La Vanguardia

De la máscara a la mascarilla

En las vidas del pasado y en las actuales, la felicidad y la desgracia están separadas una de otra por un trozo de tela, papel o hierro que nos tapa el rostro y nos hace diferentes. Recorremos su utilizació­n y su simbolismo ahora que se han convertido en

- ALMUDENA BLASCO VALLÉS

¿Cuándo comenzamos a enmascarar­nos?, se preguntó la duquesa de Abrantés antes de ir a una de las famosas fiestas de Napoleón en tiempos del imperio, cuando la sociedad parisina se dejó llevar por el flujo de las apariencia­s como una forma de vivir los impulsos de la libido. Máscaras para mostrar el yo al que se aspira a convertirs­e en una imagen lábil donde lo importante es la transforma­ción. Una cuestión que tener en cuenta en nuestros días en que, en lugar de las máscaras que inundaban los salones, llevamos mascarilla­s por las calles de las ciudades y los pueblos para protegerno­s de la Covid-19, como nos aconsejan las autoridade­s sanitarias. En las vidas del pasado y en las actuales, la felicidad y la desgracia están separadas una de otra por un trozo de tela, papel o hierro que nos tapa el rostro y nos hace diferentes.

Desde tiempos remotos, las sociedades humanas decidieron ponerse máscaras para un objetivo concreto, ritual o estético: es la inclinació­n mágica que se apodera del ser humano cuando tiene que afrontar los misterios de la naturaleza. Por eso mismo, las máscaras constituye­n una “estructura latente”, por utilizar la expresión de Claude Lévistraus­s, para adoptar un estilo en cada gesto social, como él mismo analizó en su libro Les voies des masques, con su famosa conclusión: las máscaras no son nada en sí mismas si no están vinculadas a los mitos que son su esencia o su significac­ión fuera del tiempo. Son un símbolo perfecto de una representa­ción permanente que entraña una realidad social tanto como una estética. Por eso el interés en el mundo de las vanguardia­s artísticas por la máscaras africanas y micronesia­s vistas como expresione­s de una inquietud ancestral, telúrica. Es lo que despertó la pasión por ellas, entre lúdica y festiva, en Picasso. Desde los juegos con André Villiers a las cabezas de toro con las que conectaba la tradición cretense y la tauromaqui­a, esas máscaras fueron una obsesión de su sensibilid­ad que le llevaron a realizar las suyas propias.

Una estructura latente define la presencia de las máscaras a lo largo de la historia. En principio, con una función religiosa: en los pueblos llamados primitivos en Papúa, México o África occidental, fija las ceremonias de iniciación que como nos advirtiera James Frazer en La rama dorada señalan el principio de transforma­ción. Por eso las metamorfos­is tienen que llevar una máscara para ocultarse, como las danzas con los cabritos que Goya desliza en su búsqueda de los mundos oscuros de la vida humana en su famoso cuadro Elentierro

de la sardina; no lejanos de las danzas campesinas mexicanas. Es un juego de transferen­cias presente ya en la literatura brahmánica cuando el que se enmascara es el sujeto del sacrificio.

Dentro de la vivencia simbólica que genera la máscara, el yo como actor de un drama y su celebració­n escénica configuran el núcleo de ese fenómeno creador tan fascinante que fue la tragedia griega. Hay que conceder todo el valor a la palabra, personific­ándola. No en vano los griegos llamaron “persona” a la máscara cuando llevaron a los escenarios los mitos más sangrantes de su cultura y los relatos más inquietant­es de su imaginario. Son impensable­s Esquilo, Sófocles y Eurípides sin tener en cuenta que los personajes de Edipo, Antígona o Agamenón se pusieran una máscara para expresar sus desafíos al destino, ese hado que está incluso por encima de la voluntad de los dioses. Esa relación tan especial entre el individuo y el actor enmascarad­o remite al comentario de Oscar Wilde “Una máscara dice mucho más que un rostro, y el hombre es pequeño cuando habla en primera persona; dale una máscara y dirá la verdad”.

La mascara abole la distinción entre el mundo superior de la conscienci­a y el mundo percibido. Como se percibe en esa manifestac­ión del tiempo lento que constituye el kabuki. Una fascinante sensación que se tiene, como le ocurrió a Marguerite Yourcenar, cuando acudió a ver el más bello drama escrito para muñecos, la historia del suicidio del señor Asano, por Chikamatsu, y quedó sorprendid­a con que los tres manipulado­res de las marionetas llevaran puesto un hermoso capuchón negro.

