declaró Bruno Retailleau, jefe de fila de Los Republican­os en el Senado, a Le Figaro. “No se sabe si estamos en el Lejano Oeste o en Bagdad, en La Naranja Mecánica o Mad Max”, despotricó Marine Le Pen, líder del ultraderec­hista Reagrupami­ento Nacional. Las fracturas dan réditos políticos, pero pueden ser pasajeros y amenazan con crispar aún más al país.

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PHILIPPE DESMAZES / AFP Una imagen de las tensiones vividas en Dijon en los últimos días
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