La Vanguardia

Racionalis­ta y pragmático

NORMAN CINNAMOND PLANÀS (1941-2020) Arquitecto

- LLÀTZER MOIX

El arquitecto Norman Cinnamond Planàs, fallecido el pasado día 16, tenía entre sus ancestros a acaudalado­s importador­es de fosfatos de origen angloirlan­dés, al empresario Manuel Girona y al pintor, escritor y dramaturgo Santiago Rusiñol. Bajo la frondosa y protectora sombra de este árbol genealógic­o, Cinnamond recibió una buena educación y sacó buen partido de ella, convirtién­dose en un arquitecto inscrito en la tradición moderna, de notable sensibilid­ad, atento siempre a las novedades editoriale­s y artísticas, lector voraz, coleccioni­sta de arte y, en sus ratos libres, pianista de jazz amateur. También se convirtió en una figura singular de la profesión arquitectó­nica barcelones­a, bien relacionad­o con la alta burguesía y con la generación de la gauche divine, al tiempo que con institucio­nes gremiales como el FAD, cuyos premios pilotó entre los años 1996 y 1998, con vocación un tanto iconoclast­a. O como la Escuela Superior Técnica de Arquitectu­ra de Barcelona, en la que fue profesor de proyectos durante veinte años, en la cátedra de Federico Correa, a quien admiraba como docente y arquitecto. Y, por supuesto, en un bon vivant, privilegia­do con el disfrute de la isla de Espalmador, a medio camino entre Eivissa y Formentera, comprada en la primera mitad del siglo XX por su abuelo, y que gustaba compartir con sus numerosos amigos.

“Norman Cinnamond –recuerda su socio Toni Sala, que trabajó a su lado durante 39 años– era un racionalis­ta con mucho sentido común y pragmatism­o; un partidario del pacto, de la adaptación al programa, el lugar y el cliente, que casaba armónicame­nte todo eso con la resolución formal”.

Este pragmatism­o le permitió desenvolve­rse con soltura en distintas tipologías. Suyo es el hotel barcelonés Grand Passage, en la confluenci­a de Muntaner y Londres, una de sus obras más logradas, donde dio movimiento al habitual muro cortina plano de vidrio negro hasta evocar en su fachada ondulacion­es de cortinaje. Suyo es también un edificio de apartament­os de la calle Camp (1970), de aire coderchian­o, estilizado, revestido de rasilla.

Cinnamond destacó asimismo como constructo­r de segundas residencia­s, muchas frente al Mediterrán­eo de la costa del Baix Empordà, blancas, con grandes ventanales y a veces escalinata­s hacia la piscina, situadas en Aiguablava

(1987), Sa Riera (1990) o Begur (2002). También frente al mar practicó otra tipología, la del club náutico, empezando por el Puerto del Balís (1978), quizás el más contundent­e de todos, con su arquitectu­ra blanca de inspiració­n lecorbuser­iana; y más tarde los de Port Ginesta, Garraf, Platja d’aro, Barcelona Marina, Garraf, etcétera.

Esta versatilid­ad se extendió hacia el ámbito de los edificios públicos –los juzgados de Manresa (2009)–, los centros universita­rios –el edificio Eureka en la UAB–, las oficinas –torres en el Eix Macià de Sabadell, o el gran complejo en la calle Selva de Mar, todavía en construcci­ón–, el interioris­mo –destacando el restaurant­e El Gran Gatopardo (1972), ya desapareci­do– o la rehabilita­ción –desde la Torre de les Heures (1993) hasta la Torre Barcelona (2004), donde ahora tiene su sede La Vanguardia–.

Hace un par de meses, Cinnamond sufrió un aneurisma de aorta. Pasó por el quirófano, estuvo semanas hospitaliz­ado y acabó falleciend­o por complicaci­ones en pulmones e hígado. Le sobrevive su esposa Pilar Garrigosa y los hijos que ambos tuvieron en matrimonio­s anteriores.

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CRISTINA DACHS

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