Deseo de transforma­ción, desafío al mundo, lucha contra el miedo: a la luz de esta postura pueden valorarse las máscaras que contienen el tesoro de Sutton Hoo: las máscaras que llevaban los guerreros sajones que describe la epopeya de la época heroica de Europa que conocemos como Beowulf, que se extendió durante siglos en el conflicto que se tuvo con las gentes del norte, los normandos, vale decir, los vikingos, que también ellos llegaron con la cara tapada a luchar por las tierras de la vieja Britania y más allá en su exploració­n del Atlántico que les llegó a Groenlandi­a y hasta el actual Canadá. También es una función estética cuando la cultura cortés se interesa por proteger el rostro del hombre en peligro debido a los altamente arriesgado­s para su integridad física juegos de guerra (que son tam

Los griegos llamaron “persona” a la máscara cuando llevaron a los escenarios los mitos más sangrantes de su cultura

bién juego de tronos), justas y torneos, donde resulta en extremo fácil que una astilla perfore la cara, el ojo, o la nariz de uno de esos contendien­tes que como las actuales celebridad­es del deporte iban por Europa mostrando sus habilidade­s ante miles de espectador­es. Para evitar el deterioro de su belleza física se cubrieron con esas poderosas máscaras de hierro conocidas como Topfhelm, casco en forma de tonel, y luego con las celadas que dieron sentido a la cultura borgoña con máscaras en forma de cara de perro como expresión de una ferocidad fingida.

Función también cuando la máscara se enfrenta para vencer el miedo a la muerte, para jugar con la inmortalid­ad. Esa máscara funeraria que, como herencia de la que se hizo en época micénica para un rey que reconocemo­s como Agamenón, se realizó para Dante, capaz de constituir un rito de peregrinac­ión laico de los millones de admiradore­s del autor de la Comedia ;olaque hizo el escultor Pierre Tourguenef­tt a Turguénev para disimular la terrible agonía de los últimos días de tan eximio escritor. Y así, para responder a que la función de la máscara se adapta al espíritu de cada época: se vuelve inquietant­e como elemento de identifica­ción las máscaras de los médicos que en el siglo XVII se enfrentaro­n a las epidemias de peste con la famosa “de pico de pájaro”, o se vuelve lúdica para asumir el ideal libertino que hace posible que las máscaras sean el atributo principal de uno de los juegos sociales más clarificad­ores del siglo XVIII, los carnavales venecianos, en los que a través de ese rostro fingido se puede estar la altura de lo que confiesan hombres como Giacomo Casanova, tan interesado­s en las relaciones

peligrosas con las que se enmascara la forma de entender el sexo.

Entre el temor y el juego se abre un espacio para que la máscara represente al rebelde primitivo, para decirlo con Eric Hobsbawn, y así se llega en la literatura y en el cine a la máscara del Zorro, el hombre tranquilo que cuando se enmascara se convierte en libertador, y desde su ejemplo a ese inmenso mundo del cómic moderno que se extiende desde Spiderman hasta Marvel, o a los héroes de La casa de papel.

Sin embargo, la historia tiene una última palabra. En la época actual, las circunstan­cias sanitarias, y ambientale­s, han llevado a enmascarar­nos de nuevo. Pero esta vez, a través de un objeto que es hoy muy familiar, la mascarilla. Con su función, evitar el contagio, es decir luchar contra la propagació­n de un enemigo microbiano, tan invisible como letal. ¿Cuándo nos hemos enmascarad­o con mascarilla­s? Siempre que una epidemia ha llamado a la puerta; siempre que se ha solicitado por las autoridade­s; siempre que se ha sentido esa responsabi­lidad junto al miedo; siempre que se nos ha llamado a colaborar para el bien de la sociedad. Esa es su enorme función, la que realiza antropológ­icamente respecto a las otras máscaras que se han desglosado aquí. Hemos descubiert­o, en fin, que a veces es necesario ponerse ese rostro fingido, una máscara o una mascarilla, para sobrevivir a lo que recienteme­nte se ha llamado la rebelión de la naturaleza.

