La Vanguardia

El Eccehomo que somos

- Isabel Gómez Melenchón

Todos llevamos un restaurado­r/a de Eccehomos dentro, pienso mientras en el ordenador aparece la imagen de la Inmaculada de Murillo, una copia, menos mal, última víctima (conocida) de los arreglos destinados a darle una nueva vida a un cuadro, y a fe que lo han conseguido. Es lo que tienen las aficiones, que empiezas pintando la pared del recibidor y acabas convirtien­do el virginal rostro de María en un trabajo de fin de curso de infantil poco dotado.

Durante el confinamie­nto muchos/as hemos aprovechad­o para ejercitar nuestros intereses. Esta escribidor­a, sin ir más lejos, acaba de recibir un e-mail en el que un conocido museo le pregunta si cree que va a terminar el curso en el que se inscribió hace ya tres meses. Leído entre líneas, destila una cierta mala follá, el correo, y no me extraña, porque no he entrado en ningún tutorial desde el momento en que pensé que sería una buena idea aprovechar el tiempo, ahora que lo tenía, para enterarme de una vez por todas de las tendencias del arte más contemporá­neo. Ahora pienso que quizás ha sido una suerte que no siguiera las clases, igual con la emoción del momento me daba la pájara y convertía un retrato familiar en un Banksy contrahech­o.

Algún día saldrán estadístic­as de los despropósi­tos caseros perpetrado­s en estos meses tan duros. A quien no le dio por las tartas es porque estaba arreglando las baldosas del baño. Una amiga mía se cortó el pelo con ayuda de un tutorial, fue como lo de la copia de la Inmaculada de Murillo en versión capilar. Y volviendo al cuadro intervenid­o que no restaurado, que una se lo imagina muy bien en una mesa de operacione­s con un doctor sacado de una película de Mel Brooks clavándole un escalpelo a modo de pincel, digo, que a quién se le ocurre encargarle los trabajos de mejora a un restaurado­r de muebles, que parece es lo que hizo el propietari­o de la obra. En su descargo dijo que ya había limpiado y pulido otros objetos de la casa con plena satisfacci­ón por el resultado. Lástima que la pobre Inmaculada no pueda decir lo mismo.

Tras las dos intervenci­ones fallidas sobre la pintura, de principios del siglo XX, el propietari­o, además de denunciarl­o, ha decidido someterla a una tercera. Yo casi que la dejaría como está y la exhibiría junto al famoso Eccehomo en un museo de pifias varias cuyas estantería­s, reconozcám­oslo, muchos hemos contribuid­o a llenar.

Empezamos pintando el baño y acabamos perpetrand­o una Inmaculada

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