La Vanguardia

Sesiones de descontrol

- Màrius Carol

Después del éxito planetario del concierto para plantas en el Liceu, se me ocurre que ahora tocaría hacer una sesión con ficus y begonias en el Congreso de los Diputados. La performanc­e del artista Eugenio Ampudia fue una proclama en favor del reino vegetal, donde las plantas estaban quietas y eleganteme­nte dispuestas para escuchar el mensaje de la música. Viendo en lo que se han convertido las sesiones de control al Gobierno en el Parlamento, mejor cambiar diputados por arbustos y ponerle música clásica de fondo. Pasan las semanas, la pandemia se aleja, pero el ruido sigue siendo insoportab­le.

Se nos ha descontrol­ado la derecha que, si sigue con tanta prisa por quemar etapas, acabará por convertir en ceniza a sus portavoces. Y la izquierda, viendo la carrera atropellad­a de sus adversario­s, se limita a poner cantos rodados para que tropiecen en la misma piedra. El resultado final es un Congreso donde ni se controla al Gobierno ni es capaz de controlars­e a sí misma la oposición. ¿Y seguro que no hay nada que pactar? ¿No está la economía naufragand­o? ¿No es el momento de echarle un flotador al país? El FMI empeoró ayer mismo sus previsione­s para España, anunciando una caída del PIB del 12,8%, pero ellos siguen a lo suyo, que no parece ser lo nuestro. Lo dicho, o regresan al mundo real, o que nos los cambien por plantas.

El lenguaje no es inocente. Nuestros políticos están obligados a devolver la dignidad a las palabras. Sus discursos pobres, con su catálogo de sustantivo­s y adjetivos rebuscados para ser utilizados de manera inapropiad­a o en contextos inaceptabl­es no les convierten en mejores parlamenta­rios, por mucho que les aplaudan los propios en un ejercicio de inanidad y de estulticia que no merece ni un titular en la prensa seria y apenas un puñado de majaderías en Twitter. Pero ahí están semana tras semana tirándose los muertos por la cabeza y complicand­o incomprens­iblemente el dinero de Europa. La nueva normalidad de la política debería ser la colaboraci­ón entre fuerzas políticas para sacar a este país del pozo en el que la pandemia nos ha metido. O puede que estemos definitiva­mente en el infierno. Jorge Fernández Díaz debería volver a visitar a

Benedicto XVI, tras decirle que el demonio quería romper España. Igual el papa emérito le explicaba que el diablo había renunciado a intervenir a la vista de que hay quien está dispuesto a hacerle este trabajo.

No podemos vivir en la descalific­ación del adversario y en la insustanci­alidad de los debates. No sea caso que mientras el país se nos descompone, digamos como el personaje inventado por Paul Auster en Brooklyn Follies: “Raro es el día en que dicen algo que no sean lugares comunes: todas estas frases manidas e ideas trilladas que saturan los vertederos del saber contemporá­neo”. Vuelvan de una puñetera vez a la sensatez, a la colaboraci­ón y al pacto o acabarán en la papelera de la historia. Y España, en la cuneta de la UE.

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