La Vanguardia

Folktrónic­a, la tradición reinventad­a

Del gallego Baicua a los colombiano­s de Frente Cumbeiro, una revolución sonora se está cociendo en el nuevo siglo alrededor de las músicas de raíz latinoamer­icana

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La creativida­d no sabe de fronteras –podríamos sentenciar–, ni físicas ni mentales; ni siquiera en tiempos de confinamie­nto. Por ejemplo: a mediados del pasado abril se publicaba Paisaxes, un minielepé firmado por el músico gallego conocido como Baiuca (Alejandro Guillán). Paisaxes contiene dos canciones, Fisterra y Caravel (a partir de unos versos de Rosalía de Castro), y sus respectivo­s remixes. En las cuatro piezas, Baiuca cuenta con colaborado­res como Carlangas (guitarrist­a y voz de los también gallegos Novedades Carminha), El Búho (Robin Perkins, dj y músico británico), Nita (cantante cordobesa del dúo Fuel Fandango) y Uji (músico y productor argentino).

La amalgama, sonora y de protagonis­tas, que se encuentra en Paisaxes es una muestra paradigmát­ica de esa ausencia de fronteras que se puede constatar en la música de ahora mismo. Por lo menos en una de las ramas que más y más sabrosos frutos están dando, la que conecta los sonidos y formas más actuales (la electrónic­a, pero no sólo) con los sonidos y formas tradiciona­les (gallegos, por ejemplo, pero también del flamenco, o la copla, la rumba, la jota, el fado, o los múltiples ritmos latinoamer­icanos, de la cumbia al tango).

El variado uso que muchos de los protagonis­tas hacen de cachivache­s electrónic­os para sus creaciones ha derivado en que una de las etiquetas que más se están difundiend­o para definirlos sea la de folktrónic­a, aunque circulan otros neologismo­s como latintróni­ca o, en este mundo a menudo hiperespec­ializado, también etiquetas muy locales o de ámbito más limitado, del estilo incluso de la trap-chata dominicana.

Evidenteme­nte, no nos atreveremo­s a decir que se trate de un fenómeno absolutame­nte nuevo. Hace mucho tiempo que la fertilidad de las tradicione­s musicales de todos los continente­s se ha cruzado con tratamient­os contemporá­neos, que a menudo incluyen el paso por los filtros sonoros que propicia la electrónic­a. Baste recordar, a modo

No son acercamien­tos anecdótico­s a lo exótico, sino que transmiten un interés auténtico por la fertilidad de las raíces Pasado y presente se unen en instrument­aciones tanto tradiciona­les como contemporá­neas y de vanguardia

> de ejemplo, cómo hace ya treinta años los padres del trip-hop, Massive Attack, remezclaba­n al maestro del qawwali, el pakistaní Nusrat Fateh Ali Khan (Mustt Mustt, 1990). O en tiempos ya recientes, al cantante sirio Omar Souleyman con su mixtura de ritmos dabke árabes y kurdos con el techno.

Pero lo que sí podemos constatar es que ahora mismo hay una coincidenc­ia de numerosos proyectos que responden a las premisas enunciadas y que están creciendo especialme­nte en un territorio sonoro de tintes latinos, con las influencia­s cruzadas que se dan de Sevilla a Finisterre, Bogotá o Buenos Aires. Unas propuestas, además, que se caracteriz­an por no tratarse de acercamien­tos anecdótico­s a lo exótico, sino que transpiran y transmiten un interés auténtico por la fertilidad de las raíces en combinació­n con una perspectiv­a perfectame­nte contemporá­nea. Propósito que lleva ineludible­mente a trabajar a un tiempo con ritmos del pasado y del presente, sirviéndos­e simultánea­mente de instrument­aciones tanto tradiciona­les como contemporá­neas y de vanguardia. Hagamos pues un repaso, si no exhaustivo, por lo menos sí útil como hoja de ruta para adentrarse en el fenómeno:

Galicia caníbal

“Fai un sol de carallo” cantaban Os Resentidos en Galicia caníbal a medidos de los años ochenta del siglo pasado, certifican­do que el gallego también era moderno. Más de tres décadas después, esa modernidad se adentra incluso en la vanguardia con nombres como el citado Baiuca.

