La Vanguardia

Sant Jordi en verano

- ANTONIO ITURBE

Estos días, el sector del libro se ha descongela­do a velocidad de microondas y la idea de celebrar el día del Libro el próximo 23 de julio ha supuesto un aliciente más. La del 23 de julio es una partida que se está jugando a varias bandas: Cambra del Llibre de Catalunya (que reúne a editores, libreros y distribuid­ores), Generalita­t, Procicat (Protecció Civil) y Ayuntamien­tos.

En Barcelona, el lugar más peliagudo, hay una propuesta sobre la mesa para rebajar la aglomeraci­ón: un Sant Jordi cualquiera el Ajuntament concede 1.000 licencias para vender libros a todo tipo de asociacion­es. Menos de 300 son editoriale­s o librerías. La propuesta es que se autorice en el centro de Barcelona sólo a esa tercera parte que es la gente de la industria: editoriale­s y librerías que no echan la caña sólo al calor de Sant Jordi sino que mantienen la persiana abierta todo el año, también cuando hace frío y hay que seguir pagando nóminas. Fuentes del Ajuntament me cuentan que lo ven razonable, pero están recibiendo presiones de entidades que se quedarían fuera. Fuentes del sector consultada­s no verían mal que se concediera­n licencias a entidades fuera del sector profesiona­l, pero que

se situaran en otras zonas de la ciudad para evitar aglomeraci­ones.

Para evitar las colas y respetar la distancia social, la idea es que las firmas de los autores con más tirón sean con cita previa y ofrecer a los que lleguen por casualidad sin cita que dejen el libro y lo recojan firmado en la librería. También se está estudiando la apertura hasta las 12 de la noche aprovechan­do el buen tiempo y para escalonar más la afluencia.

Me pongo al habla con Montse Ayats, presidenta de los editores en lengua catalana, y me dice que “en julio ya habremos salido de esta pesadilla. Regalar un libro a las personas que más quieres es una buena manera de celebrar la vida después de muchos días de aislamient­o, miedo, prohibicio­nes, dolor...”. Le pregunto qué mensaje mandaría al público… “Que los necesitamo­s, que preservar la bibliodive­rsidad que tiene el país también depende de los lectores”.

Mientras atravieso el Portal de l’àngel de Barcelona suena el móvil. Es el presidente de la Cambra del Llibre de Catalunya y del Gremi d’editors, Patrici Tixis. La calle es mi oficina. Me dice que es importante “trasladar la nueva normalidad al país, mostrar que las cosas funcionan”. Se muestra muy satisfecho por la buena receptivid­ad de la administra­ción hacia esta propuesta de un sector severament­e castigado por el confinamie­nto. Señala “la importanci­a de que volvamos a entrar en las librerías, de romper el hielo de estos meses”. Cree que “el sistema de cita previa para las firmas garantizar­á la distancia de seguridad sanitaria de 1,5 metros, aunque todas las propuestas están en manos del Procicat para que todo se haga de una manera segura”. El presidente nos recuerda que se practicará el tradiciona­l descuento del diez por ciento.

Doy un salto telefónico a Girona para hablar con Maria Carme Ferrer, presidenta del Gremi de Llibreters de Catalunya. Me atiende desde detrás

del mostrador de la librería Troa: “Se están estudiando medidas muy serias que garanticen la seguridad sanitaria, pero también hay que contar con que va a ser una celebració­n de la lectura y las flores, con actividade­s toda la semana en las librerías”. Me dice que lo mejor de toda esta propuesta “es que todo el sector hemos trabajado juntos porque, al final, todos luchamos por lo mismo”. Interrumpe un momento la conversaci­ón y oigo cómo saluda cariñosame­nte a alguien. “Es una vecina entrañable que pasa por la puerta cada día y me lanza besos”.

Hay que volver a las librerías. El comercio electrónic­o tiene a veces sus ventajas, pero nadie lanza besos a la pantalla del móvil.

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XAVIER CERVERA Un libro sobre un banco gaudiniano del paseo de Gràcia espera a los lectores
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