La pureza y la oscuridad
Narrativa Una nueva edición, ilustrada por Bernat Cormand, del clásico de Mercè Rodoreda, entre el humor, la fantasía y el descubrimiento de la futilidad de la vida
Cuando se publicó por primera vez, en 1980, la contracubierta de Viatges i flors de Mercè Rodoreda (1909-1983) de Edicions 62, incluía un texto programático (¡qué tiempos aquellos!) seguramente escrito por la autora, en el que citaba a Le Clézio en francés (decía que son más importantes las pulsiones que salen del fondo de uno que la realidad de las cosas). También decía que la redacción había tenido dos etapas (las 38 flores están escritas en Ginebra y los 19 viajes en Romanyà, años más tarde), y que en ese periplo Rodoreda no había encontrado nada más que a ella misma. El gran diseñador Jordi Fornas puso en la cubierta un cuadro de Paul
Klee, con un círculo rojo, obsesivo. En ningún sitio decía que fuera un Klee. Quizás en 1980 ya habían comenzado los problemas de derechos de reproducción que han acabado con la sangría del VEGAP.
La edición de Nórdica Libros se acompaña con unas ilustraciones de Bernat Cormand, figurativas, psicoanalíticas, más en la línea de la cubierta del Dioptria (1970) de Pau Riba, con aquel recién nacido tumbado en un prado. “D’aquestes narracions n’hi ha de patètiques, de divertides –decía el prólogo de la contracubierta–; totes, però, malgrat l’humor i tanta fantasia, reflecteixen la vida, la inutilitat de la existència.”
Tomemos Viatge al poble de les trenta senyoretes. Todas las casas tienen jardín, las acacias huelen a miel. Vivían allí treinta chicas rubias, perfectas. Todo era blanco y mullido como algodón. Pero estas niñas tan bonitas tenían gatos que se zampaban a los pájaros. Ellas los castraban para que no se distrajeran de la caza. Los gatos murieron, las chicas no tuvieron descendencia, y ahora el pueblo está muerto.
Tomemos las flores. Algunas tienen las hojas manchadas de miel, otras parecen hechas del material de las burbujas de jabón, las hay de color de caramelo de menta, de nata, de uña y amarillo limón. Otras tienen pétalos de gasa. Y en medio de tantas blondas y colores empalagosos, encontramos troncos en los que vive gente, grandes canteras, acantilados y cementerios, ungüentos que provocan sufrimiento, amenazas de mosquitos, regadoras de salfumán: más muerte.
Todo el libro está construido entre es
tos dos polos; la pureza extrema y el corazón oscuro de las cosas. Otro ejemplo: el oro que la gente de uno de los pueblos pule sin parar y que se meten en la boca. En el cementerio, el sepulturero arranca muelas de oro con el cual forra la tierra virgen de las tumbas.
El narrador se pasea por estos pueblos y por el invernáculo simbólico, con aire despreocupado, como hubiera comprendido que su papel es objetivarse y objetivar la vida de sus vecinos, catalanes y europeos de la posguerra, cada vez más alejados del mundo primitivo y, al mismo tiempo, atrapados por inercias psicológicas de tiempos remotos.
Además de Le Clézio, hay que citar como referencia a Henri Michaux (que tamién fascinó a Perucho, Palau i Fabre y Pedrolo) y la versión cinematográfica de El manuscrito encontrado en Zaragoza (1970).Unbellolibroinquietante. |
Y en medio de tantas blondas, encontramos troncos en los que vive gente, grandes canteras, acantilados y cementerios