La Vanguardia

El perpetuo retorno

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Giambattis­ta Vico, napolitano que vivió entre los siglos XVII y XVIII (1668-1744), tuvo una vida marcada por el fracaso en su carrera universita­ria y por la tragedia familiar. Se consagró a su obra, centrada en su libro Ciencia nueva (1725), una síntesis original en la que proyectó las ideas de la Ilustració­n a la teoría histórica: el hombre no aparece como el mero resultado de un proceso físico o de la voluntad divina, sino como el libre creador de su propio destino. Y se enfrentó sin ambages a la tesis cartesiana de que el hombre es siempre y en todas partes igualmente racional; pues, a juicio de Vico, la racionalid­ad es una adquisició­n histórica, no un componente constante de la naturaleza humana. Vico pasó desapercib­ido en su tiempo, pero comenzó a ser valorado en la época romántica y su influjo llega hasta hoy: desde Goethe, Mazzini y Taine hasta Croce, Gentile, Pareto, Trotski y

Toynbee, pasando por Marx, Engels y Sorel.

La gran pregunta que Vico intenta responder en Ciencia nueva es esta: ¿cómo es posible que los hombres, que son radicalmen­te indomables, egoístas y malvados (como afirman Hobbes y Maquiavelo), sean capaces de formar comunidade­s, de someterse al imperio de la ley y de procurar el bienestar, no solamente de sí mismos, sino también de los demás? Su respuesta es que los productos culturales son nada más y nada menos que creación de la conciencia humana como respuesta inmediata a amenazas reales o imaginaria­s. Se trata de un proceso de creación que se desarrolla en sucesivos ciclos de acuerdo con estas reglas: 1) La historia tiene un curso regular (corso) dividido siempre en tres etapas o edades: la “edad divina” (teocrática y sacerdotal), la “edad heroica” (arbitraria y violenta) y la “edad humana” (sujeta a norma, filosófica y científica). 2) Todo ciclo termina inexorable­mente en una etapa de decadencia o “barbarie”, cada vez más bárbara debido al refinamien­to en la crueldad que da la civilizaci­ón, y cuya causa profunda es siempre una “caída moral”. 3) Tras la conclusión de un ciclo histórico (corso), diluido en una inevitable “barbarie”, se inicia un nuevo ciclo (ricorso), que continúa la evolución y que terminará también en otra etapa de decadencia o “barbarie”.

Resulta sugestivo aplicar a los tiempos que corren esta idea de que la historia es una serie interminab­le de cursos y recursos, a través de los cuales se manifiesta siempre con la misma inexorable necesidad el ciclo de las tres edades, culminado por una decadencia inevitable. Si tal hacemos, cabe proponer al debate tres ideas: 1) Occidente (no la civilizaci­ón occidental) hace ya tiempo que entró en la fase de decadencia. 2) La pandemia provocada por el coronaviru­s no ha sido la causa desencaden­ante de esta decadencia, que ya viene de lejos, sino que sólo ha precipitad­o su desenlace. 3) Estamos entrando en un nuevo ciclo en el que, más que nunca, serán absolutame­nte determinan­tes las creaciones del intelecto humano. 4) La acción política fracasará en el empeño de recuperar lo perdido como una nueva normalidad. Ha sonado la hora de la transforma­ción, no de la reconstruc­ción.

Las campanas tañen hace ya tiempo por el fin de ciclo de la hegemonía occidental. En la segunda guerra de los Treinta Años (19141945), Europa se suicidó. Vinieron luego de consuno la descoloniz­ación y la pérdida de la supremacía militar (Dien Bien Phu, Suez y Vietnam). Los datos económicos certificar­on más tarde la emergencia de China. Y, por último, los anglosajon­es han dejado en el arroyo el liderazgo asumido durante los dos últimos siglos, encerrándo­se en un aislacioni­smo estulto y resignando el poder en manos de un payaso siniestro y grosero como Trump y de un niño mal de casa bien como Johnson. Estando en estas, llegó de improviso la plaga en forma de coronaviru­s. Nos cogió de sorpresa, cuando creíamos haber alcanzado una absurda sensación de inmunidad. Sus demoledore­s efectos nos han puesto ante los ojos los problemas que ya arrastrába­mos, exigiéndon­os una respuesta nueva e inmediata.

Ante esta situación, la reacción no puede limitarse ni a un resistiré, ni pretender un retorno imposible a una realidad desvanecid­a. Hay que afrontar el mundo nuevo definido por la globalizac­ión, la emergencia de nuevos actores globales, la revolución tecnológic­a, la robotizaci­ón y la biotecnolo­gía. Hay que transforma­r la realidad con proyectos de desarrollo a largo plazo fundados en el conocimien­to, y de reformas institucio­nales que renueven el sistema de democracia representa­tiva.

Los demoledore­s efectos del coronaviru­s nos han puesto ante los ojos los problemas

que ya arrastrába­mos

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