‘Himno a la alegría’ de un hombre triste
Biografía Fue uno de los músicos de más éxito en la España del tardofranquismo. Pero la vida de Waldo de los Ríos está envuelta en claroscuros, personales y profesionales, que le llevaron al suicidio. El libro ‘Desafiando al olvido’ trata de descifrar el
A la mayoría de los que tengan menos de cincuenta años, el nombre de Waldo de los Ríos seguramente les dirá poco, o tal vez nada. Pero hubo una época en este país en la que este músico era un personaje de gran popularidad, cuya presencia era constante en revistas y programas de televisión. Y su música estaba detrás del éxito de muchos cantantes del momento, así como en la banda sonora de películas y programas de tele (del concurso Un, dos, tres, responda otra vez a la serie Curro Jiménez). Pero De los Ríos tuvo sobre todo un hit con el que traspasó fronteras: la adaptación que realizó en 1969 del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, conocido como el Himno a la alegría, y que en su versión vocal interpretó el cantante Miguel Ríos, en aquellos años un joven que empezaba a hacerse un hueco en el mundillo musical hispano. Con el Himno, Waldo de los Ríos conquistó gran parte de Europa, pero también fue superventas en América, Australia o Japón. Sólo se le resistió el número uno en el Reino Unido, un puesto ocupado allí en aquel momento por los Rolling Stones. Para hacerse una idea de lo que aquello significó, tal vez habría que compararlo con lo que hoy han supuesto por su repercusión éxitos como El mal querer de Rosalía o los temas que han reventado las listas de visualizaciones en Youtube, como Despacito o Gangnam style.
Entonces, ¿por qué este hombre a quien el mundo parece sonreírle decide un día de 1977 quitarse la vida de un disparo de escopeta en la cabeza con solo 42 años? Esta es la gran pregunta que muchos años después se ha hecho el periodista y escritor Miguel Fernández (Granada, 1962) y que trata de responder en el libro Desafiando al olvido.
Y es así como el autor traza una biografía del músico al tiempo que compone el retrato de una época, la de su propia infancia, que es en definitiva la de la última etapa del franquismo y los primeros años de la transición. Un retrato que atiende, en paralelo al biografiado, a aquellos acontecimientos y lugares de la cultura popular que fueron el decorado de unos años vividos entre la euforia y la convulsión. Canciones, artistas, programas de televisión, películas, discotecas… Una España en ebullición pero en la que, todavía, la homosexualidad era un tabú, incluso perseguido por la ley. Y ese es, el de la homosexualidad reprimida del protagonista, uno de los elementos que pudieron ser determinantes en el desenlace de esta historia. Porque de la lectura de esta biografía surge un Waldo de los Ríos triunfador en lo público y derrotado en lo privado. En descripción de quienes le conocieron y que aportan su visión en el libro, el músico era un hombre frágil, sensible, raro, sufridor, obsesionado, maniático, tímido, inseguro, vanidoso, exigente… Un cúmulo de calificativos que dibujan a alguien que puede ser muchas cosas, pero difícilmente un hombre satisfecho con su vida.
Un personaje en el que, en el fondo, pesaron más las sombras que las luces. Entre las primeras, la dependencia de una madre posesiva y autoritaria, la cantante folklórica argentina Martha de los Ríos. Los fracasos a la hora de establecer relaciones con las mujeres, hasta su emparejamiento con la actriz, periodista y escritora Isabel Pisano. Una relación que, según se desprende del relato del libro, fue conflictiva desde el primer momento y, en palabras de la propia Pisano, “una constante lucha de amor y disgustos”. Y en los últimos años de vida del músico, su incursión en unas relaciones homosexuales más o menos clandestinas que le llevaron a la obsesión por un joven cuya presencia –y ausencia– toma protagonismo en el trágico desenlace de esta historia.
Y entre las luces que le acompañaron, sus numerosos éxitos profesionales. De los Ríos era ya un músico reconocido cuando en 1962 dejó Argentina para instalarse en España. Aunque también se consideraba compositor –y lo era–, sus triunfos lo fueron sobre todo en su faceta de arreglista, siendo determinante en el éxito de cantantes de la época como Karina, Raphael, Mari Trini, Alberto Cortez, Miguel Ríos, Julio Iglesias… Triunfó también modernizando obras de compositores clásicos, de Mozart a Verdi, de Beethoven a Chaikovski. Y como compositor de bandas sonoras para el cine (llegó a ser reclamado por Stanley Kubrick para que hiciera la música para La naranja mecánica, aunque el acuerdo no llegó a materializarse). Su fama fue tal que incluso Felipe González le pidió que modernizara La Internacional.
Durante todos aquellos años, Waldo de los Ríos fue un pilar fundamental en la discográfica Hispavox, donde junto a su amigo Ra fa elTrabuchelli crearon el llamadosonido torre laguna( por el nombre de la calle en la que la discográfica tenía su sede y estudio de grabación), un sonido característico de sus producciones que se quería similar a aquel muro de sonido que hizo famoso a Phil Spector. Multitud de proyectos que le hicieron no sólo famoso sino también millonario, pero no consiguieron que dejara de ser un hombre insatisfecho que, explica su biógrafo, “como músico se sentía muy por encima de la imagen que su fama proyectaba de él”.
Desafiando al olvido se abre con una cita de El oficio de vivir, del poeta italiano Cesare Pavese: “Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”. Tal vez en esas pocas palabras se encuentra la explicación a todos los enigmas que se esconden en la vida dewaldodelosríos. |
Sus arreglos musicales estaban detrás del éxito de cantantes como Raphael, Karina, Mari Trini, Alberto Cortez...