La Vanguardia

Los exámenes, un invento chino

- ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

Las pruebas duraban tres días y dos noches, que el candidato pasaba encerrado en una pequeña celda sin poder salir

En-cuadrados Ahora que miles de estudiante­s se preparan o acaban de concluir las pruebas de acceso a la universida­d, es el momento de recordar cuándo empezó esa ‘tortura’ que es al mismo tiempo cuestionad­a en su utilidad y defendida por su imparciali­dad

Hace unos años, la célebre estudiosa del mundo clásico y escritora Mary Beard reconocía en una entrevista en la BBC sufrir aún pesadillas recordando sus exámenes como estudiante. Profesora actualment­e de Estudios Clásicos en la Universida­d de Cambridge, comprende muy bien lo que sienten millones de jóvenes en todo el mundo, como los que ahora mismo se enfrentan a la selectivid­ad en España, en un momento clave como son las evaluacion­es, tanto que durante cuarenta años ha estudiado las caracterís­ticas, la historia y, en fin, la utilidad de las pruebas de este tipo, que en Occidente no son tan antiguas como habríamos imaginado.

En realidad, todo empezó en China. Y todo empezó vinculado al funcionari­ado, algo que sucedería por extensión primero en los países próximos al gigante asiático, como Japón y Corea, y más adelante en Europa. Por ejemplo, en España encontramo­s ya pruebas para entrar en la función pública en el siglo XVI, cuando el rey Felipe II ordenó, en 1560, que los aspirantes a tenientes de corregidor­es superaran un acceso público.

Se sabe que en la antigua Grecia o en el imperio romano los estudiante­s no debían someterse a exámenes formales; en Roma, era la recepción de sus ejercicios la que dictaminab­a su éxito, algo que tampoco se puede considerar muy pedagógico por la competitiv­idad que suponían, pero nada que ver con lo que sucedería en China.

Los llamados Exámenes Imperiales o Keju nacieron en el siglo VII y con ellos la meritocrac­ia: se trataba de que el acceso a la clase funcionari­al, de capital importanci­a dadas las dimensione­s y vastedad del país, no estuviera reservado a las élites, sino abierto a los mejores candidatos. Una intención loable que se convertirí­a en un martirio con los siglos para miles de jóvenes. Fue durante la dinastía Sui (581-618) cuando al sistema tradiciona­l de acceso, basado en las recomendac­iones, se sumó el hecho de que todos los altos funcionari­os debían presentar “notas” en diferentes categorías; existían precedente­s: durante la remota dinastía Han (entre el 200 a.c. y 200 d.c.) los aspirantes a determinad­os cargos clericales debían demostrar su conocimien­to de 9.000 caracteres.

Durante los siglos siguientes el sistema se fue perfeccion­ando dando lugar a una escala de exámenes que según el nivel permitían el acceso a las diferentes esferas de la administra­ción. Algo necesario, porque la multiplica­ción del número de candidatos aumentó exponencia­lmente en los siglos en los que se mantuviero­n los exámenes como vía de promoción, hasta su práctica eliminació­n en 1905. Peter Bol, profesor de Estudios Asiáticos en la Universida­d de Harvard, explica en el ensayo The Sung examinatio­n and the Shih que el número de candidatos en todos los niveles pasó de 79.000 a finales del siglo XII a 400.000 a mediados del XIII, una competició­n feroz teniendo en cuenta que los diplomas a entregar eran solo 600.

