La Vanguardia

Ruiz Zafón en Beverly Hills

- Jordi Basté

En un apartament­o de North Swall Drive vivía Carlos Ruiz Zafón con su esposa, Mari Carmen. En pleno Beverly Hills y a cinco minutos de Rodeo Drive. La última vez que quedé con el escritor fue en agosto del 2017. Aquel verano le envié un watsap a su teléfono americano. No había dudas de que el número era correcto: su perfil tenía el dibujo de un dragón, del que era fanático.

Quedamos por la tarde en su casa, donde estuvimos charlando hasta la hora de cenar. Ignoro de qué, pero apostaría que de La sombra del viento, como (casi) siempre.

Reservó en el Polo Lounge, en el patio del hotel Beverly Hills. Le fascinaba el cine y eligió el mejor escenario: el hotel donde fueron célebres las borrachera­s de Frank Sinatra y Dean Martin, donde Liz Taylor pasó seis de sus ocho lunas de miel o donde se rodó Mi desconfiad­a esposa con Lauren Bacall y Gregory Peck. Me presentó a un camarero veterano, próximo a la jubilación, nacido en Lleida, un pozo sin fondo de anecdotari­o de las celebritie­s.

No tuvimos mucha suerte: en aquella cena sólo nos encontramo­s a David Beckham y a Victoria Adams en una mesa próxima.

Siempre he pensado que hubo un tiempo literario antes y después de La sombra del viento desde el día que cayó en mis manos gracias a Pep Guardiola, la primera persona que me habló de el. Decidí conocer a Ruiz Zafón hasta que, muchos años más tarde, le entrevisté en la radio. Fue una conversaci­ón lector/autor. Tengo un trauma con los escritores que admiro y con quien tengo buena relación como Quim Monzó, Sergi Pàmies, David Trueba... a pesar del aprecio sé que no estoy jamás a su altura. Igual con Zafón. Nunca he entendido tampoco cómo es posible que, viviendo al lado de Hollywood, fan de las localizaci­ones cinematogr­áficas (llevaba a sus visitas a Mulholland Drive, como siguiendo la ruta del film de David Lynch), jamás aceptó un talón para adaptar su obra magna al cine.

Después de la cena en el Polo Lounge me llevó en coche a mi hotel en Hollywood Boulevard. Allí hicimos la entrevista pactada: no en el hotel, en el interior del coche. Al día siguiente nos llamamos para almorzar. Me llevó al The Cheesecake Factory, juraría que su restaurant­e favorito. No nos hemos vuelto a ver. Algún que otro watsap de felicitaci­ón y poco más. He decidido con su muerte releer La sombra del

viento y someterme al embrujo de Julián Carax. “Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados”. Eterno Ruiz Zafón.

Reservó en el Polo Lounge; le fascinaba el cine y eligió el mejor escenario

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