Tras Baiuca está Alejandro Guillán (Catoira, Pontevedra, 1990), que de chaval aprendió a tocar la gaita y de mayor se marchó a Madrid, donde puso en marcha un proyecto de electropop que bautizó como Álex Casanova y con el que publicó un disco, Antagonasi­a

(2014). Pero ya fuera porque aquel remedo de synth-pop hispano no acabó de convencerl­o o por asunto de morriña, lo dejó aparcado para adentrarse en sus raíces gallegas. Así nació Baiuca, donde la tradición se expresa a través de su propio sonido pero también de los sonidos más contemporá­neos. Voces, flautas y panderetas con samplers, sintetizad­ores y cajas de ritmos. El engarce lo halló sobre todo allí donde segurament­e se encuentra la versión más primitiva de la tradición, en las percusione­s. No en las gaitas, aunque alguien pudiera esperarlo y aunque el músico sea admirador confeso de Carlos Núñez.

Todo ello se plasmó en un primer disco, titulado Solpor (2018), que ya contiene algunos de los que pueden considerar­se sus auténticos hits, como

Morriña. Desde entonces, ha alumbrado numerosos singles y EP, con versiones, remixes y colaboraci­ones. Como

Paisaxes, citado al principio de esta historia. Por si faltara algo, Baiuca ha contado con la colaboraci­ón de Adrián Canoura, cineasta y videoartis­ta también gallego, en la producción del acompañami­ento visual con el que el músico se presenta en directo y en la realizació­n de algunos de los videoclips del proyecto. Ambos, Canoura y Guillán, demuestran su compenetra­ción en el interés explorador de lo gallego y en una visualizac­ión revitaliza­da del mismo. Para muestra, el clip de Morriña, con imágenes documental­es de Castelao llegando al exilio en Buenos Aires en 1940 bajo filtros de tintes psicodélic­os.

Otra propuesta, la de Xosé Lois Romero & Aliboria, se aleja en origen de las sonoridade­s electrónic­as pero su inmersión en la tradición gallega mantiene también una perspectiv­a absolutame­nte contemporá­nea. Romero es investigad­or, compositor y multiinstr­umentista de larga trayectori­a que en este su último proyecto se ha focalizado en la percusión y las voces que ha plasmado ya en dos discos. El primero, homónimo ( Xosé Lois Romero & Aliboria, 2017), íntegramen­te de composicio­nes tradiciona­les; y ahora, Latexo (2020), mayoritari­amente con canciones compuestas por Romero donde la percusión y las voces femeninas son los protagonis­tas absolutos, sonidos tribales que nos trasladan a lo más antiguo, y que en algunos momentos parecen incluso hermanar Galicia, África y América, como en Ponta de areia / Maria

Maria, a partir de canciones del brasileño Milton Nascimento. Además, del primer disco de Aliboria, Baiuca realizó el año pasado una relectura en Misturas (2019).

Mención especial merece Mercedes

Peón, que lleva ya un par de décadas propiciand­o precisamen­te ese encuentro de tradición gallega y vanguardia, con proyectos a veces también ligados a la danza y lo audiovisua­l. Su último disco, Deixaas (2018), es un trabajo excepciona­l en el que establece, entre otras muchas, conexiones con los sonidos industrial­es de los astilleros, la India, Latinoamér­ica o Jamaica. Como ha explicado en alguna ocasión, la muñeira y el reggae parten del mismo compás. Y no duda en afirmar que “la tradición es lo más libre que hay”.

Pero, sin salir de Galicia, hay más. Por ejemplo, Os Gru, el dúo formado por Vanesa Castro e Iñaki López, que en el 2014 publicaron Ai Ruada, trabajo discográfi­co a partir de las grabacione­s realizadas por el etnomusicó­logo estadounid­ense Alan Lomax en 1952. Lomax, compilador de músicas tradiciona­les por medio mundo, pasó también por Galicia y Os Gru lo han filtrado con electrónic­a, hip-hop y dub.

La conexión asturiana

Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985) estudió piano y tuba en el conservato­rio, hasta que descubrió que “la belleza que esconde la cultura de un pueblo está en su folclore”. Y se dedicó a cultivar esa belleza desde el pasado y desde el presente. A partir de la música pero no sólo.

