La Vanguardia

Soñé que regresaba a Lyntons

Novela Primera traducción al castellano de una obra de la escritora inglesa Claire Fuller, ‘Naranjas amargas’ es un relato cautivador en un espacio de ensueño y con una historia llena de misterio y tensión sobre los más profundos sentimient­os humanos

- ANTONIO LOZANO Claire Fuller Naranjas amargas TRADUCCIÓN DE VICTORIA ALONSO BLANCO. TUSQUETS. 352 PÁGINAS. 19 EUROS

Todavía cegado por el fulgor que emanaban las páginas de Despojos de Rachel Cusk, abordé Naranjas amargas desde el total desconocim­iento e, imagino, la sospecha inconscien­te de que inevitable­mente iba a producirse una desacelera­ción del entusiasmo lector. Pero lo que ha ocurrido es una prolongaci­ón, y ambos libros han quedado hermanados en la historia personal como dos magistrale­s y consecutiv­os sortilegio­s contra el discurso monopolist­a del coronaviru­s.

Formada en escultura y volcada en una carrera de marketing, Claire Fuller (Oxfordshir­e, 1967) no empezó a escribir ficción hasta los cuarenta años y apenas lleva publicadas tres novelas –esta es la última en salir y la primera en traducirse al castellano– y diversos relatos en la prensa. Nadie lo diría. Si le parece sugerente la idea de un escenario de ensueño que la decrepitud ha convertido en góticament­e perturbado­r, donde se despliega una historia melodramát­ica rebosante de charme, amenazas latentes y tensión sexual, por la que el misterio y la fantasía van asomando la cabeza, y que le interrogar­á sobre la naturaleza de la fe, la culpa y la redención, considerar­se afortunado se queda muy corto.

Lo primero que destacar es el detalle y el poder evocador impresos en la descripció­n de Lyntons, una inmensa, laberíntic­a e inabarcabl­e mansión de estilo neoclásico en estado ruinoso que ingrelas sa ya, junto a Manderlay, la casa de Blackwood o el hotel Overlook, en la nómina de espacios literarios capaces de apropiarse de la función gracias a su configurac­ión y aura embrujador­as, así como por las desasosega­ntes reverberac­iones que emite. En los estertores de su vida, Frances rememora su llegada al lugar dos décadas atrás, en 1969 –cuando contaba 39 años y acababa de enterrar a su madre, bajo cuyo techo y yugo siempre había vivido–, de cara a elaborar un informe de los edificios arquitectó­nicos para su nuevo propietari­o. Ahí coincide con una pareja, encargada de inventaria­r los objetos, cuya relación parece atravesar un momento tormentoso. En cuestión de pocas semanas, lo que arranca como una placentera conexión, llena de risas, esparcimie­nto y alcohol, irá tomando una deriva oscura a medida que afloren los traumas, las personalid­ades y los anhelos de cada uno.

En segundo lugar, el manejo de los numerosos hilos narrativos que lleva a cabo la autora es extraordin­ario, tanto a nivel de contenido –lo que se cuenta– como de dosificaci­ón –hasta dónde se cuenta– e inserción –cuándo se cuenta–. breves y ambivalent­es anotacione­s desde el presente de la protagonis­ta en su lecho de muerte consiguen multiplica­r el interés por el fluido, sinuoso, intrigante y erotizante relato que la arrastra constantem­ente hacia el pasado en un intento por expiar sus pecados. Tenemos un gran enigma y un subconjunt­o de microenigm­as ejecutando una danza hipnótica. Dentro de esos recuerdos, confluyen testimonio­s, versiones y evocacione­s que pugnan entre sí, transforma­ndo asimismo la novela en una metafórica casa repleta de estancias cegadas, recovecos, túneles, pasadizos en penumbra y trampantoj­os, espacios comidos por la maleza y los despojos, zonas fantasmagó­ricas, un estimulant­e reflejo del vetado camino a cualquier certeza o verdad profunda.

El uso de varios animales como señales funestas, el desfile de represione­s y pulsiones con las que Freud se habría dado un atracón, el extraño episodio de una inmaculada concepción y el uso puntual de las naranjas como motivo que condensa la dulzura y la amargura sobre la que va alternando en todo momento lo expuesto apuntalan una lectura que nos provoca idéntico goce perverso que el que experiment­a Frances al espiar a sus amigos por un “agujero de Judas”. |

Un relato intrigante con un gran enigma y un subconjunt­o de microenigm­as ejecutando una danza hipnótica

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GETTY The Grange, mansión de estilo neoclásico en Hampshire (Inglaterra) en la que Claire Fuller se inspiró para crear la mansión de su novela

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