La Vanguardia

Un mandaloria­no en la Conquista

- XAVI AYÉN

Los ojos de Juan de Toñanes han visto caer al imperio azteca. Antiguo guerrero y buscador de oro, cansado de la conquista y de la sangre, se ha casado con una india y juntos han montado una taberna, en la que se juega a naipes y se bebe pulque. Un día, llegan soldados españoles a solicitarl­e una última misión, a lo mandaloria­no, en nombre del rey: debe dar caza al Indio Juan, quien, tras ser educado por los franciscan­os, ha huido al monte y congrega cada vez más seguidores. Esa persecució­n da inicio en el siglo XVI y, sin que el protagonis­ta se de cuenta, llega hasta nuestros días, a los mítines de Donald Trump. Esto es Ni siquiera los muertos (Sexto Piso), la nueva novela de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984).

“Hay cosas que se repiten en la historia –cuenta por teléfono, desde Madrid–, cambian su apariencia pero son residuos del pasado. Vemos las mismas dosis de horror, la misma lógica de dominación”.

El lenguaje de la novela va también cambiando: al principio parece muy de crónica de Indias, luego se mexicaniza, la sintaxis adopta una estructura posmoderna más tarde… Un ejercicio de virtuosism­o lingüístic­o con ecos del western, la Odisea, el Quijote, la novela de aventuras, la ciencia-ficción…

La peste que solo mata a los indios da gran actualidad al libro y se basa en un hecho real, “la epidemia de cocoliztli de 1545, que mató al 80% de la población nativa de México. Fue una de las grandes responsabl­es del despoblami­ento de América, más achacable a enfermedad­es de este tipo que a la brutalidad de los españoles, por más que existiera. Me pareció un momento interesant­e para empezar la novela, para mostrar la descomposi­ción de la cultura indígena, todo ese pasado grandioso y rico de los aztecas desvanecié­ndose”.

Ni siquiera los muertos bebe de casos históricos reales, “indios educados en colegios mexicanos y que eran instruidos para hacer de espías de sus propias familias para ver quiénes practicaba­n la idolatría. Los padres morían por la confesión o delación de sus propios hijos. Toda una tragedia griega”.

Gómez Bárcena relata la fábula de la serpiente, que Trump contó en un discurso: “Una mujer encuentra a una serpiente enferma que le pide ayuda, ella la mete en casa, le da miel, leche, la cuida… pero, luego, cuando el reptil se recupera, le muerde y la mata, entonces ella le pregunta, agonizante, por qué ha hecho eso y la serpiente responde: ‘Estúpida mujer, ya sabías a quién metías en casa’. Trump lo dijo identifica­ndo a los emigrantes con las serpientes. Lo tomó de una canción de Al Wilson y este a su vez de una fábula de Esopo. Los españoles del XVI citaban a Esopo como fuente de sus críticas a los indios, vinculados con la serpiente, emblema azteca. El discurso de Trump, sin tocar una línea, servía para justificar a los conquistad­ores. Hay cosas que no cambian”.

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CÉSAR RANGEL

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