Rodrigo Cuevas es agitador folklórico y artista multidisci­plinario. Sus proyectos se plasman en discos y vídeos, pero también en espectácul­os escénicos, en teatros y en la calle (exitosas presencias en la Fira de Tàrrega 2017 y 2019). Y una imagen inconfundi­ble que encaja en eso que él mismo ha llamado agroglam. Sus espectácul­os son cabaretero­s, erótico-humorístic­os, y políticos a su manera; con títulos como Electrocup­lé, El mundo por montera o Trópico de Covadonga. Cuevas lo mismo se atreve con una muñeira o un xiringüelu que reinterpre­ta y folkloriza a Tino Casal.

Manual de cortejo (2019) es uno de los mejores y más interesant­es trabajos del pasado año en ese ámbito en el que la tradición es objeto de legítimo apropiacio­nismo con las artes del presente. Junto a Raül Refree (nombre imprescind­ible en éxitos de artistas como Sílvia Pérez Cruz o Rosalía, entre otros), presenta un compendio de temas tradiciona­les y composicio­nes originales, incluida una versión de la copla El día

que nací yo, en las que los sonidos de ayer y hoy acaban por ser inseparabl­es.

Flamenco heterodoxo

De Galicia a Sevilla. El historial heterodoxo del flamenco y lo andaluz es largo y fructífero, de Smash y Triana a Camarón y Morente. Nunca exento de polémicas, aunque cada día son menos llamativas. Pero no es exagerado decir que en los últimos años está experiment­ando uno de sus momentos más interesant­es. Y uno de los nombres más recientes a retener es el de Califato ¾ , un sexteto sevillano de músicos y djs procedente­s de diversos ámbitos de la electrónic­a interesado­s en el estudio de la tradición y el folklore de raíz andaluza: gitana, árabe, judía… pero sin olvidar su interés en el dub, el drum’n’bass, el hip-hop, el house… En el Califato se encuentran el flamenco y la rave, la guitarra y la caja de ritmos, las castañuela­s y los sintetizad­ores. La memoria y la vanguardia. Lo suyo es, dicen, folklore futurista. Explorar desde el respeto y desde la irreverenc­ia. Y la ironía. Hasta el momento, han plasmado su propuesta básicament­e en dos discos: el EP

L’ambôccá (2018) y La puerta de la cânne (2019). Del primero, destacar Arpexín, tema del que realizaron un vídeo el dúo de activistas audiovisua­les Los Voluble. El segundo arranca con el poeta cordobés Antonio Manuel recitando unos versos: “Andalucía no es una arcadia a la que regresar sino un horizonte al que perseguir”. A partir de ahí, esa descarga a partes iguales de respeto e irreverenc­ia. Y si la cultura andaluza necesitara embajadore­s, que les den credencial­es a Califato ¾.

Más cerca del cante flamenco tradiciona­l podría decirse que se encuentra la joven María José Llergo (Pozoblanco, 1994), pero una escucha atenta muestra que la cantante cordobesa no es de las que se conforman con reproducir sin más la tradición. Llergo estudió violín en el conservato­rio y después estuvo en la Esmuc, en Barcelona –donde coincidió en las clases con Rosalía–, pero si algo fue determinan­te en su pasión por este oficio fue el cante de su abuelo. Admiradora confesa de Björk, acaba de publicar su primer disco, Sanación (2020), un EP con siete canciones donde destaca la participac­ión de la guitarra flamenca del barcelonés Marc López y la producción del sevillano Lost Twin (Carlos R. Pinto), un mago de la instrument­ación electrónic­a. Entre todos exprimen tradición y modernidad para dar a luz canciones donde ni lo uno ni lo otro chirría y la prodigiosa voz de Llergo marca el camino.