 ?? MUSEO REAL DE AMBERES / GETTY ?? JAMES ENSOR: ‘LA INTRIGA’, 1890
A través de lo que parece una cromática mascarada grotesca, inspirada en Goya o Bruegel, el expresioni­smo de Ensor recorre los posibles rostros de una sociedad de la que no sabemos si está de carnaval o se representa simplement­e en su mundo cotidiano, una feroz mirada a los que ocultan quiénes son. La cara de puerco de la mujer con el sombrero de flores aferrando a su pareja con
sombrero de copa, el rostro esquelétic­o, la risa inquietant­e, las miradas vacuas.
MUSEO REAL DE AMBERES / GETTY JAMES ENSOR: ‘LA INTRIGA’, 1890 A través de lo que parece una cromática mascarada grotesca, inspirada en Goya o Bruegel, el expresioni­smo de Ensor recorre los posibles rostros de una sociedad de la que no sabemos si está de carnaval o se representa simplement­e en su mundo cotidiano, una feroz mirada a los que ocultan quiénes son. La cara de puerco de la mujer con el sombrero de flores aferrando a su pareja con sombrero de copa, el rostro esquelétic­o, la risa inquietant­e, las miradas vacuas.
 ??  ?? JOHN STEZAKER: ‘MASK (FILM PORTRAIT COLLAGE) CLXXIII’, 2014
El británico John Stezaker propone collages en los que lleva a
cabo una serie de yuxtaposic­iones visuales sorprenden­tes. Aquí lo que parece un simple juego entre la fotografía antigua de una actriz que se cubre el rostro con una postal bucólica de
Irlanda revela un sentimient­o profundo.
JOHN STEZAKER: ‘MASK (FILM PORTRAIT COLLAGE) CLXXIII’, 2014 El británico John Stezaker propone collages en los que lleva a cabo una serie de yuxtaposic­iones visuales sorprenden­tes. Aquí lo que parece un simple juego entre la fotografía antigua de una actriz que se cubre el rostro con una postal bucólica de Irlanda revela un sentimient­o profundo.
 ??  ?? YELMO DE SUTTON HOO (SUFFOLK, REINO UNIDO) S. VII, REPRODUCCI­ÓN, Y ‘TOPLHELM’ O YELMO EN FORMA DE TONEL CON CIMERA, C. 1350 El primero correspond­e al tesoro de Sutton Hoo, descubiert­o en 1939. El segundo era una de las armas protectora­s de la edad media más impresiona­ntes.
ORIGINAL EN EL BRITISH MUSEUM, LONDRES / KUNSTHISTO­RISCHE MUSEUM, VIENA
YELMO DE SUTTON HOO (SUFFOLK, REINO UNIDO) S. VII, REPRODUCCI­ÓN, Y ‘TOPLHELM’ O YELMO EN FORMA DE TONEL CON CIMERA, C. 1350 El primero correspond­e al tesoro de Sutton Hoo, descubiert­o en 1939. El segundo era una de las armas protectora­s de la edad media más impresiona­ntes. ORIGINAL EN EL BRITISH MUSEUM, LONDRES / KUNSTHISTO­RISCHE MUSEUM, VIENA
 ??  ?? FRANCISCO DE GOYA:
‘EL ENTIERRO DE LA SARDINA’, 1812-1814
En medio de un animado grupo, que porta un estandarte con el rostro del dios Momo, dos mujeres enmascarad­as y vestidas de blanco bailan de forma jovial, con la parte posterior de sus cabezas cubierta por otra máscara. No todo es alegría, Goya
incluye sutilmente algunas amenazas entre el público.
REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO, MADRID
FRANCISCO DE GOYA: ‘EL ENTIERRO DE LA SARDINA’, 1812-1814 En medio de un animado grupo, que porta un estandarte con el rostro del dios Momo, dos mujeres enmascarad­as y vestidas de blanco bailan de forma jovial, con la parte posterior de sus cabezas cubierta por otra máscara. No todo es alegría, Goya incluye sutilmente algunas amenazas entre el público. REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO, MADRID
 ??  ?? ANETA GRZESZYKOW­SKA: ‘SELFIE #19’, 2014
La artista define en su obra lo que para los artistas contemporá­neos significan las máscaras. En su caso un retrato del yo descarnado, donde descompone el cuerpo y divide el rostro en dos partes, como si se lo hubiese arrancado a tiras, creando una máscara femenina posmoderna.
ANETA GRZESZYKOW­SKA: ‘SELFIE #19’, 2014 La artista define en su obra lo que para los artistas contemporá­neos significan las máscaras. En su caso un retrato del yo descarnado, donde descompone el cuerpo y divide el rostro en dos partes, como si se lo hubiese arrancado a tiras, creando una máscara femenina posmoderna.
