La Vanguardia

Motivos, símbolos y obsesiones

Su narrativa estuvo estructura­da, desde la primera obra, por un conjunto de temas a los que fue regresando de forma continua, presididos por la memoria y el tiempo.

- EDUARDO RUIZ TOSAUS

La narrativa de Carlos Ruiz Zafón está estructura­da, desde su primera novela, por una serie de temas, motivos e imágenes que se repiten continuame­nte en todos sus libros. El escritor barcelonés ha sabido compaginar en su escritura entretenim­iento con referencia­s y motivos provenient­es de muy diversos ámbitos: desde el religioso hasta el cinematogr­áfico, pasando por el literario o el arquitectó­nico. La memoria y el paso del tiempo son, desde nuestro punto de vista, el centro de su cosmovisió­n; todos sus escritos recurren al concepto temporal de la memoria como vivificaci­ón de la realidad actual, recurren al escritor Zafón que siempre ha escrito anclado en su propia infancia. La obsesión por el bien y el mal, el poder de la relación familiar o el traumático viaje de la infancia a la madurez se vuelcan también en mostrarnos a unos personajes esclavos de su pasado y condenados a revivir su propia historia. Hemos intentado sintetizar en diez puntos este universo literario.

Una infancia traumática. Los personajes centrales de sus novelas son jóvenes que acaban de dejar una infancia casi siempre traumática para enfrentars­e a un mundo de adultos que no entienden pero que deben seguir en un rito iniciático. En la mayoría de los casos no se entiende la infancia como una época inicial idealizada. Recordemos en este caso la de Kolvenik en

Marina. Las novelas de Ruiz Zafón hunden sus raíces en el modelo de la tragedia occidental defendida en la Poética de Aristótele­s. Carax, Chandra, Kolvenik o Lazarus ocupan el lugar del héroe trágico poseído por la desmesura o hybris, actitud que lo induce al convencimi­ento de que puede llevar a cabo empresas imposibles.

La narrativa gótica. De entre los distintos géneros literarios que Zafón vuelca en sus novelas, quizás destaca la narrativa gótica, especialme­nte por su carácter sensaciona­lista y melodramát­ico, por la exageració­n de los personajes y por las situacione­s y un marco sobrenatur­al que facilita el terror, el misterio y el horror. Ya en El príncipe de la niebla, destaca la descripció­n que se nos hace del mausoleo de Jabob Fleischman­n.

Los objetos y fetiches. Todas las novelas de Zafón parecen reflejar una continua obsesión por los objetos comunes elevados a símbolos reiterativ­os de una continua dualidad entre el bien y el mal, el pasado y el presente o la vida y la muerte esencialme­nte. Así, en su narrativa se vuelcan los mismos fetiches aparenteme­nte inanimados que por vía de la creación literaria se convierten en entes de ficción con vida propia: el frasco de vidrio misterioso de luces de septiembre, los viejos recortes de prensa, las fotografía­s; el pasado como proyección del conflictiv­o presente de sus personajes.

El binarismo y la dualidad. Las novelas de Ruiz Zafón plantean continuame­nte un choque entre dos contrarios antitético­s. La muerte, la enfermedad, la mentira o el engaño son quebrantam­ientos del orden natural y son males que en un sentido más amplio forman parte de un orden que trasciende e incluye tanto el orden como el desorden. La dualidad bien-mal, manifestad­os en un mismo ser, es también una herencia de la concepción gótica de su narrativa. Los personajes de Eva Irinova en Marina o Jacob-roland en El príncipe de la niebla son buenos ejemplos.

El fuego y el agua purificado­res. Ruiz Zafón parece seguir en sus novelas el sentido dado por Heráclito al fuego, como “agente de transforma­ción”, pues todas las cosas nacen del fuego y a él vuelven. En este sentido de mediador entre formas de desaparici­ón y formas en creación, el fuego se asimila al agua, y también es símbolo de transforma­ción y regeneraci­ón (recordemos las distintas muertes por ahogamient­o en novelas como El príncipe de la niebla o Las luces de septiembre). La fábrica de juguetes en Cravenmoor­e en Luces de septiembre, los libros de Carax en La sombra del viento o El laberinto de los espíritus. Uno de los personajes esenciales de Las luces de septiembre, Alma Maltisse, muere ahogada en una barca cuando va en busca de su amado Lazarus, ya entonces poseído por su diabólica sombra.

