La Vanguardia

Cuando la xenofobia tiene nombre propio

El primer ministro Viktor Orbán lleva años fomentando entre los húngaros el temor a una “invasión” musulmana, a la vez que crece la marginació­n de las minorías

- Félix Flores Barcelona

Diecinueve universita­rios fueron, al parecer, los primeros contagiado­s de coronaviru­s en Hungría. Nueve eran estudiante­s becados iraníes, nueve eran húngaros y el último británico. El primer ministro Viktor Orbán lo tuvo claro: “Los extranjero­s trajeron la enfermedad”. Cerró entonces la universida­d , dijo, porque “hay montones de extranjero­s”.

Viktor Orbán ya no sorprende ni dentro ni fuera de Hungría. Todos le conocen como instigador del racismo y la xenofobia y por su forma de gobierno, definida por muchos como “régimen”. La Comisión Europea y la Eurocámara, el Consejo de Europa, la Comisión de Venecia, la Asociación Europea de Jueces... Todos han denunciado su discurso de odio y su cooptación de las institucio­nes del Estado y de los medios de comunicaci­ón.

Pero Orbán sigue necesitand­o los fondos europeos y en breve tiempo ha tenido que encajar dos sentencias del Tribunal Europeo: contra sus cárceles de inmigrante­s en la “zona de tránsito” de la frontera serbia (se denunció incluso la negación de alimentos) y contra una ley que persigue a las oenegés bajo el pretexto de que están financiada­s por intereses ocultos, léase el financiero George Soros. El fallo de esta última se produjo el jueves.

Ha sido un triunfo para las oenegés húngaras, aunque todo tiene un coste.la ley nunca se llevó a la práctica penalmente, pero servía para intimidar. “Desde que el Gobierno empezó a atacarnos, mucha gente que nos apoya tiene miedo de ser asociada a enemigos públicos yde ser represalia­da, por ejemplo en su trabajo, así que la gente se autocensur­a, hay un miedo paralizant­e”, explica Áron Demeter, director de programas de Amnistía Internacio­nal en Hungría. “Hay una transforma­ción muy fuerte en el sistema democrátic­o y las oenegés somos algunos de los últimos que quedamos, representa­mos una voz independie­nte”, apunta Gábor Gyulai, director del programa de refugiados del Comité Helsinki Húngaro.

Los musulmanes son acusados de terrorista­s, los gitanos, de “indignos” y “vagos”, y se les segrega en las escuelas; un antisemiti­smo velado aumenta a cuenta del judío Soros; a los transexual­es no se les reconoce... “Todas las minorías pueden ser señaladas, y entre las húngaras, todas las que no entren en la imagen cristiana idealizada” de Orbán, sentencia Áron Demeter.

Sin embargo, ¿se puede decir que Orbán haya impuesto todo esto a contrapelo, cuando ha contado con fuerte apoyo electoral? Está en su tercer mandato y por dos veces ha conseguido una supermayor­ía parlamenta­ria. El asunto del sustrato racista es espinoso y algunas fuentes consultada­s han rehusado abordarlo. Un estudio citado por el

think tank húngaro Political Capital cifraba las actitudes xenófobas en un 15% en 1992, en un 39% en el 2014 y en un 67% en octubre del 2018, señalando además que este fenómeno es mayor en Hungría que en resto del este de Europa. Dejando al margen un racismo histórico hacia la minoría gitana (unas 700.000 almas), que comparte una mayoría, las razones exactas de esa xenofobia no están claras, aunque pueden tener que ver con el hecho de ser un país sin tradición migratoria, señala Gábor Gyulai. Aunque Hungría fue de los menos herméticos entre los países socialista­s , “aquí se hablan menos idiomas, y con excepción de Budapest, lo que dice la tele en húngaro es la noticia, y no hay otro medio de informarse . Se ha creado tal odio que la gente, en el campo, cree que Hungría está amenazada por millones de inmigrante­s”.

De otro lado, la injusticia del tratado de Trianon, que en 1920 troceó Hungría, tiene su peso en las conciencia­s y es explotada por Orbán en su discurso ultranacio­nalista, que habla de “imperialis­mo liberal” y de que Soros y la UE quieren llenar el país de musulmanes.

Desde luego que el racismo y la xenofobia son una magnífica tapadera para los problemas reales, “que son muchos para el húngaro medio, como la precarieda­d en el sistema de sanidad, los salarios...”, dice Demeter. “Orbán ya no puede echar la culpa al gobierno anterior como había hecho antes. Así que ya no se trata de tapar, sino de mantener a la gente en estado de pánico, y el miedo es útil; le dice a la gente: yo os protegeré de esa gente horrible”.

Es una protección que se paga. Orbán ha endurecido la legislació­n laboral: los patronos pueden exigir horas extras sin compensaci­ón, las mujeres deben ganar menos y mejor que se dediquen a tener hijos... Y sin embargo, “la población extranjera aumentó del 2015 al 2019, de 146.000 a 186.000”, dice Gyulai. Los húngaros son 10 millones . “Hace falta mano de obra, en la sanidad, en la construcci­ón, camareros...”. Se trata de inmigrante­s del este, pero también asiáticos. Notamos una discrepanc­ia enorme entre las necesidade­s del país y la realidad paralela que se ha creado, y eso será causa de problemas para el futuro económico del país”.

Gábor Gyulai explica que se ha acuñado un término específico para inmigrante con sentido fuertement­e peyorativo, “como algo diabólico”, mientras que “la palabra refugiado está prohibida en los medios del Estado”. Así, migrans se asocia a musulmán... Los musulmanes son alrededor de 30.000 en el país.

Fue la llamada crisis migratoria de septiembre del 2015, cuando los refugiados sirios llegaban a través de Serbia (sobre todo, para alcanzar Alemania) la que sirvió a Orbán para extender su campaña xenófoba. Decretó un “estado de emergencia migratoria”, que se ha ido renovando cada seis meses, y hasta hoy.

Con la Covid-19, el 30 de marzo se decretó el “estado de emergencia sanitaria” con una Acta I que fue observada con “preocupaci­ón” desde la UE. El gobierno por decreto se imponía incluso al Tribunal Constituci­onal. El estado de emergencia acabó el pasado martes, pero ya está preparada una Acta II que permitiría, en el caso de un rebrote, “un poder ilimitado”, según un artículo publicado recienteme­nte por tres académicos, que afirman que seguiría el modelo sine die del “estado de emergencia migratoria”.

Amnistía Internacio­nal, el Comité Helsinki y la Unión por la Libertades Civiles ya han avisado de lo que puede ocurrir. “Este tipo de medidas dependen del contexto en que se aplican –advierte Gábor Gyulai–. No es lo mismo en España o en Holanda, donde existen unos contrapeso­s, que aquí”.

Las actitudes xenófobas han ido en aumento y son más evidentes en Hungría que en el resto de Europa del este

“La gente del campo cree estar amenazada por millones de inmigrante­s”, dice Gábor Gyulai

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Trianon, por el cual Hungría perdió territorio y población tras la I Guerra Mundial
BERNADETT SZABO / REUTERS Ultraderec­histas Una marcha con antorchas el 5 de junio por el centenario del tratado de Trianon, por el cual Hungría perdió territorio y población tras la I Guerra Mundial
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