De un tiempo, de un país
El periodista Enric Juliana propone una interpretación novedosa de la España del siglo XX a través de la vida del comunista Manuel Moreno y situando el eje en la prisión de Burgos, donde el franquismo encarceló a centenares de presos políticos Formarse, e
JORDI AMAT
Era una tradición. El alcalde Maragall empezaba el año con un discurso sobre el estado de la ciudad en el Col·legi de Periodistes. Pero en enero de 1996 casi ni habló de Barcelona. El día antes había muerto Mitterrand y Maragall, glosando la trayectoria del dirigente francés, habló de Europa usando los referentes que explicaban ese momento y que también le explicaban a él. Mencionó, entre otros, a Joan Sardà. “A él le deben este alcalde”. No consta que tuvieran relación. Podría ser que se refiriera al hecho que el economista Sardà fue uno de quienes imaginaron la facultad de la Autònoma donde Maragall fue profesor. Es más probable que lo pensara como un ejemplo: el economista que hace política para transformar la sociedad desde una posición de máxima responsabilidad pública. El republicano Sardà –el catalán más determinante de la segunda mitad del siglo XX español–lo consiguió: fue el cerebro del Plan de Estabilización. La frase críptica de Maragall, sea como sea, la transcribió en su crónica el redactor jefe de información local de este periódico. Era Enric Juliana (Badalona, 1957).
Ha pasado un cuarto de siglo y Juliana es uno de los opinadores más influyentes del país. Al periodista, desde el momento que se instaló en Madrid como delegado de La Vanguardia , se le fue añadiendo la consideración de intelectual. Porque su lenguaje fija el marco y su estilo es tan reconocido que incluso se parodia. Porque ha ido elaborando una teoría realista y heterodoxa para descodificar España y nuestra era. Es una óptica que muchos hemos interiorizado para tratar de comprender el mundo donde nos ha tocado vivir.
Es un ejercicio que Enric Juliana realiza asumiendo, sin proclamarlo, que “qui perd els orígens perd identitat”. Sus orígenes son la Badalona fabril y, en aquella ciudad de pequeños talleres, su referente fue un hombre a quien siempre conoció igual: el viejo comunista Manuel Moreno Mauricio. Un hijo de Vélez Rubio que llegó a Badalona en la década de los veinte. Se casó, trabajó y se sindicó en la CNT. Y entre la
Guerra Civil y la resistencia contra los nazis, se deshizo su mundo. Derrotado, tras una temporada en el exilio, cumplió 17 años de prisión a raíz de la caída en la València de 1947 de una célula revolucionaria cuando el partido aún apostaba por la guerrilla como forma de combate. Volvió a casa en 1964.
La biografía de este militante tan desconocido es el eje a partir del cual Juliana despliega su interpretación total de un tiempo y de un país. La peripecia de MMM la ha reconstruido gracias a testigos que ha ido acumulando, muchos libros leídos y un considerable trabajo de archivo. Y sobre el relato biográfico va sobreponiendo textos de tipologías diversas, anécdotas reveladoras y múltiples capas argumentales. Es la cima de su obra.
Como el centro narrativo es la estancia del protagonista en el penal de Burgos, el autor enlaza la crónica de la cotidianidad en la prisión con buena parte de la historia del PCE y el PSUC –de las conversaciones de Stalin con la Pasionaria al caso Comorera o el caso Grimau–. Pero como la historia del comunismo en la posguerra no puede explicarse al margen de la guerra fría, hay debates geopolíticos –las decisiones sobre España de los aliados victoriosos, la construcción de la Unión Europea, los comentarios sobre nuestro país que mantuvieron Mao y Kissinger– que se incorporan al relato como su capa más externa. Todos estos discursos acaban convergiendo en una escena carcelaria. En 1962 llegó a Burgos el dirigente Ramón Ormazábal, cuando hacía pocos meses había organizado unas huelgas potentes. Y Ormazábal y MMM mantendrían una controversia dura sobre qué era políticamente útil hacer en la prisión. De aquí viene el título del libro. Durante mucho tiempo el obrero de Badalona había pensado que la acción política más fecunda era formarse. Y formarse, en aquel contexto, implicaba entender la dinámica de transformación que la sociedad española estaba viviendo como consecuencia de la implementación del Plan de Estabilización