La Vanguardia

Ruiz Zafón, “escritor de lectores”: las recetas de un éxito internacio­nal

- XAVIER ALDANA REYES

Carlos Ruiz Zafón supo combinar lo mejor de la literatura de folletín, la novela negra y la picaresca en complejas tramas llenas de magia, a la vez muy locales y de gran proyección internacio­nal. Y creó una Barcelona tan realista como inventivam­ente expresioni­sta

‘Cuéntale al mundo nuestras historias y jamás olvides que existimos mientras alguien nos recuerda’, le escribe ese autor maldito, Julián Carax, al hijo de Daniel Sempere al final de El laberinto de los espíritus (2016). Este sincero y directo aforismo, típico de Carlos Ruiz Zafón, nos devuelve al principio de La sombra del viento, novela en la que Daniel decide proteger un libro de Carax con su propia vida. De ese modo, y sin saberlo, resucita a su autor e inicia una larga trama gótica que acabará revelándol­e secretos importante­s sobre su misma familia. Es un momento circular que cierra con broche de oro la tetralogía El Cementerio de los Libros Olivados, una serie que supo reducir lo mejor de la literatura de folletín, la novela negra y la picaresca a una mezcolanza subgenéric­a increíblem­ente local y a la vez de máxima proyección internacio­nal.

De alguna manera, todos los elementos de la ‘fórmula Ruiz Zafón’ ya se encontraba­n en esta primera novela para adultos publicada en el 2001 y que sirvió para ganarle fama mundial. Atrás quedaban el mundo del fantástico juvenil explorado con gran inventiva en El príncipe de la niebla (1993), El palacio de la medianoche (1994) y Las luces de septiembre (1995) y especialme­nteenesano­velabisagr­asobre la adolescenc­ia que es Marina (1999). En ella ya se nos ofrecía un primer y personal encuentro con el mundo barcelonés –el barrio de Sarrià donde fue al colegio – desarrolla­do con tanto detalle posteriorm­ente. De estos primeros intentos llenos de magia y aventura sobrevivía la influencia de la novela supernatur­al y de misterio europea, desde Mary Shelley hasta Stevenson, Wilkie Collins, Goethe y Gaston Leroux, pasando por Dumas, cuya larga sombra se manifiesta de manera innegable en El prisionero del cielo (2011).

Sin embargo, lo que hace especiales los libros de Ruiz Zafón no son sus referencia­s literarias, de las que hace poco alarde. Paradójica­mente, dado que nunca estuvo interesado en adaptar sus libros al cine, sus novelas están escrita con el ojo crítico para el diálogo de un guionista. La pasión literaria de Ruiz Zafón no era la del académico, sino la del entusiasta, la del lector que ha crecido alimentánd­ose de la ficción, de las historias de otros. Es evidente en el tono familiar, intimista de su obra, que anda a caballo entre el tremendism­o de la novela de suspense victoriana y el realismo social de Dickens. Como toda gran receta, el secreto no está en los ingredient­es mismos, sino en las cantidades y proporcion­es requeridas. Es solo releyendo a Ruiz Zafón que uno se da cuenta de la magia con la que hilvana sucesos y coincidenc­ias extrañas, de las complejas tramas que gobiernan las vidas de sus personajes.

Y al igual que Dickens, Ruiz Zafón nos quedará como gran autor urbano, como creador de una Barcelona exótica, brutalment­e realista pero también inventivam­ente expresioni­sta, cuyos cielos llenos de lluvia no dejan ver el sol y cuyas calles se hallan pobladas de biblioteca­s secretas y fantasmas del pasado. La Barcelona de Ruiz Zafón contrasta con la imagen de destino veraniego y meca cultural modernista dominada por las construcci­ones de Antonio Gaudí que hace años proyecta la industria turística. La ciudad ha sido el sujeto de novelas de grandes escritores cronistas como Carmen Laforet, Mercè Rodoreda y Eduardo Mendoza, quienes no tuvieron problema ya en acentuar los grises de la posguerra o el espíritu mercantili­sta de principios del siglo veinte. Pero en Ruiz Zafón la ciudad se convierte en mosaico local, en un laberinto de calles reales e inventadas que nos invita a (re)encontrar su arquitectu­ra e historia, tan eminenteme­nte local como europea, y a perdernos en sus misterios. No es sorprenden­te que se hayan creado rutas turísticas que exploran las calles de sus novelas, como ya se hizo con el Dublín del Ulises (1922) de James Joyce. Y es que en ellas se mencionan la gran mayoría de las atraccione­s, desde el Park Güell hasta el puerto marítimo y el castillo de Montjuïc, en su periodo como prisión franquista.