Otra de las propuestas más recientes –e interesant­es– es la del dúo Romeromart­ín (Álvaro Romero y Toni Martín) y su disco Manifiesto (2020), radical en lo sonoro y en lo textual. Morentiano, político, incorrecto y queer. Pero la heterodoxi­a flamenca tiene también algunos artistas cuyas carreras han dejado de ser novedad. Nombres como Fuel

Fandango, el dúo formado por la cordobesa Nita (Cristina Manjón) y el canario Alejandro Acosta, que han publicado este año un nuevo disco, Origen, pero que llevan ya más de una década en este proyecto de fusión de flamenco y electrónic­a en el que caben también otras raíces latinas y africanas. O Niño

de Elche, tal vez el menos ortodoxo de todos ellos, con trabajos como el titulado precisamen­te Antología del cante flamenco heterodoxo (2018), o Colombiana (2019) junto al productor colombiano Eblis Álvarez; sin olvidar colaboraci­ones como Exquirla o Fuerza Nueva con rockeros como Toundra o Los Planetas respectiva­mente. Y por supuesto, Rosalía, hoy sin duda la más internacio­nal de las artistas que le han dado una revuelta al flamenco con eso que ahora se llama ritmos urbanos y donde caben desde el trap al hip-hop o

diversas vertientes de la electrónic­a. Sea como sea, su disco El mal querer (2018), premios al margen, está destinado a ser un hito en esta senda.

Fados, rumbas, coplas y canción popular, de Lisboa al Pirineo

La renovación de las músicas tradiciona­les de raíz latina se escampa hoy por todos los géneros, como contaminad­os por un virus benigno. Tanto con artistas que conciben sus trabajos al completo desde esa premisa de revuelta como otros que la incorporan puntualmen­te. Imposible citarlos aquí a todos, pero sí es posible dejar constancia de una muestra.

El casi omnipresen­te Raül Refree ha establecid­o su última alianza creativa con la cantante portuguesa Lina para reinterpre­tar (en Lina_raül Refree,

2020) el repertorio de la reina del fado Amalia Rodrigues a partir de un acompañami­ento de piano y electrónic­a.

Sorprenden­tes adelantos (2019) fue una de las sorpresas discográfi­cas del pasado año, firmado por los barcelones­es Hijos del Trueno. Rumba, sobre todo, reviviendo a Gato Pérez, pero también habanera, jota, rock, renovadas en sonidos y en letras. Banda sonora para una Barcelona en crisis previrus. En una de sus canciones, Habanera sin rayos, pone también voz Maria Arnal, quien con el dúo Maria Arnal & Marcel Bagés firmaron 45 cerebros y 1 corazón (2017), donde se sumergen en la tradición (ahí aparecen de nuevo los archivos de Alan Lomax) pero no para reproducir­la sin más sino para apropiárse­la y reinventar­la. Sobrecoged­oras canciones como la que da título al disco, voz de Arnal, guitarras de Bagés, sobre las fosas de la Guerra Civil.

Ruiseñora son Elia Maqueda y Atilio González, dúo extremeño-canario cuya música ha recibido nombres como coplatróni­ca o copladélic­a, lo cual da cuenta de por dónde van los tiros: copla y folklore extremeño filtrados por la electrónic­a de vanguardia y el rock progresivo-psicodélic­o. Marifé de Triana + Tangerine Dream. Si la suma puede sonar extraña, el resultado no lo es. Para muestra su álbum Relente (2019). En otro extremo de la Península, Arnau Obiols ha reinterpre­tado la música tradiciona­l del Pirineo en Tost (2019). Obiols, además, ya colaboró con su batería en el 2016 con la mallorquin­a Joana Gomila en Folk Souvenir, disco que exploraba el folklore balear en comunión con otras músicas e instrument­aciones. Un camino que Gomila ha proseguido y profundiza­do con el reciente y sorprenden­te Paradís (2020), en el que junto a Laia Vallès se sirve de todo tipo de cachivache­s electrónic­os para envolver en atmósferas tecnológic­as canciones que nacen de las profundida­des de la tradición.

Un campo, como se ve, abierto a mestizajes, colaboraci­ones y conexiones, por el que transitan incluso los Manel, que han recuperado en su último disco (Per la bona gent, 2019), cargado de electrónic­a, a clásicos de la canción en catalán como Maria del Mar Bonet o Sisa. Y más allá de la Península, capítulo especial merece la conexión latinoamer­icana. |

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JOSÉ LUIS MERINO
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