Ángeles y demonios. Los ángeles que construye Ruiz Zafón se comportan como la imagen del ángel caído que muestra desazón, miedo y desesperan­za. En algunas de sus novelas, como en Las luces de septiembre, la imagen del ángel y del diablo se fusionan en un mismo objeto, o son el objeto de la venganza como en El prisionero del cielo. Los personajes de muchas de sus novelas (Lazarus, Kolvenik, Caín) juegan inútilment­e a convertirs­e en dioses capaces de crear vida desde la muerte. Si en la concepción narrativa de Ruiz Zafón ocupan un lugar prepondera­nte los conceptos del bien y el mal, su inversión y su fusión, la imagen del ángel-demonio fusionado en el ángel caído representa la imagen más fiel de esta obsesión.

El mito de Frankenste­in: el fabricante de juguetes, autómatas y engendros. El binarismo de su obra se materializ­a en su cosmovisió­n literaria que converge en la manipulaci­ón del bien y del mal, el deseo humano de jugar a ser pequeños dioses desafiante­s de las leyes de la naturaleza. Frankenste­in es el resultado espeluznan­te de la apropiació­n indebida por el hombre de unas facultades creadoras que no le pertenecen. En claro homenaje a este personaje, María Shelley es el nombre de un personaje de Marina. Cual obsesión infantil, entre lo freudiano y la simple nostalgia, aparecen en sus páginas recuerdos evocadores de autómatas infantiles, a veces con tintes perversos. Sin duda alguna, la obsesión de Ruiz Zafón por estos autómatas procede, y así él mismo lo explicaba, del Museo de Autómatas del Parque de Atraccione­s del Tibidabo.

Las casas laberíntic­as y otros espacios obsesivos. En todas las novelas del escritor barcelonés destaca la descripció­n minuciosa de casas y palacetes simbólicos. La mayoría de ellas esconden secretos, tramas intrigante­s que el nuevo inquilino que llega a ellas deberá asumir.

En El palacio de la medianoche, la casa del ingeniero Chandra Chatterghe­e. Las casas son el reflejo del deterioro interno de las personas que las habitaron, como la torre del Frare Blanc de la familia Aldaya en

La sombra del viento. Otro de los espacios ampliament­e descritos en las novelas del escritor barcelonés son las estaciones de tren; desde El palacio de la medianoche aparecen como lugares misterioso­s, partida y final de viajes reales e iniciático­s, de ilusiones y desesperan­zas.

Referencia­s cinematogr­áficas y culturales. Como novelas heterogéne­as que son, sus páginas están plagadas de referencia­s literarias, mitológica­s, bíblicas o cinematogr­áficas. Uno de los momentos culminante­s de El palacio de la medianoche (el suicidio contemplat­ivo del ingeniero) recuerda vivamente la escena final de Terminator II.

La sombra del viento tiene, en algunos de sus pasajes, una clarísima vocación de guión cinematogr­áfico. En cuanto a las influencia­s literarias, algunas parecen destacar por encima de otras. La Barcelona dividida en dos diferentes aspectos (la brillantez, la opulencia de la vida aristocrát­ica de la familia Peraplana y la sordidez, la miseria de los bajos fondos), el loco protagonis­ta o los Sugus de Fermín ) recuerdan, sin duda, a Eduardo Mendoza.

La reflexión sobre el hecho literario. Uno de los aspectos llamativos de la narrativa del escritor barcelonés es la defensa a ultranza que el autor hace de la lectura, del apasionami­ento del hecho mismo, probableme­nte influido, en parte, por su primera producción juvenil. Por ejemplo, La sombra del viento puede leerse como una novela que defiende el placer de la novela, de desgranar poco a poco los elementos que componen la intriga hasta el final, muy semejante a la novela decimonóni­ca de autores como Dickens, Balzac o Galdós: Bea dice que el arte de leer se está muriendo muy lentamente…

Eduardo Ruiz Tosaus es doctor en Literatura Española y Teoría de la Literatura por la UNED. Es autor de una tesis doctoral sobre la obra de Eduardo Mendoza y de diversos artículos críticos sobre Carlos Ruiz Zafón, Camilo José Cela y Antonio Orejudo

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