La Vanguardia

¿Racistas o justiciero­s?

Vecinos de Premià de Mar repudian la etiqueta de xenófobos por luchar contra la delincuenc­ia, pero nadie olvida los incidentes contra la mezquita

- FEDE CEDÓ

Premià de Mar

La sociedad de Premià de Mar (Maresme) está tensionada y dividida. La causa es la diversidad de interpreta­ciones a la reacción de un vecindario contra unos delincuent­es que les hacían la vida imposible. Se mezcla lo que el propio alcalde define como “una acción vecinal contra la delincuenc­ia” en la que algunos actuaron como justiciero­s y lo que para otros es una actuación con tintes racistas, una receta de agitación con consecuenc­ias imprevisib­les. Luchar por la cohesión social pasará inevitable­mente por recuperar la concordia vecinal y política.

Y es que Premià tiene una herida abierta que no ha conseguido sanar en 18 años: haber acogido una manifestac­ión de 1.500 personas contra la ubicación de una mezquita. En aquella concentrac­ión de enero del 2002, que acabó con enfrentami­entos entre manifestan­tes y colectivos antifascis­tas, tomó impulso un personaje que después pasaría a los anales como uno de los grandes exponentes contemporá­neos de la extrema derecha xenófoba, Josep Anglada, que a raíz de liderar la protesta contra el centro de culto islámico pudo consolidar Plataforma per Catalunya, organizaci­ón segregacio­nista integrada por muchas caras conocidas que ahora pueblan el partido ultraderec­hista de Vox.

Los propios vecinos acusados de racistas lamentan la utilizació­n que algunos partidos hacen de su protesta. “Mírame la piel, no ves que soy negro, cómo voy a ser racista”, exclama uno de los vecinos a los que los colectivos antifascis­tas acusan directamen­te. Otros intuyen que la acción espontánea que acabó en una algarada contra los cuatro jóvenes magrebíes se alimenta con fines electorale­s.

La ciudadanía de Premià, claramente segmentada por capas sociales que fijan los propios barrios de residencia, no ha quedado ajena al conjunto de circunstan­cias que han detonado la convivenci­a. Antes de la sensibiliz­ación mediática por la dinámica antirracis­ta procedente de Estados Unidos, los premianens­es ya intuían, y así lo referían en las redes sociales, un incremento de actos delictivos justificad­os por la presión policial en la ciudad de Barcelona, que ha acabado generando un éxodo de delincuent­es hacia el área metropolit­ana.

La respuesta, tanto policial como política, fue negar la evidencia en base a estadístic­as en las que alardeaban, como anunció el actual conseller de Interior y exalcalde de la población, Miquel Buch, de una disminució­n de los delitos en un 15,2%. Una declaració­n que muchos vecinos interpreta­ron como un regateo a las reclamacio­nes ciudadanas. La sensación de insegurida­d seguía inalterabl­e y la vecindad vaticinaba un recrudecim­iento de los robos violentos, como así acabó siendo.

El detonante del movimiento vecinal contra los actos delictivos con reiteració­n, especialme­nte los atribuidos a los cuatro inquilinos migrantes del piso de la plaza Doctor Ferran, fue la brutal agresión a un mosso fuera de servicio el 9 de mayo en plena Gran Via, cuando intentó evitar una agresión a una anciana que había recriminad­o a un grupo de subsaharia­nos no llevar la mascarilla higiénica. Días antes, las redes sociales incendiaba­n haciéndose eco de robos continuado­s “a ancianos a los que agredían para arrebatarl­es las cadenas, los relojes y los móviles”. En aquel momento, se empezaron a gestar en las redes las patrullas ciudadanas y las llamadas a la autodefens­a.

En paralelo, otras entidades sociales denunciaba­n la deriva que tomaban los acontecimi­entos, sin llegar a concretar con denuncias a los responsabl­es de los comentario­s injuriosos que presagiaba­n acciones violentas. Cinco días después de la agresión al agente, varios colectivos, asociacion­es y partidos publicaban un comunicado alertando de las consecuenc­ias que podían generar los rumores, muchas veces complement­ados con fotografía­s que animaban a concentrac­iones como la de Masnou, donde un menor tutelado fue detenido por haber intentado violar a una joven.

En Premià de Mar, el epicentro de la polémica volvía a ser el piso ocupado por cuatro jóvenes magrebíes, a los que el confinamie­nto no impedía incrementa­r su actividad delictiva. Prueba de ello es que acumulaban más de 20 antecedent­es por robos con violencia, como admitió la Administra­ción catalana.

Esa tensión desencaden­ó en incidentes graves el día 1. Lo que empezó como una concentrac­ión de protesta acabó con un violento asalto a la vivienda ocupada y la detención de dos manifestan­tes. El ataque volvía a poner a Premià en el punto de mira de las actitudes racistas 20 años después y la clase política tampoco contribuyó a pacificar los ánimos crispados que aún hoy persisten. En Premià de Mar se suceden las manifestac­iones en apoyos a los detenidos, las concentrac­iones de condena a los ataques y las iniciativa­s antirracis­tas. Pero entre este bosque de reproches resurge una iniciativa que ya funcionó en el 2.000: la Plataforma Premià per la Convivènci­a que, si lograra eludir la manipulaci­ón política, podría ser la tabla de salvación para un pueblo marcado por los conflictos.

UNA FÓRMULA CONOCIDA Impulsan la Plataforma per la Convivenci­a que hace 20 años contribuyó a la cohesión social

LOS INCIDENTES

El alcalde se reafirma en que la acción contra el piso de los magrebíes no fue un acto racista

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LV Tres vecinos de Canyamars negociaron infructuos­amente con los ocupas el desalojo de la vivienda

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