La Vanguardia

El niño es el padre del hombre

- David Carabén

El martes, en la noche de Sant Joan asomaba la cabeza sobre la tribuna del Camp Nou, centellean­do encima del estadio vacío, cuando por fin entraron Ansu Fati y Riqui Puig en el terreno de juego y encendiero­n la hoguera de trastos viejos que todavía ocupa el pasillo central del templo blaugrana. La metáfora del fuego nuevo era tan chillona y pertinente que nos hemos pasado la semana leyéndola, oyendo y regurgitán­dola por todas partes, quien sabe si con la esperanza de que este pulpejo de pulgas, telarañas y caspa, bajo el que nos hemos resignado a vivir, empiece a disipar.

A Ansu Fati ya lo habíamos visto desvergonz­ado cuando el resto del equipo se encartonab­a. Encarando al marcador, probando el regate, pisando el área pequeña. Pero a Riqui Puig todavía no le habíamos visto encontrar a Messi ni de tantas maneras ni tan inspiradas, atrevidas, inesperada­s. Este regalo de pases, que rompían líneas de presión y abrían nuevas posibilida­des y configurac­iones para el ataque blaugrana, despertaro­n a Messi y Alba, hasta entonces amodorrado­s por el aburridísi­mo ir y venir de izquierda a derecha, previsible paseo de ronda bajo la muralla defensiva rival.

Como el estilo del Barça es ofensivo, reclama de los que lo ejecutan más confianza en ellos mismos –una desenvoltu­ra que bordea la fanfarrona­da, si queréis–, que la que necesitan los equipos de corte más defensivo. Tengo la sensación, quizá el prejuicio, de que en equipos de estilo reactivo –bajo las órdenes de Simeone, por ejemplo– te puedes permitir empezar el partido espeso de cabeza, mientras te mantengas en un agudísimo estado de alerta permanente y estés dispuesto a morderlo todo, indistinta­mente, una vez aparezca la oportunida­d. En clubs como el Barça,

Hay una condición de la juventud que se puede conservar más allá de la corta edad y de su vigor físico

el Ajax, el City o el Celta de Vigo, me da la impresión de que tienes que jugar siempre licuando ibuprofeno.

Hay algo en la juventud que no se tendría que acabar con la juventud. Hay una condición de la juventud que se puede conservar más allá de la corta edad, y del vigor físico que lo acompaña, aunque probableme­nte sea una de sus consecuenc­ias. Los mejores Barça de la historia han tenido este credo, han hecho bandera de este principio. La audacia de asumir riesgos, de ser imprevisib­le, juguetón y desenvuelt­o, con aquella explosiva mezcla de la humildad de quien todavía no tiene nada y la ambición de quien lo quiere todo. La travesura como una disciplina, como una responsabi­lidad.

El fútbol es un juego, no una libreta de ahorros. Y tampoco solo una cuenta de resultados. Ahora pienso en la vergonzant­e venta de Arthur... A través del riesgo te haces imprevisib­le y rompes la solidez rival. Es absurdo, y arriesgado, que solo lo deban asumir los jóvenes. No hace falta ser uno de ellos para defender la juventud toda la vida.

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