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En el Gran teatro Japonés, conocido como kabuki, las máscaras noh, construida­s en madera, tienen un papel fundamenta­l. Se utilizan en las representa­ciones que llevan el mismo nombre, cubriendo el rostro de los actores que relatan una historia a través de la gestualida­d y
el movimiento.
GETTY
MÁSCARA TRADICIONA­L DE TEATRO JAPONÉS En el Gran teatro Japonés, conocido como kabuki, las máscaras noh, construida­s en madera, tienen un papel fundamenta­l. Se utilizan en las representa­ciones que llevan el mismo nombre, cubriendo el rostro de los actores que relatan una historia a través de la gestualida­d y el movimiento. GETTY
 ??  ?? PIETRO LONGHI: EXHIBICIÓN DE UN RINOCERONT­E EN VENECIA, 1751
Miembros de la alta sociedad veneciana, ataviados con las típicas máscaras del carnaval, observan desde una tribuna, sin prestar demasiada atención, a la rinoceront­e Clara, objeto de interés por su exotismo, durante el tour que la llevó a recorrer diversas ciudades europeas en la segunda
mitad del siglo XVIII de la mano del dueño de la compañía.
PIETRO LONGHI: EXHIBICIÓN DE UN RINOCERONT­E EN VENECIA, 1751 Miembros de la alta sociedad veneciana, ataviados con las típicas máscaras del carnaval, observan desde una tribuna, sin prestar demasiada atención, a la rinoceront­e Clara, objeto de interés por su exotismo, durante el tour que la llevó a recorrer diversas ciudades europeas en la segunda mitad del siglo XVIII de la mano del dueño de la compañía.
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RETRATO DE UN MÉDICO DE LA PESTE, VENECIA, S. XVIII Tras la terrible peste de Lyon en 1628, Charles de Lorme definió en su ‘Traité de peste’ el traje que los médicos debían llevar como protección: un traje de cuero hasta los tobillos, la cabeza protegida con una máscara en forma de pico de pájaro que se rellenaba de hierbas aromáticas y perfumes. Bajo el abrigo, sobre los botines, pantalones de piel, así como sombrero y guantes, además de la vara para alertar a los viandantes y tocar a los enfermos.
GETTY GIOVANNI GREWEMBROC­H. RETRATO DE UN MÉDICO DE LA PESTE, VENECIA, S. XVIII Tras la terrible peste de Lyon en 1628, Charles de Lorme definió en su ‘Traité de peste’ el traje que los médicos debían llevar como protección: un traje de cuero hasta los tobillos, la cabeza protegida con una máscara en forma de pico de pájaro que se rellenaba de hierbas aromáticas y perfumes. Bajo el abrigo, sobre los botines, pantalones de piel, así como sombrero y guantes, además de la vara para alertar a los viandantes y tocar a los enfermos.
 ?? CORTESÍA GALERIE DES TUILIERS, LYON ?? MÁSCARA DE PICO DE PÁJARO, ETNIA DAN.
COSTA DE MARFIL, SIGLO XX
La boca se prolonga en forma de pico de pájaro, referencia al papel civilizado­r de los pájaros que introdujer­on la palma de aceite; llevan sobre la madera una pátina de origen que les confiere un
aspecto brillante. Su función es detectar y eliminar la brujería.
CORTESÍA GALERIE DES TUILIERS, LYON MÁSCARA DE PICO DE PÁJARO, ETNIA DAN. COSTA DE MARFIL, SIGLO XX La boca se prolonga en forma de pico de pájaro, referencia al papel civilizado­r de los pájaros que introdujer­on la palma de aceite; llevan sobre la madera una pátina de origen que les confiere un aspecto brillante. Su función es detectar y eliminar la brujería.
 ?? MUSEO RAFAEL CORONEL, ZACATECAS, MÉXICO. FOTOGRAFÍA FRANCESC MASSI ?? MÁSCARAS ZACATECAS Máscaras del día de los Muertos. En Zacatecas, desde épocas ancestrale­s, existía la costumbre de pintarse una máscara negra al fallecer algún allegado. Si en la religión cristiana la calavera significa lo efímero de la vida, en las prehispáni­cas significa el mundo subterráne­o, la muerte por sacrificio.
MUSEO RAFAEL CORONEL, ZACATECAS, MÉXICO. FOTOGRAFÍA FRANCESC MASSI MÁSCARAS ZACATECAS Máscaras del día de los Muertos. En Zacatecas, desde épocas ancestrale­s, existía la costumbre de pintarse una máscara negra al fallecer algún allegado. Si en la religión cristiana la calavera significa lo efímero de la vida, en las prehispáni­cas significa el mundo subterráne­o, la muerte por sacrificio.

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