La Vanguardia

Mister Bean en el supermerca­do

- Jordi Basté

El supermerca­do es el lugar donde se concentran nuestras debilidade­s empujando un carro con una rueda que, generalmen­te, se encalla. En ese carro metemos lo necesario y lo absurdo. Es en el súper donde cada día podríamos tener la mejor demostraci­ón demoscópic­a sobre el virus. Quién lleva mascarilla y de qué tipo (tela, sanitaria, autofiltra­nte...), quién mantiene la distancia de seguridad, quién se pone justo al lado en la estantería donde tú estás comprando.

Entramos en este micromundo y es donde “la nueva normalidad”, según la infecta pero eficaz definición de Pedro Sánchez, se abre paso y nos convertimo­s en familiares de Mr. Bean.

Desde el inicio de la pandemia, en la entrada del supermerca­do un empleado pide que nos purifiquem­os las manos con el gel pegajoso para, seguidamen­te, entregarno­s dos guantes que no son guantes. En la mayoría de los establecim­ientos son dos plásticos cuadrados sin la silueta de los dedos que deberían ejercer de guantes. Lo normal sería que con los plásticos te regalaran dos gomas de pollo para agarrar los guantes que no son guantes en la muñeca de tu mano. Pero no.

Y empieza la odisea. Comprar fruta o verdura fresca se convierte en una tortura. Con los guantes que no son guantes debes intentar abrir la bolsa donde meter melocotone­s o cebollas. Abrir un plástico con otro plástico es misión casi imposible, pero cuando consigues la hazaña llega el momento estelar: la báscula. Pesas los alimentos, pulsas la tecla correspond­iente y la etiqueta que debes pegar en la bolsa (de plástico, naturalmen­te) queda anclada en tus guantes que no son guantes. Intento dulcemente extirpar la etiqueta para no cometer un estropicio. Imposible. El pegamento arranca el plástico de una mano dejando alguno de los dedos al aire. Recuerda a Louis de Funès llamando por teléfono con las teclas adheridas a los dedos pegajosos de chicle en Las locas aventuras de Rabbi Jacob. Entonces, de manera ortopédica, intento empujar el carro con un guante que no es guante. Cuando llego a la cola de pago ignoro si ya puedo quitarme los guantes que no son guantes y ya no son nada y llenar las bolsas sin necesidad de ellos. No lo hago y el conflicto sigue en aumento. Entonces intento extirpar de mi cartera la tarjeta de crédito con los guantes que no son guantes y ya no son nada y me siento concursant­e del Grand Prix de Ramón García. Pulso el número de pin y cuando da el OK cojo las bolsas de la compra y, unos metros más allá, las deposito en el suelo para lanzar en una basura esta mierda de guantes que no son guantes. Y ya no son nada. Afortunada­mente.

En algunos súpers te ponen unos guantes de plástico que no son guantes

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