Disparos en el monte
Narrativa La potente voz de Karmele Jaio nos habla de familia y obsesiones
Karmele Jaio, nacida en Vitoria en 1970, es licenciada en Ciencias de la Información y trabaja como periodista, si bien confiesa que “estudié Periodismo por la escritura, no elegí la carrera por vocación periodística, pero era lo que más se acercaba a escribir”. Se explica así la calidad de una prosa, pragmática, sin adornos, pero con la intensidad de todo lo que surge del interior de los personajes, de sus emociones y contradicciones. Si señalo que es académica correspondiente de la Real Academia Vasca no es porque me importen premios y distinciones, de lo que no suelo dejar constancia en mis reseñas, sino porque ilustra su fidelidad al euskera, lengua en la que, al igual que Bernardo Atxaga, ha escrito toda su obra: novelas, relatos y poesía.
De La casa del padre nos dice que “más que traducirla la he reescrito”, algo que Borges hacía con la obra ajena y ella con la libertad que da enfrentarse de nuevo a su propia escritura. Justifica el título porque “aún vivimos en la casa del padre”, y menciona el poema de Gabriel Aresti La casa de mi padre pero no, sorprendentemente, una pieza canónica como lo es La casa del padre de Justo Navarro.
La novela es un contrapunto de voces de una familia perseguida por una serie de obsesiones paralizantes marcadas por la culpa y el miedo, en una relación contaminante. Ismael no podrá olvidar a su padre dominante y amante de la caza que le pidió que sacrificara al perro porque ya no servía. Algo que no se atreverá a hacer él –como sí se atreverá su primo Aitor–, hasta el punto de fingir que no le ha visto cuando se ha perdido en el monte. Tampoco puede olvidar la noticia de una chica violada en Pamplona, que imagina que pudo haber sido su hermana. Todas estas razones contribuyen a que se quede paralizado a la hora de escribir su nueva novela, porque no encuentra la voz femenina que busca. Hasta que descubre que su mujer, Jasone, ha terminado la suya, que, esposa entregada al marido como su madre lo fue al suyo, está dispuesta a cederle.
La sumisión es uno de los muchos centros del libro. Podría decirse que es una novela feminista, pues feminista lo es la hermana de Ismael, Libe. Pero Jaio ha subrayado que no quería caer en generalidades. Son frecuentes las referencias a la relación entre hombres y mujeres, pero no hay un único punto de vista y en todo caso todos son víctimas de sus prejuicios, en un camino lento a la liberación. Esto explica un final feliz tan edulcorado que provoca nuestro rechazo, hasta que entendemos que es coherente con la trayectoria del libro.
Los personajes están condicionados por la época en la que viven. La acción tiene lugar en Eibar y Vitoria. La hermana de Ismael está involucrada en política, en una guerra, la de ETA, que los ha condicionado tanto. Al padre le acusan de esquirol por no participar en la huelga convocada en la fábrica donde trabaja. Y en cuanto a Donald Trump, Alepo, Lesbos o los océanos de plástico, “no, esas noticias y tú no sois de este mundo”. Al mismo tiempo, la parálisis de Ismael como escritor y el regreso a la novela de su mujer no sólo marcan la máxima tensión narrativa, sino que invitan a una reflexión sobre la escritura. Se nos dice que “un escritor no puede escribir sobre lo que ya sabe, sino que tiene que escribir sobre lo que no sabe, que escribir es la forma de descubrirlo”. Y si “la normalidad acaba convirtiendo en invisible los cimientos de la realidad”, en esta novela diáfana escuchamos los latidos de lo invisible como si fuese una normalidad. De ahí la callada lucidez. |
No hay un único punto de vista en la relación entre hombres y mujeres; todos son víctimas de sus prejuicios