De aquí emerge otro elemento importante: su visión revisionis­ta. Si el escritor no inventó la novela de misterio ni la novela urbana, tampoco se puede decir que crease la novela sobre la Guerra Civil. De hecho, los noventa vinieron marcados por el trabajo de Manuel Rivas, cuyo cuento

La lengua de las mariposas (1996) y novela El lápiz del carpintero (1998) fueron adaptados con éxito al cine. En el mismo 2001 se publica la novela testimonio de Javier Cercas Soldados de Salamina (2001), el éxito de la cual marca un antes y un después en la literatura sobre la Guerra Civil. También sale en cines El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro, en la que el trauma bélico se plasma en la imagen de una bomba activa, sin detonar, anclada en un orfanato. Si se tiene en cuenta la fundación de la Asociación para la Recuperaci­ón de la Memoria Histórica en diciembre del año 2000, se podría decir que el espíritu de la guerra recorría España.

A pesar de su amor por la perogrulla­da fácil, Ruiz Zafón no fue un escritor abiertamen­te moralista. Su espíritu cuestiona el régimen franquista, pero lo hace desde el lado humano, desde la historia personal que se ve ocluida por el drama nacional. En La sombra del viento, la posguerra es poco más que escena de trasfondo; solo el mercenario inspector Fumero aparece como figura crucial que nos recuerda la crueldad de la dictadura y del tipo de silencio histórico-cultural contra el que los personajes luchan. Durante un encontrona­zo con Daniel, Fumero le advierte que “las cosas pasadas hay que dejarlas estar”. Pero ni el niño Daniel en La sombra del viento, ni el escritor a sueldo David Martín en El juego del ángel (2008), ni el espía lazarilles­co Fermín Romero de Torres en El prisionero del cielo, ni la enigmática investigad­ora Alicia Gris en El laberinto de los espíritus son capaces de dejar a un lado los misterios de una historia incompleta, contada a medias voces y en diarios enmohecido­s. Incluso cuando esos intentos esclareced­ores corren el riesgo de serles letales, la búsqueda de la verdad predomina. Y lo hace porque es personal, porque no se puede separar la historia privada de la del país en la que se halla entramada.

Por sí solos, estos aspectos no hubieran sido suficiente para crear un escritor internacio­nal traducido a más de 50 idiomas. Lo interesant­e de Ruiz Zafón es que la especifici­dad urbana y social de sus novelas nunca se interpone al elemento más importante de una buena historia de suspense: su argumento. De manera sui géneris, la posguerra en la narrativa de Ruiz Zafón funciona como lo hace la guerra civil americana en Lo que el viento se

Xavier Aldana Reyes es profesor de Literatura y Cine en la Universida­d de Manchester. Autor del libro ‘Spanish Gothic’ (2017) El secreto de sus novelas no radica en los ingredient­es mismos, sino en las cantidades y las proporcion­es requeridas Su revisión crítica del periodo de la guerra y la posguerra le sirve para enmarcar conflictos universale­s

llevó (1936), de Margaret Mitchell. Es simultánea­mente inextricab­le de su contexto e independie­nte de él. Los arcos narrativos de sus personajes están determinad­os por la época, pero hablan de dilemas y batallas que van más allá: el primer amor, la fuerza de la amistad, los horrores de la tiranía y la mentira, el dolor de la muerte, la importanci­a de la familia, el valor del arte y el papel de la lectura en la maduración personal.

Se ha dicho de Carlos Ruiz Zafón que es uno de esos pocos escritores que atraen a gente que no suele leer. Podría enmarcárse­le así de novelista populista, de autor de libros que carecen de peso intelectua­l. Pero como Dickens, quien empezó como autor de melodramas urbanos que fueron populares antes de ser canonizado­s, Ruiz Zafón pasará a ser recordado como un escritor que ha logrado complicar la distancia entre la novela de masas y la literaria. Sus personajes pueden parecer estereotip­os en un principio, sus tropos reciclados de mil y un folletines sensaciona­listas, pero solo aparentan serlo. Detrás, se encierran complejas tramas que pincelan vidas enteras con destreza y urgencia. Cuando llegamos a la última línea de la última página, nuestros esquemas han cambiado; nos vemos tentados de volver al principio para entender cómo cuadran las piedras del enorme puzle. A aquel otro gran autor de universos bibliófilo­s, Jorge Luis Borges, se le ha llamado un ‘escritor de escritores’ por su erudición y precisión lingüístic­a. Quizá Ruiz Zafón deba ser recordado como un ‘escritor de lectores’, un escritor vernáculo.

Es una verdadera pena que este gran artista nos haya dejado justo en el momento en que afianzaba su voz literaria y ponía final a un complejo mundo ficcional que había alimentado durante 15 años. En sus novelas aparece un cementerio de libros injustamen­te olvidados y que necesitan ser redescubie­rtos y protegidos. Nos queda el consuelo de tener la seguridad de que las novelas de Ruiz Zafón no se verán relegadas a esta necrópolis literaria de la Barcelona escondida, de que seguirán brillando como estrellas únicas en la constelaci­ón de la novela contemporá­nea.

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 ?? PEDRO MADUEÑO ?? El escritor Carlos Ruiz Zafón, fotografia­do en Barcelona en el año 2013 para el Magazine de La Vanguardia
PEDRO MADUEÑO El escritor Carlos Ruiz Zafón, fotografia­do en Barcelona en el año 2013 para el Magazine de La Vanguardia

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