Sant Jordi en verano
Estos días, el sector del libro se ha descongelado a velocidad de microondas y la idea de celebrar el día del Libro el próximo 23 de julio ha supuesto un aliciente más. La del 23 de julio es una partida que se está jugando a varias bandas: Cambra del Llibre de Catalunya (que reúne a editores, libreros y distribuidores), Generalitat, Procicat (Protecció Civil) y Ayuntamientos.
En Barcelona, el lugar más peliagudo, hay una propuesta sobre la mesa para rebajar la aglomeración: un Sant Jordi cualquiera el Ajuntament concede 1.000 licencias para vender libros a todo tipo de asociaciones. Menos de 300 son editoriales o librerías. La propuesta es que se autorice en el centro de Barcelona sólo a esa tercera parte que es la gente de la industria: editoriales y librerías que no echan la caña sólo al calor de Sant Jordi sino que mantienen la persiana abierta todo el año, también cuando hace frío y hay que seguir pagando nóminas. Fuentes del Ajuntament me cuentan que lo ven razonable, pero están recibiendo presiones de entidades que se quedarían fuera. Fuentes del sector consultadas no verían mal que se concedieran licencias a entidades fuera del sector profesional, pero que
se situaran en otras zonas de la ciudad para evitar aglomeraciones.
Para evitar las colas y respetar la distancia social, la idea es que las firmas de los autores con más tirón sean con cita previa y ofrecer a los que lleguen por casualidad sin cita que dejen el libro y lo recojan firmado en la librería. También se está estudiando la apertura hasta las 12 de la noche aprovechando el buen tiempo y para escalonar más la afluencia.
Me pongo al habla con Montse Ayats, presidenta de los editores en lengua catalana, y me dice que “en julio ya habremos salido de esta pesadilla. Regalar un libro a las personas que más quieres es una buena manera de celebrar la vida después de muchos días de aislamiento, miedo, prohibiciones, dolor...”. Le pregunto qué mensaje mandaría al público… “Que los necesitamos, que preservar la bibliodiversidad que tiene el país también depende de los lectores”.
Mientras atravieso el Portal de l’àngel de Barcelona suena el móvil. Es el presidente de la Cambra del Llibre de Catalunya y del Gremi d’editors, Patrici Tixis. La calle es mi oficina. Me dice que es importante “trasladar la nueva normalidad al país, mostrar que las cosas funcionan”. Se muestra muy satisfecho por la buena receptividad de la administración hacia esta propuesta de un sector severamente castigado por el confinamiento. Señala “la importancia de que volvamos a entrar en las librerías, de romper el hielo de estos meses”. Cree que “el sistema de cita previa para las firmas garantizará la distancia de seguridad sanitaria de 1,5 metros, aunque todas las propuestas están en manos del Procicat para que todo se haga de una manera segura”. El presidente nos recuerda que se practicará el tradicional descuento del diez por ciento.
Doy un salto telefónico a Girona para hablar con Maria Carme Ferrer, presidenta del Gremi de Llibreters de Catalunya. Me atiende desde detrás
del mostrador de la librería Troa: “Se están estudiando medidas muy serias que garanticen la seguridad sanitaria, pero también hay que contar con que va a ser una celebración de la lectura y las flores, con actividades toda la semana en las librerías”. Me dice que lo mejor de toda esta propuesta “es que todo el sector hemos trabajado juntos porque, al final, todos luchamos por lo mismo”. Interrumpe un momento la conversación y oigo cómo saluda cariñosamente a alguien. “Es una vecina entrañable que pasa por la puerta cada día y me lanza besos”.
Hay que volver a las librerías. El comercio electrónico tiene a veces sus ventajas, pero nadie lanza besos a la pantalla del móvil.