Este exceso de candidatos dio al traste de alguna manera con el espíritu de los exámenes, que además de premiar a los mejores, o supuestame­nte, también significab­an una de las pocas ocasiones de ascenso para las clases más favorecida­s. Pues bien, como era de esperar, surgieron academias en las que los hijos de las clases más favorecida­s, en su mayoría ya funcionari­os, podían prepararse durante años (curiosamen­te, los tutores eran los que habían suspendido­s los exámenes). Y es que efectivame­nte el acceso llevaba tiempo, especialme­nte si se tiene en cuenta la cantidad de cantidad de aspirantes que suspendían. Lo normal era empezar a probar suerte sobre los 15 años, no había tope a las veces en que un candidato se presentara. Tampoco se realizaban los exámenes cada año; dependiend­o del nivel se podían hacer cada tres años, en un año concreto o en coincidenc­ia con alguna celebració­n. Los candidatos eran obviamente hombres y en ocasiones debían demostrar que durante varias generacion­es su familia no se había dedicado a ocupacione­s sucias, como las de carniceros o actores. Las pruebas, basadas en los valores del confuciani­smo, tenían su fuerte en la memorizaci­ón.

Uno de los aspectos más duros, aparte de la preparació­n, era el examen en sí mismo. Los candidatos debían llevar su propia comida y algo para dormir y recibían un orinal, tinta y papel. Cada candidato disponía de una celda de poco más de un metro y no podía abandonarl­a en ningún momento, para evitar que copiase o hablase con alguien (también inventaron las chuletas, pero esa es otra historia). Los exámenes comenzaban a las cuatro de la mañana, según explica Kwang Hyun Ko en su informe A brief history of Imperial Exmination and its influences, citando un proverbio chino según el cual “las personas que llegan tarde a actuar pierden las oportunida­des aprovechad­as por aquellos que llegaron temprano”. Teniendo en cuenta que la prueba duraba tres días y dos noches, no es de extrañar que algunos aspirantes murieran en el intento. Sus cadáveres eran arrojados por los muros del recinto. Actualment­e se pueden visitar varios de estos recintos, casi ciudades en sí mismas, como el Museo de Exámenes Imperiales en Nanjing.

La influencia de este tipo de exámenes para la función pública llegó a Gran Bretaña o Francia, pero ¿y los exámenes en los liceos o escuelas? Según explica Mary Beard, en Gran Bretaña no existieron los exámenes escritos hasta el siglo XIX, hasta ese momento fueron orales. Pero de una forma u otra, los exámenes han amargado la vida de los estudiante­s; en la edad media se realizaban cuando se pretendía obtener un título, empezando por el de bachiller, que era el más básico. Un doctorado en Artes podía exigir seis años de estudio y uno de Teología, hasta 15. El estudiante se debía enfrentar a un tribunal, aunque era frecuente acabar los estudios sin ningún título. La cuestión ha sido y es hincarlosc­odos. |

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Esta pintura de la dinastía Song muestra un momento del examen de Palacio, uno de los de más alto nivel
EL EXAMEN Esta pintura de la dinastía Song muestra un momento del examen de Palacio, uno de los de más alto nivel
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Esta fotografía de 1873 muestra el recinto de exámenes de la provincia en Guangdong. A lo largo de una avenida principal se distribuía­n unos pequeños pasillos en los que se situaban las celdas para cada uno de los candidatos. Las celdas, en este caso 7.500, estaban abiertas y disponían de una tabla que hacía las funciones de pupitre. En este espacio, de poco más de 1,8 por 1 m, los candidatos debían comer y dormir
EL RECINTO Esta fotografía de 1873 muestra el recinto de exámenes de la provincia en Guangdong. A lo largo de una avenida principal se distribuía­n unos pequeños pasillos en los que se situaban las celdas para cada uno de los candidatos. Las celdas, en este caso 7.500, estaban abiertas y disponían de una tabla que hacía las funciones de pupitre. En este espacio, de poco más de 1,8 por 1 m, los candidatos debían comer y dormir
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y encargó una colección de láminas de los momentos más importante­s de su vida; en esta se muestra el recinto
donde se examinó
EL FUNCIONARI­O XU XIANQING Xianqing vivió en el siglo XVI y encargó una colección de láminas de los momentos más importante­s de su vida; en esta se muestra el recinto donde se examinó

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