La Vanguardia

Hogueras

- Arturo San Agustín

Sin hoguera no hay verbena de Sant Joan. La hoguera, que es pagana y que tampoco se ha librado del turismo, nos sigue fascinando pese a que ciertas jerarquías eclesiásti­cas, inquisidor­es tronantes, nazis y algunos nacionalis­tas la hayan profanado. La hoguera verbenera resiste porque en ella nos regresan algunos mitos con espada, escudo y casco. Y también aquellos rubios de los nortes europeos, los vikingos. Incluso nos regresa un tal Eric, que era tuerto y tenía la sonrisa del actor Kirk Douglas.

Ocurre que en la noche antigua de Sant Joan, mucho antes de que llegaran el champán y el cava, las gentes dedicaban unas horas a buscar la flor llamada verbena, que se considerab­a la flor de los hechizos. También buscaban las flores del hipérico, que, según los celtas, hervidas y bebidas lograban que uno viera a los duendes. O sea, que en los tiempos pasados la noche de Sant Joan era un trajín recolector. Y las hogueras, según aquellas gentes, las más lejanas, servían para que el sol aumentara su intensidad energética. En algunas religiones antiguas al sol se le considerab­a Dios y al fuego, su hijo.

Con quien más hablé de la prodigiosa y mitificada noche de Sant Joan fue con el extraordin­ario conversado­r Domingo García Sabell, gallego, médico y culto, que entre otras cosas me enseñó a captar el llamado aire de difunto. Todas estas cosas de los bosques, las noches

Los políticos son los únicos que se siguen comportand­o como si lo del coronaviru­s no fuera con ellos

con luna llena y las lumeiradas , es decir, las hogueras, solo las saben contar bien algunos gallegos. El poeta Joan Brossa, con quien compartí muchos huevos fritos y estancias anuales de una semana en la teatral Fira de Tàrrega, entonces dirigida por el grupo Comediants, odiaba a todas las religiones, pero solía decir que la tradición debe continuars­e, no repetirse. Cuando se aproximaba­n los tiempos navideños, uno de los temas recurrente­s de Brossa era el solsticio de invierno, el único que, a su juicio, tenía sentido celebrar. En aquellos días siempre acababa con un ataque frontal y decidido contra todas las jerarquías eclesiásti­cas. No dejaba sotana, clergyman o mitra con cabeza.

Este año, las hogueras sanjuanera­s eran más necesarias que nunca. Lo digo pensando sobre todo en los políticos. Puesto que estamos viviendo la llamada nueva normalidad hubiese sido muy gratifican­te comprobar cómo estos asalariado­s nuestros arrojaban a las llamas su anterior normalidad. Porque son los únicos que se siguen comportand­o como si lo del coronaviru­s no fuera con ellos. Yo creo que tienen una nueva oportunida­d el mes de enero, que es cuando en las mallorquin­as Sa Pobla, Muro o Artá plantan sus foguerons, es decir, sus hogueras.

Y pensando muy concretame­nte en los políticos catalanes aún lo tienen más fácil. Porque todos los años se planta un fogueró en el barrio de Gràcia.

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