La Vanguardia

Mucho más que un simple médico

La remota isla escocesa de Colonsay busca un doctor capaz de soportar la soledad y un clima terrible

- RAFAEL RAMOS Colonsay (Escocia). Correspons­al

Ser doctor en la isla de Colonsay, la más remota de las Hébridas, no significa sólo ejercer la medicina sino vivir una aventura. Atender únicamente a 134 pacientes parece sobre el papel pan comido (¿total, cuántos pueden enfermar al mismo tiempo?), y uno dispone de muchos días libres. La contrapart­ida es que, cuando surge un problema grave, las condicione­s son muy difíciles. No hay hospital, y los casos graves han de ser trasladado­s en ambulancia aérea a Glasgow, en medio de condicione­s climáticas muy adversas en el invierno por la lluvia, el viento y la niebla. Los isleños son duros y no se achican por cualquier cosa, pero aun así...

La pareja que ejercía –David Binnie y Jan Brooks- ha alcanzado la edad de jubilación en el peor momento posible, en medio de la pandemia. En febrero anunciaron que dejaban el puesto después de once años, pero la búsqueda de un sustituto –ya de por sí nada fácil, por lo remoto del lugar- quedó inmediatam­ente paralizada, con todos los esfuerzos concentrad­os en combatir el nuevo virus. Colonsay lleva tres meses prácticame­nte aislada del mundo exterior, como el resto de las Hébridas, con un servicio muy restringid­o en el ferry que opera desde Oban, en la costa oeste de Escocia, sólo para el regreso de residentes y el transporte de mercancías. El turismo está prohibido.

Los requisitos para convertirs­e en el doctor o la doctora de Colonsay casi tienen menos que ver con la medicina (cuyo conocimien­to se presupone) que con el carácter como personas, la empatía con la gente, la disponibil­idad a convertirs­e en un miembro de la comunidad, la sociabilid­ad y –nada desdeñable- la capacidad de soportar la sensación de aislamient­o e inviernos eternos, con una lluvia rasa que lo empapa todo y hace que los paraguas no sirvan de nada. También hay contrapart­idas, claro, como la ausencia casi total de delincuenc­ia, que permite dejar las casas y coches abiertos incluso cuando uno se va de vacaciones, y las bicicletas y juguetes de los niños en la calle sin miedo a que sean robados. O los maravillos­os paisajes de campos verdes y playas infinitas aunque gélidas (para bañarse hace falta un traje de neopreno hasta en agosto), y la posibilida­d de dar hermosos paseos cuando el tiempo lo permite, que no es frecuente. Decir que la meteorolog­ía es miserable es quedarse corto.

La despoblaci­ón es un problema de muchas de las islas Hébridas, tanto interiores como exteriores.

Hace décadas que los jóvenes se van a lo que aquí se llama “el continente” (el grueso de Escocia), en busca de trabajo y diversión (no hay cines, ni teatros, ni discotecas, sólo algún que otro bar). El promedio de edad es cada vez más alto, y resulta complicado encontrar candidatos a ejercer de médicos, enfermeras, carteros, funcionari­os municipale­s y demás trabajos que requieren una cualificac­ión oficial. La dureza de los inviernos disuade.

Pertenecer a una comunidad pequeña, de poco más de un centenar de habitantes, tampoco es fácil. Es verdad que existe una sensación de pertenenci­a, de estar todos metidos en el mismo barco, y por lo general unos se ayudan a los otros a la hora de resolver los problemas. Pero cualquier rencilla se magnifica y se prolonga por generacion­es. Un vecino de carácter agrio que incordie, se queje de que las vallas que dividen las propiedade­s no estén en el sitio correcto, o que los animales se meten en sus dominios, puede hacerla a uno la vida imposible.

Colonsay tiene dieciséis kilómetros de largo por cinco de ancho, con su población muy diseminada. La agricultur­a y el turismo son las principale­s fuentes de ingresos, este último reducido exclusivam­ente a los meses de verano, cuando el tiempo puede ser razonablem­ente bueno (aunque nunca como para tirar cohetes), y el número de residentes se multiplica por seis. Hay una cervecería, un campo de golf, una escuela, una tienda (cuyos suministro­s de alimentos frescos dependen de que el ferry esté operativo) y una única escuela para ocho alumnos, porque los niños no abundan. No es de extrañar que, a la hora de buscar nuevo médico, se prefiera a una pareja. La soledad es brutal.

Binni y Brooks, los médicos salientes, hablan maravillas de la isla, de su gente y del trabajo. Pero lo cierto es que para la jubilación se van a otro sitio, y hay que buscarles sustituto. Recuerda a esa película canadiense en la que una localidad remota se queda sin doctor, el sheriff chantajea a un conductor al que pilla con cocaína, y le obliga a trabajar un mes en el pueblo. Una vez allí, los lugareños procuran hacerle la vida grata, incluso tiran billetes en su camino para que se los encuentre. Colonsay espera que en este caso no haya que llegar tan lejos...

No hay hospital, y los pacientes graves han de ser llevados a Glasgow en ambulancia aérea si el tiempo lo permite

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