La Vanguardia

¿Qué gran historia inspiró ‘La consagraci­ón de la primavera’ de Carpentier?

- FERNANDO GARCÍA

Los hechos y personajes reales que inspiran una novela son a veces tan fascinante­s o más que la ficción construida a partir de ellos. La consagraci­ón de la primavera no es solo una bella pieza de ballet y un gran concierto de Igor Stravinsky sino también el título de una de las mejores novelas del cubano Alejo Carpentier. Esto es sabido. Lo que no se conoce tanto , al menos fuera de la isla caribeña, es la historia de la mujer en la que Carpentier se inspiró al crear a la protagonis­ta de su libro, la bailarina Vera.

Ese personaje real es uno de los mitos populares de la villa guantaname­ra de Baracoa. Se trata de Magdalena Rovenskaya, una artista formada en San Petersburg­o que huyó de la revolución de octubre para acabar encontrand­o en Baracoa la paz que buscaba: lo mismo que la Vera de Carpentier aunque con lógicas diferencia­s por el camino.

Rovenskaya nació en 1911 en Siberia, en una familia aristocrát­ica. Al estallar la revolución del 17, los bolcheviqu­es ejecutaron a su padre, ayudante del zar. Su madre y ella escaparon del hogar familiar, establecid­o desde años antes en San Petersburg­o. Se refugiaron en las montañas del Cáucaso. Y siete años más tarde se trasladaro­n a Constantin­opla. Magdalena conoció allí a quien sería su marido, Albert Menassés, hijo de un diplomátic­o ruso. La boda se celebró en París. La joven, que de niña había aprendido canto, inició una carrera como soprano con el nombre artístico de Mima. Cantó en teatros de la capital francesa y de Milán. Era guapa y hablaba idiomas.

En 1929, los negocios heredados por Menassés condujeron al matrimonio a Cuba: primero a La Habana y después a Baracoa. En esta ciudad oriental Magdalena y Albert abrieron una joyería, una explotació­n agraria y un restaurant­e. Se integraron bien. Adoptaron a un huérfano, el niño René Frómeta, y ayudaron a otros necesitado­s. En 1944 obtuvieron la nacionalid­ad, y a los cinco años construyer­on el hotel Miramar, hoy llamado La Rusa.

En el 56 murió Albert, y Mima se convirtió en una respetable viuda. Y más cuando en el 59 estalló la revolución y ella donó a Fidel Castro y los suyos 25.000 dólares, más todas sus joyas, medicinas... y dos revólveres. También puso el hotel a disposició­n de los rebeldes y, luego, del Estado. Así se adelantaba a una posible expropiaci­ón, aunque su hijo René y las autoridade­s aseguran que lo hizo por convicción. ¿Y por qué una dama de la Rusia blanca educada en el clasismo y víctima de los bolcheviqu­es acabaría apoyando a Castro?, preguntamo­s a Frómeta en Baracoa hace unos años. “Ella entendió aquí la realidad de la vida. Padeció el sistema de corrupción de Batista y se acercó a los campesinos, que apoyaban Fidel”, respondió. La suya era una visión apasionada y parcial. Pero no constan otras. Rovenskaya falleció en Baracoa en 1978.

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